La esperada inflexión
Los cambios históricos no se dan solos, es
necesario propiciarlos, promoverlos, acompañarlos. Ya sea por la
democratización que implica el abaratamiento de las tecnologías, o por el
avance en los logros del feminismo, las mujeres han comenzado a invadir un
mundo históricamente dominado por los hombres: el del cine. Este cambio radical
no sólo transforma lo que ocurre detrás de cámaras, sino también el contenido
mismo de las películas.
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La teniente Ripley, una excepción a fines de los 70. |
La industria hace rato que se dio cuenta:
las películas con protagonistas mujeres rinden en las taquillas. El año 2016
fue clave en ese sentido; La llegada,
Rogue One, Moana, Buscando a Dory, Resident Evil 6, Cazafantasmas y Figuras
ocultas fueron de las películas más vistas, y todas ellas tienen mujeres como personajes principales. Según un análisis del Centro de Estudios de
las Mujeres en el Cine y la Televisión de la Universidad de San Diego, 29 por
ciento de las 100 películas más exitosas fueron protagonizadas por féminas,
cifra récord que superó en siete puntos a la del año anterior.
Pero la equidad casi alcanzada a nivel de
protagónicos (prácticamente un tercio de las películas están protagonizadas por
mujeres, otro tercio por hombres y el otro por hombres y mujeres con igual
participación) no tiene un similar reflejo detrás de cámaras; sólo 7,5 por
ciento de las 250 películas más taquilleras de 2016 fueron dirigidas por
mujeres. En otros rubros la cifra es apenas superior: en estas mismas 250
películas hay un 11,8 por ciento de guionistas y un 22 por ciento de
productoras. El porcentaje de compositoras es bochornoso: menos del 1 por
ciento.
Y aun cuando la participación en la pantalla vaya en aumento, otras cifras siguen dando cuenta de la desigualdad y de los
roles reservados para los personajes femeninos: ellas se encuentran en su
mayoría entre los 20 y los 30 años, mientras que los personajes masculinos tienen
entre 30 y 40. Es mucho más factible ver a los hombres trabajando o como
líderes, mientras que a las mujeres se les reserva generalmente el papel de
esposas de, hermanas de...
En 2015 La Unión Americana de Libertades Civiles (Aclu, son sus siglas en inglés) le pidió
al gobierno de Estados Unidos que tomara medidas para frenar la discriminación
y exclusión masiva de las directoras de cine y televisión estadounidenses que
pretendían trabajar en la industria. Señalaba allí un patrón sistemático de
exclusión, y una realidad que seguramente sea idéntica a la de muchos otros
países: el número de mujeres estudiantes de cine es casi equivalente al de los
hombres, pero sin embargo la entrada al mundillo de la industria es mucho más
difícil para ellas. El grupo que hizo la petición estaba compuesto por 50
directoras innominadas, lo cual revela que ni siquiera pudieron hacer público
su nombre por temor a represalias.
La desigualdad de salarios es otra realidad, pero
sólo hace falta ver el listado de actores y actrices más taquilleras del mundo
para notarlo, ya que la disparidad también se ve reflejada en las grandes
cifras. Según la revista Forbes, los
primeros seis lugares están ocupados por hombres: Kevin Hart, Dwayne Johnson,
Jackie Chan, Matt Damon, Tom Cruise y Johnny Depp. Recién en el sexto lugar se
encuentra Jennifer Lawrence, quien el año pasado ganó un poco más de la mitad
que Hart. La actriz publicó una columna en la revista on line feminista Lenny
denunciando esta diferencia entre lo que cobran las actrices y “la
afortunada gente con pene”. En ella señala: “Jeremy Renner, Christian
Bale y Bradley Cooper lucharon y tuvieron éxito negociando contratos poderosos
para ellos mismos. En todo caso, seguro que fueron elogiados por ser feroces y
tácticos, mientras yo hacía grandes esfuerzos para no ser tachada de ‘mocosa’ (…).
