Tome resguardos
A los llamados “críticos de cine” bien se nos podría agrupar en tres categorías. La primera está compuesta por los promotores, y en rigor ni siquiera puede decirse que sean críticos. Son los más fáciles de identificar y se dedican simplemente a difundir estrenos comerciales, refritar sinopsis y adjetivar con complacencia. En la prensa, sus reseñas son absurdamente breves y descriptivas, y por lo general vienen acompañadas con fotos del doble de tamaño que el cuerpo de texto.
Cuando entrevistan a alguien, lo hacen en función de la popularidad del entrevistado, y por eso siempre priorizan la presencia de actores y estrellas antes que la de otros profesionales. Quizá exista entre ellos algún estudioso del cine, pero, por las razones que sea -de elección u obligación- siempre terminan siendo funcionales al cine dominante.
Sin embargo, al ser tan abierta y llana su función y sus métodos, son exactamente iguales a cualquier otro promotor o promotora y -de la misma manera que nadie espera que la chica que trata de convencernos de comprar determinada marca de sopa en un supermercado critique el producto que se supone intenta vender- resultan irrelevantes, por lo que es mejor pasar rápidamente a la siguiente categoría.
Los criticoides tampoco se ajustan demasiado a lo que normalmente se entiende como críticos. Abundan en los medios escritos y hasta en las revistas especializadas, pueblan los sitios web y son mayoría en las críticas de youtube y otros dominios. Se supone que son expertos, pero eso no se ve reflejado en sus exposiciones. Su característica primordial es valorar sin justificar, opinar sin respaldar sus dichos. La diferencia entre un criticoide y un crítico es que los primeros carecen de las herramientas necesarias para justificar sus opiniones o, si las tienen, no les interesa utilizarlas, tal vez porque creen que su gusto o que su firma bastan. Fiarse de una crítica infundada es confiar en la valoración de un opinador que cree tener un gusto elevado, prodigioso, que piensa que por haber visto más cine que los demás sus opiniones se vuelven significativas. Pero en fin, estos instructores ilusos tampoco interesan demasiado.
Los únicos críticos que merecen tal nombre, son los que demuestran un esfuerzo por justificarse. Es cierto que muchas veces la justificación de afirmaciones mínimas puede resultar engorrosa, inviable por cuestiones de espacio o sencillamente aburrida. Pero los enunciados que resumen una crítica, tipo "Tripulación Dave es una mierda" o "Pulp fiction es una obra maestra", o "300 es una película neo-fascista" deberían ser respaldados con claridad y transparencia. Claro que no siempre es fácil encontrar razones objetivas para justificar experiencias y valoraciones subjetivas, pero los críticos que vale la pena leer son los que se estrujan los sesos por dar con ellas.
Con estos críticos en particular se puede estar en desacuerdo, con ellos pueden haber disentimientos mortales en materia de gustos y a veces hasta indignan o su estilo resulta llanamente molesto. Pero no se puede cuestionar su condición de críticos críticos. El problema de estos sujetos es que pueden tener una sensibilidad extravagante, a veces se centran en cuestiones mínimas que a nadie importan y en muchos casos contrabandean sus opiniones como si se tratasen de datos de incontrarrestable objetividad. Aquí un puñado de “pistas” para no dejarse embaucar por estos entusiastas del material fílmico.
Hay que tener especial cuidado cuando los críticos hablan de un cine “contemplativo”; esto normalmente quiere decir que el filme reseñado es de corte trascendental, quintaesencial, demiurgico y extra-diegético, y que para verlo es buena idea tomarse medio litro de café antes, quizá durante la proyección. Es frecuente que buena parte de los críticos califique a este tipo de películas con una inmensa cantidad de asteriscos. Cuídese de la sobreabundancia de asteriscos, sobre todo si la película es de origen chino, japonés, malayo, griego o ruso, y especialmente si está firmada por directores de apellido Kiarostami, Sokurov, Reygadas o Weerasethakul. Es probable que un clímax de virtuosismo sea un plano fijo de veinte minutos de duración, de un árbol cuyas hojas son mecidas suavemente por el viento.
Otro adjetivo peligrosísimo cuando es esgrimido por los críticos es “sugerente”. Rehuya como a la peste de las películas encumbradas por su poder de sugerencia. Lo que suele suceder en estos casos es que, al aburrirse mortalmente, el crítico se embarca en procesos creativo-interpretativos, y es así que filmes soporíferos e intragables se convierten en obras maestras incuestionables. Los mortales no sólo no podrán disfrutar de ellas, sino que además caerán en la cuenta de que su limitada percepción les impide acceder a tan elevada significación.
Otro par de términos que gustan mucho a los críticos son “sobrevalorado” y su antónimo “subvalorado”, y son utilizados normalmente para manifestar desaprobación por consensos generales hacia determinada película o director. Estos vocablos son más elocuentes de lo que parecen. En primer lugar se desprende que la probabilística juega en contra de quien se explaya, ya que existe una mayoría de personas con una opinión opuesta. Es recomendable, en estos casos, no hacerle caso al crítico. En segundo lugar, el término deja de manifiesto que el crítico estuvo leyendo reseñas ajenas antes de expedirse, que está opinando como reacción al consenso general, y que, con seguridad, no esté siendo del todo justo con el objeto reseñado. Desconfíe de las críticas en las que se utiliza cualquiera de esos términos.
Y mucho, muchísimo cuidado con el término “interesante” aplicado a algún aspecto de una película. El crítico está llamando la atención sobre algo atípico, que escapa a los estándares fílmicos. Pero de ahí a que lo que se señala sea realmente interesante, un mundo. En las puntuaciones con asteriscos que la crítica utiliza frecuentemente, la calificación “interesante” equivale a dos asteriscos en cinco, es decir, a películas menos que buenas, y algo mejor que llanamente malas. El “interesante” del crítico puede significar que normalmente destruiría la película, pero que ese día se despertó compasivo y de buen humor.
Debo confesar que evito a toda costa las películas “interesantes”, pero más que ninguna, a las adjetivadas por la crítica como “amables”, término más terrible aún. La amabilidad en el cine es lo contrario a la intensidad, y está claro que los filmes gentiles no emocionan, no hacen pensar demasiado, no sorprenden y quizá entretengan, pero no mucho. Las grandes películas, pertenezcan al género que sea, incluso comedias románticas o musicales, tienen sus costados trágicos, descolocan, sorprenden en algún momento, pero la “amabilidad” no es una de sus características. El cine memorable está cubierto de alambres de púas, no de franelas. Ni uno de los grandes directores de la historia del cine se caracterizó por hacer filmes de este tenor, y de haberlos filmado, esas obras habrán caído en el más penoso de los olvidos. ¿Para qué perder el tiempo, entonces, en películas amables?
Cada día me aseguro más de que al ser uno de los géneros más subjetivos del periodismo, la crítica de cine varía de acuerdo al estado de ánimo del cronista, depende de las horas de sueño adeudadas que tiene cuando va a ver la película, de los prejuicios o preconceptos que acarrea respecto a directores o géneros, de la información que consume antes y que lo predispone de cierta manera. Todas estas variables no pueden verse reflejadas en una reseña, por lo que se vuelve imperativa una lectura crítica de las críticas. Una vez asumidas estas cuestiones, el material regurgitado periódicamente por los críticos puede convertirse en un arma provechosa para enriquecer la mirada y quizá para poder guiarse, con relativa autonomía, por un vastísimo terreno de ofertas cinematográficas.
Publicado en Brecha 8/8/2008