Un sitio dominado por la insomne e inhóspita cinefilia, carcomido por múltiples disfunciones cáusticas. Críticas, reseñas, análisis y entrevistas referidas a novedades y tendencias del universo cinematográfico.
lunes, 29 de diciembre de 2008
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lunes, 22 de diciembre de 2008
La niebla (The mist, Frank Darabont, 2007)
Lo más asombroso de esta película es su final, un epílogo contundente, atrevido y devastador, un impensable viraje al nihilismo y al más rasante pesimismo por parte del director francés Frank Darabont, quien hasta hoy había demostrado ser un realizador tan competente como funcional a las exigencias de Hollywood. Darabont es el mejor adaptador de historias de Stephen King al cine, y supo filmar con nervio, buen pulso y respeto a los originales, películas como Sueños de libertad –The Shawshank redemption, así el título en inglés- y Milagros inesperados –traducción exacta de The green mile- pero en ninguno de sus emprendimientos había podido verse la osadía y la libertad formal presente en La niebla. Darabont luchó arduamente con sus productores, quienes querían cambiar el tan poco conveniente final, y por fortuna pudo ganarles en esa contienda. Pero en cambio su idea original de que la película fuese filmada en blanco y negro fue ferozmente reprimida.
La premisa principal de la que se vale la película es una idea que casa maravillosamente con el cine y que es casi tan vieja como él mismo. Desde Griffith (El nacimiento de una nación) al cine de zombies, desde Hawks (Río bravo) a Peckinpah (Perros de paja), la misma constante ha dado obras maravillosas. Un grupo de gente queda encerrada en un espacio reducido –en este caso un supermercado de un pueblo de Maine- rodeados por una amenaza exterior -aquí una densa niebla de la que emergen criaturas que destruyen y/o devoran a todo aquel que se acerca- y el largo del metraje ocupa a este grupo de personas escondidas y atrincheradas, en su defensa contra una poderosísima fuerza que lucha por entrar.
Y lo cierto es que La niebla exuda clasicismo como hace tiempo no se veía, cautiva desde un comienzo, avanza con un ritmo endiablado, presenta y delimita caracteres de forma envidiable, dosifica suspenso y acción con sabiduría, crea un ambiente de paranoia incomparable y se da el lujo de entretejer una alegoría y de plantar críticas de todo tipo, fundamentalmente orientadas a la humanidad en su conjunto y a varios vicios de las políticas estadounidenses.
Y si bien la cinta recuerda a Los pájaros y a Lovecraft, a Carpenter y a The host, por saber contrabandear reflexiones sociológicas a un relato de terror, por plantear una doble amenaza de raigambre humana –la que viene de fuera y quiere entrar al refugio por un lado, y la de los pares que conviven con los protagonistas por el otro- y por valerse de miedos atávicos que hipnotizan y sobresaltan al espectador, su referente principal e inevitable es el clásico La noche de los muertos vivos de George Romero.
Es posible que le sobre algún monstruo en determinado momento, pero La niebla es de esas películas cuyos atributos compensan sobradamente sus defectos. Una bendición, una rara avis en el cine de Hollywood actual y una de las mejores películas del año.
Publicado en Brecha 19/12/2008
jueves, 18 de diciembre de 2008
The wayward cloud (Tian bian yi duo yun, Tsai ming-liang, 2005)
Todas las películas de Tsai exponen a sus personajes en situaciones degradantes y chocantes, rasgo que en otro contexto podría interpretarse como un acto de sadismo pero que, gracias a la discreción de su abordaje y al fiel seguimiento a los protagonistas, acaba revelando compasión y hasta empatía por ellos. El personaje principal de esta película no es otro que Hsiao-kang (Lee Kang-sheng, cuya cara de desgraciado supera a la de cualquiera), presente en otros cuatro títulos del autor, y aquí se ha convertido en un actor de películas porno de bajísimo presupuesto y de producción tan industrial como mecánica. Taiwan atraviesa una sequía tremenda, y en la televisión se recomienda a la población almacenar agua y comer sandía, pues se anuncian prolongados cortes. Así, el protagonista se baña en el tanque de agua del último piso de un edificio, y su novia aprovecha para robar agua de los baños públicos. La película es de un humor negro bizarrísimo, y lanza ácidas burlas a la industria pornográfica, mostrando rodajes en los que las cámaras parecen querer introducirse dentro de las actrices, y en donde en definitiva no importa demasiado si ellas están vivas, inconscientes o medio muertas.