Esto podría no tener nada que
ver con mi vagina, pero (…) luego se destapó un correo de Sony donde un
productor se refería a una compañera (Angelina Jolie) como una ‘mocosa
mimada’, a causa de una negociación. Por alguna razón, no me imagino a nadie
diciendo eso sobre un hombre”. Cualquier
mujer que se haya visto en la necesidad de pedir un aumento o de negociar en
círculos predominantemente masculinos sabrá comprender perfectamente la
frustración de Lawrence.
En Hollywood una actriz
suele cobrar 25 por ciento menos que un actor, así que Emma Watson declaró que
no aceptará trabajos en los que se le pague menos que a los hombres. Otras
actrices la han acompañado en esta medida, como Jessica Chastain. Algún cínico
podría decir que deberían conformarse con las cifras millonarias que ganan por
película, pero la desigualdad es evidente, como en otro aspecto mucho más inexorable:
la “vida útil” de una mujer en Hollywood es cercana a los 35 años de edad, que
es cuando la mayoría alcanza su obsolescencia.
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El cine siempre fue terreno de hombres. |
Tras las cámaras. No existen cifras mundiales
sobre la participación de las mujeres en el cine, pero la Onu ha señalado en 2014 que menos de una tercera parte de los personajes con líneas de diálogo en las películas son mujeres. En relación directa con la aparición en pantalla se encuentra la
participación detrás de ella; y es que las mujeres directoras son mucho más
proclives a hacer películas con protagónicos femeninos que los hombres. En este
sentido son útiles los datos concretos de muchos países que muestran un cine más
independiente, menos ligado a grandes productoras. Por ejemplo en México, que
tiene una producción numerosa, la tendencia al crecimiento del número de mujeres
tras las cámaras es continua, aunque aún escasa: 37 largometrajes dirigidos por
mujeres en el año 2016 (fueron 34 en 2015 y 25 en 2014) de un total de 162; es
decir, 22,8 por ciento, según cifras oficiales. En España los números son aun
peores: 19 por ciento en 2016, 12 por ciento de guionistas, 24 por ciento de
productoras ejecutivas, 25 por ciento de montadoras, 9 por ciento de directoras
de fotografía; en composición musical 5 por ciento, sonido 7 por ciento, y
efectos especiales 11 por ciento.
Pero más allá de las cifras, cualquier observador
del fenómeno cinematográfico mundial puede darse cuenta de que las directoras
se imponen como nunca: en Estados Unidos Kathryn Bigelow (Punto de quiebre, Días
extraños, Vivir al límite) es
una consagrada desde hace por lo menos dos décadas, y Kelly Reichardt (Old Joy, Wendy y Lucy), Sofia Coppola (Las
vírgenes suicidas, Perdidos en Tokio),
Jodie Foster (La doble vida de Walter,
El maestro del dinero) y Jennifer
Lynch (Surveillance, Chained) son sólo algunas de las que han
demostrado que llegaron para quedarse. En el cine francés, las jóvenes Mia Hansen-Løve
(El padre de mis hijos, Eden), Katell Quiléveré (Suzanne, Réparer les vivants) y Julia Ducournau (Raw) frecuentan cada vez más los circuitos de los festivales. En
cuanto a la alemana Maren Ade (Toni
Erdmann), es prácticamente vista como un prócer en su país, y se trata de
una mentora, la figura más visible de una nueva generación de cineastas
alemanes que se las trae, algo similar a lo que puede decirse de Ursula Meier (Home, La hermana) en Suiza. Otras figuras que se han impuesto en un mundo
de hombres han sido la japonesa Naomi Kawase (Shara, El bosque de luto),
la india Farrah Khan (autora del insuperable musical Om Shanti Om), las iraníes Samira Makhmalbaf (La manzana, A las cinco de
la tarde) y Ana Lily Amirpour (A
Girl Walks Home Alone at Night, The
Bad Batch).
En Latinoamérica el fenómeno es incluso más
visible: Juliana Rojas (Trabajar cansa,
Sinfonía de la necrópolis) es de las
cineastas más brillantes que ha dado Brasil en los últimos años, y es difícil encontrar
un mejor documentalista en toda Latinoamérica que la chilena Maite Alberdi (El salvavidas, La once). Argentina es un caso aparte desde hace años: no sólo
porque Lucrecia Martel (La ciénaga, La niña santa) sea la figura clave del
“nuevo cine argentino” que tuvo origen a principios del nuevo siglo, sino porque
a ella le siguieron un sinfín de talentos femeninos: Ana Katz (Una novia errante, Mi amiga del parque), Verónica Chen (Agua, Mujer conejo),
Celina Murga (Ana y los otros, La otra orilla), Albertina Carri (La rabia, Cuatreros), Milagros Mümenthaler (Abrir puertas y ventanas, La
idea de un lago), Paula Markovitch (El
premio), Jazmín Stuart (Pistas para volver a casa), Natalia Smirnoff (Rompecabezas,
El cerrajero), Anahí Bernerí (Encarnación, Por tu culpa). En el reciente Festival Cinematográfico de Uruguay
la mayoría de las premiaciones fueron para películas dirigidas por mujeres, y
no es precisamente una casualidad.
Es imposible hablar de una “estética” femenina,
pero está claro y es notorio que la participación creciente de mujeres tras las
cámaras da pie a universos diferentes y a una mayor amplitud temática y
conceptual. Es impensable que películas grandiosas, como Persépolis, Winter’s Bone,
Las maravillas o Fish Tank
pudieran haber sido concebidas por hombres; cuando se habla de reducir la desigualdad
a nivel cinematográfico no se trata simplemente de equilibrar los espacios de
poder sino de expandir el espectro y enriquecer la producción cultural.
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Test de Bechdel. |
¿Y el cine uruguayo? Bien, gracias. Un simple
vistazo a la producción nacional de los últimos años deja ver que es abrumadora
la mayoría de directores, y que las cineastas con algún largometraje en su
haber se cuentan con los dedos de las manos: en el rubro documental, Virginia
Martínez (Por esos ojos, Ácratas) es la figura más
representativa, aunque recientemente se impusieron Mariana Viñoles (Exiliados, El mundo de Carolina) y Alicia Cano (El Bella Vista). A nivel de ficción resuenan muy pocas: Beatriz
Flores Silva (En la puta vida, Polvo nuestro que estás en los cielos) pesa
más por el momento en que filmó –prácticamente no existía el cine nacional– que
por la calidad de sus películas; Ana Guevara Pose y Leticia Jorge (Tanta agua), Gabriela Guillermo (Fan y Una bala por el Che), María Carmen Rodríguez (Migas de pan), y Verónica Perrota y Marcela Matta, quienes codirigieron
–en ambos casos junto a un hombre–, respectivamente, Las toninas van al este y Los
modernos. Paradójicamente, Diana Cardozo (Siete instantes, La guerra
de Manuela Jankovic), quizá la mejor cineasta uruguaya, está radicada en
México y produce allí sus películas. Otras de nuestras mejores representantes
en el exterior son la escritora Inés Bortagaray, por su participación en los
guiones de Una novia errante, Mujer conejo y Mi amiga del parque, entre otros, y Bárbara Álvarez, directora de
fotografía en La mujer sin cabeza, El custodio, Que horas ela volta?, Carne
de perro y unas cuantas más.