Al igual que en The hole, la película alterna larguísimas y silenciosas tomas en las que se enfoca a los personajes en su accionar cotidiano, y ridículos y festivos números musicales, de un kitsch deliberado. Si bien es cierto que los tramos musicales amenizan un poco los distendidos ritmos –películas del mismo director como El río o Viva el amor eran insufriblemente lentas- de igual manera se le hubiesen agradecido al realizador unos cuantos minutos menos de metraje. La advertencia debe ser triple: jamás podría recomendarse la película a espíritus sensibles en lo referente al sexo –aunque no pornográficas, varias escenas son algo explícitas y hasta grotescas- no es digerible para los que no toleran el ridículo o el absurdo más desmedido, ni compatible con ciertas sensibilidades inquietas: La nube errante no es la excepción en la filmografía de Tsai, se trata de una película muy lenta. Eso sí, los detractores más acérrimos del director deberían concederle tres aspectos: 1) Tsai es uno de los cineastas más originales de nuestros tiempos, 2) sus películas radiografían brillantemente realidades alarmantes, 3) cada una de sus obras regala escenas imborrables, que quedarán grabadas a fuego en la psiquis del espectador. En este caso, la espera tiene su compensación.
Publicado en Brecha 12/12/2008
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Las mejores películas (VII)
Un melodrama de los que te golpean y desarman, típicos del cine surcoreano. Durante la primera mitad no pasa nada, y hasta pareciera que la película no fuese para ningún lado. Luego de pasada una hora, las cosas empiezan a resquebrajarse drástica y precipitadamente, con efecto demoledor. La película exige lágrimas y uno las entrega, copiosamente.
sábado, 6 de diciembre de 2008
Los dueños de la noche (We own the night, James Gray, 2007)
Es el año 1988, Nueva York es una ciudad turbulenta, el indice de delincuencia es un 73% más elevado que el promedio nacional, el tráfico de crack alcanza un punto crítico y fluyen como agua los sedantes, los estimulantes, el hachís, la mescalina y la cocaína. La película arranca inmersa en ese ambiente, Bobby Green (Joaquin Phoenix) es el encargado de una famosa discoteca en Brighton Beach, y ya desde un comienzo se percibe su clima caldeado. Al compás ochentero del “Heart of glass” de Blondie, un par de clientas hacen strip tease sobre una barra, y las grescas se ven como parte de la vida cotidiana. Pero si los primeros minutos muestran a un protagonista de descarriada vida nocturna y aire mafioso, en seguida se mostrará su cara oculta: su padre (Robert Duvall) y su hermano (Mark Wahlberg) son respectivamente jefe y teniente de la policía. Se trata de un secreto que Bobby no ha dicho ni a sus amigos, e incluso ha cambiado su apellido para que nadie se entere del vínculo. En contraposición al club nocturno, la fiesta de policía a la que el protagonista es invitado está plagada de uniformados rígidos, tiene lugar en una capilla (¡!) se palmean las espaldas y se escuchan aburridos discursos. La clase de ambientes de los que uno querría huir despavorido.
Pero Bobby no tiene esa opción, y su padre exige hablarle. Le explica, la batalla en las calles se ha transformado en una guerra, mueren dos policías por mes y muy pronto va a tener que tomar partido. La neutralidad se ha vuelto inviable, más por la posición de privilegio y el contacto permanente que Bobby tiene con los narcos en su discoteca.
Las cosas se enredarán aún más: una sorpresiva redada de la policía a la disco de Bobby, un atentado a su hermano. El ritmo es febril, las sorpresas se suceden sin descanso, cada diálogo agrega información y crecen las complicaciones. Una escena en que el protagonista decide infiltrarse en la red de mafiosos es de una tensión desbordante y más adelante tiene lugar una increíble persecución de autos bajo la lluvia, filmada casi íntegramente con cámara al hombro desde la perspectiva del protagonista, con una imagen gris azulada y un sonido permanente de parabrisas. El director James Gray genera con esa escena incomodidad y una sensación acuosa, como si se estuviese adentro de una pecera, o atravesando un mal sueño. Sólo este tramo es excusa suficiente para ver la película. Pero claro que hay más.
(Aquí se cuenta alguna cuestión decisiva del desenlace, quizá sea buena idea no continuar leyendo).
Lamentablemente la película no está tan bien escrita como filmada. Hay algunos baches de guión, y si bien algunos personajes están dotados de cierta densidad, otros se acercan a estereotipos, como un malo que es tan pero tan malo que cuando está agonizando en lugar de retorcerse de miedo o de dolor le escupe un “fuck you” al protagonista. Un lastimoso vuelco al heroísmo por parte de Bobby cerca del final no cae nada bien en una película que supo tener tramos tan poderosos como bien filmados.
Las críticas más desdeñosas a la película apuntan que, en definitiva, los policías son presentados como los buenos y los narcos como los malos, y que hasta se desprende cierta moralina del cuadro. Si bien es cierto que pueden notarse elementos que permiten justificar esas afirmaciones, también es verdad que el personaje principal se alista a la policía con la idea fija en la venganza, que abandona a su novia y a su trabajo para poder utilizar las armas impunemente, y que su accionar todo deja entrever un costado psicótico. Y una vez concretada su venganza, nada volverá a ser como antes, el hombre ha derruido su propia vida.
Para ser una película de buenos y malos, al menos el director-guionista tuvo la inteligencia de dejar asomar ciertas ambigüedades.
Publicado en Brecha 28/11/2008
lunes, 1 de diciembre de 2008
Sobre el nuevo cine negro
Lo cierto es que el cine negro (también llamado film noir) se rehusó a morir del todo, y si bien desapareció de los Estados Unidos en la década del sesenta, siguió tan vivo como siempre en otros países, europeos y asiáticos fundamentalmente. Por ejemplo, Jean-Pierre Melville continuó transitando tranquilamente el género con obras brillantes durante los sesenta y setenta hasta el día de su muerte, y también se acercaron al registro directores de renombre como François Truffaut (con Disparen sobre el pianista, 1960), John Boorman (A quemarropa, 1967), André Téchiné (Barocco, 1976), y Wim Wenders (El amigo americano, 1977).
En Hong Kong, una ola de cine negro pobló las carteleras durante los setenta y ochenta, con directores como Kuei Chi Hung y Hua Shan a la cabeza, y en Japón a partir de los años sesenta directores tan dispares como Akira Kurosawa, Shohei Imamura, Seijun Suzuki o Teruo Ishii supieron defenderse a la perfección en el registro. En ambos países el cine negro dio lugar a géneros de mafias suburbanas: los yakuza en Japón y las tríadas en Hong Kong.
En Estados Unidos, los años 90 y 2000 dieron resurgimientos esporádicos y notables: De paseo a la muerte (Joel Coen, 1990), Perros de la calle (Quentin Tarantino, 1992), Tiempos violentos (Tarantino, 1994), Los sospechosos de siempre (Brian Synger, 1995), Seven (David Fincher, 1995), Fargo (Joel Coen, 1996), Los ángeles al desnudo (Curtis Hanson, 1997), Memento (Christopher Nolan, 2001), La noche del crimen (Daniel Algrant, 2002), Sin city (Robert Rodríguez, 2005). También hubo películas donde se satirizó y homenajeó al noir -toda sátira es a su vez un homenaje- como la insuperable El gran Lebowski (Coen, 1998), las británicas y más que divertidas Juegos, trampas y dos armas humeantes (Guy Ritchie, 1998), y Snatch (Ritchie, 2000), y Entre besos y tiros (Shane Black, 2005).
Pero lo más insólito es lo que ocurre ahora. Y es que el cine negro ha vuelto, y con más fuerza que nunca. Este 2008 le ha deparado al público uruguayo unos cuantos ejemplos: No country for old men (2007), personalísima reinvención del género por parte de los Coen; El sueño de Cassandra (2007) inédita incursión de Woody Allen; Antes que el diablo sepa que estás muerto (2007), un Sidney Lumet más implacable y oscuro que nunca; y ese notable ejercicio cinematográfico que es Los dueños de la noche (James Gray, 2007). Por si fuera poco -y también a un nivel más que digno- Gone baby gone (2007), la muestra de que Ben Affleck dirige y muy bien, y la no tan buena pero bizarrísima y angustiosa Lonely hearts (2006) de Todd Robinson. No es un paquete desdeñable, y estos no son simples “homenajes”, se trata de cine negro con todas las de la ley.
Es algo común confundir al noir con el thriller policial; los límites son difusos y se pisan permanentemente. Pero el cine negro puede reconocerse por tres características básicas: la figura del antihéroe, el acercamiento a la criminalidad y su contenido truculento.
Los antihéroes parecen estar tomando nuevas formas en este último cine negro, especialmente en el de los Coen, donde una señora embarazada puede ser más inteligente y efectiva que todo un departamento de policía junto (Frances McDormand en Fargo), y un viejo Sheriff de pueblo (Tommy Lee Jones en No country…) puede ser tan naïf como inoperante y obsoleto. Otro caso extremo de antihéroe puede verse en la italiana Arrivederci amore ciao (Michelle Soavi, 2006), que se centra en un protagonista absolutamente despiadado, abusivo, cruel y traicionero, rasgos que quizá lo vuelvan más atractivo. Drogadictos, policías corruptos (o directamente incapaces), outsiders a la deriva, jugadores empedernidos, egoístas irredimibles son la fauna que habita los nuevos noirs.
Y el género siempre se ha caracterizado por exponer las facetas más oscuras y en apariencia desagradables del ser humano. Podríamos llamar mirada “hustoniana” a aquella que caracteriza a los abordajes de los filmes de John Huston y que pretende justificar, generar empatía por las mentes criminales, volver a los delincuentes seres comprensibles y queribles, humanos por encima de todo. Por otra parte, se puede denominar mirada “languiana” al abordaje propio de Fritz Lang, aquel que muestra, con distancia, las mentes criminales sin querer tomar parte, sin explicar, sin dar a conocer los torbellinos internos que transforman a un humano en un demonio sediento de sangre. Lang no se preocupaba tanto por exponer psicologismos sino en mostrar sus metamorfosis. “Que el espectador se horrorice, piense al respecto y especule”, parecía decir.
Ambos maestros dieron obras inmensas, e hicieron escuela. A uno y otro lado del espectro pueden situarse las obras de sus discípulos: en el extremo hustoniano: Tarantino, Allen, Lumet. Al lado languiano: los Coen, Robinson. A medio camino entre ambos, otros tantos, la gran mayoría. El triunfo de la mirada languiana fue el triunfo de los Coen -cuatro óscars incluyendo mejor película para No country for old men, ochenta y nueve premios más en otras academias, asociaciones y festivales-. En esa película se aborda al mal con mayúsculas, encarnado de forma magistral por Javier Bardem, una fuerza incomprensible y sin precedentes que opera ciegamente, al azar, sin una moral clara y aprehensible. La mirada de los Coen, alarmista y alarmante, es la mirada de mucha gente que hoy se ve inerme, desamparada ante nuevas amenazas. Casualmente, Batman: El caballero oscuro (2008) plantea una noción del mal muy similar, con la diferencia de que, por fortuna, aparece también un paladín armado con tecnologías de destrucción y vigilancia, una mano dura capaz de darle su merecido a los terroristas y a los psicópatas.
El sueño de Cassandra y Antes que el diablo sepa que estás muerto parten de premisas idénticas. Ambas presentan a un par de hermanos desesperados por obtener dinero, que se prestan para dar un golpe que podría librarlos definitivamente de sus problemas. Como el cine negro es un género esencialmente pesimista, sus acciones delictivas traen imprevistos, dolor, tragedia in crescendo. Intensas y sufridas, ambas películas muestran a hombres cercados por circunstancias y que apelan a una salida rápida y directa, encontrándose sólo con el camino a su perdición. Si los personajes de Lumet y Allen son inmensamente cuestionables, también son comprensibles, entrañables. Uno puede verse reflejado en ellos, razonar como ellos y verse agobiado por esa inmensa ola oscura que los encierra.
Podrá interpretarse como una señal de malestar por parte de los cineastas, como reverso artístico de la decadencia americana y de una potencia que se ve al borde del colapso. Lo cierto es que el cine negro ha llegado para quedarse, y mientras siga manteniendo estos niveles de calidad, eso es algo que hay que celebrar.
Publicado en Brecha 28/11/2008