El ciclo de cine nacional “Dos mujeres hablan”,
organizado por la Oficina de Locaciones Montevideanas y la Dirección del Cine y
el Audiovisual Nacional (Icau),
aportó datos elocuentes sobre el acceso a los fondos públicos. Se señala que entre
2008 y 2016 el Fondo de Fomento Cinematográfico y Audiovisual dirigió 76 por
ciento de sus apoyos económicos a películas dirigidas por hombres, y el programa
Montevideo Socio Audiovisual aun más: 80 por ciento. Consultado por Brecha, el director Enrique Buchichio, coordinador
de la Escuela de Cine de Uruguay (Ecu),
señala que en la institución que dirige, una de las principales formadoras de
cineastas en el país, se inscriben cada año 50 por ciento de mujeres y otro
tanto de hombres (con pocas variaciones), y además subraya que esta paridad se
mantiene entre los egresados.* Por lo tanto podemos concluir que
hasta el día de hoy los fondos cinematográficos han discriminado, pues en Uruguay
hay una gran cantidad de cineastas mujeres que son sistemáticamente excluidas.
¿Cuál es la solución a esta situación? Seguramente
la imposición de una cuota para las premiaciones. Y es aquí cuando los
reaccionarios de siempre ponen el grito en el cielo, señalando que lo que hay
que premiar es el talento y las mejores propuestas y no el sexo de quien dirige.
Ahora bien, quienes piensen que esta gran cantidad de directoras excluidas seguramente
no tengan talento ni ofrezcan buenos proyectos, además de desestimarlas a
priori seguramente desconocen lo que hacen. La discriminación es evidente y es
ridículo pensar que los proyectos dirigidos por hombres han sido,
sistemáticamente y año tras año, los mejores. Una cuota de género no sólo podría
ayudar a revertir esa discriminación (como toda cuota política, la idea es utilizarla
solamente hasta que la paridad sea alcanzada), sino que sería además una forma
de renovar el cine uruguayo, evitando que esos fondos sean captados por las mismas
figuras de siempre y poniéndolos a disposición de creadores emergentes nunca
antes beneficiados.
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Gravedad, una de las películas que no aprueba el test de Bechdel. |
herramienta ENGAÑOSA. En el ciclo de cine “Dos mujeres
hablan” se invitaba a ver películas nacionales teniendo en cuenta el test de
Bechdel. La iniciativa es sumamente interesante y echa luz sobre cómo la
discriminación se reproduce no sólo en la producción del cine nacional sino también
en el contenido de las películas.
El test de Bechdel tiene su origen en el cómic Unas lesbianas de cuidado, de Alison
Bechdel. En uno de sus episodios, titulado “La regla”, uno de los personajes
definía una serie de reglas que utilizaba para decidir si iba o no a ver una
película. El método consiste en tres sencillos pasos, y hoy se utiliza para
evaluar la brecha de género en una película, serie, cómic o cualquier
representación artística. El primero es ver si hay dos mujeres en la historia; el
segundo, si ambas entablan una conversación entre sí; tercero, si esa
conversación no gira en torno a un hombre. Las películas que aprueban los tres pasos
del test de Bechdel son una minoría, lo cual da una idea de hasta qué punto el
cine en general es territorio masculino, y cómo las mujeres son representadas en
él como meros floreros, accesorios incorporados a efectos puramente estéticos.
Lo interesante del test de Bechdel es que, si se aplica a la inversa, la
mayoría de las películas sí lo pasa, porque los personajes masculinos suelen ser
más de dos, hablar entre sí, y, por lo general, no en referencia a una mujer.
Lo cierto es que muchos trabajos utilizan este test
como herramienta para evaluar la brecha de género en el cine, e incluso el
Instituto Sueco del Cine ha llegado a implementar una calificación A para las
películas que lo aprueban.
Ahora bien, lejos de ser algo infalible, el test
de Bechdel presenta no pocas falencias. En primer lugar, hay películas que no
cuentan con dos personajes femeninos en su reparto, pero que sin embargo están
lejos de ser excluyentes o machistas. Gravedad,
por ejemplo, tiene una protagonista mujer que debe de aparecer en el 90 por
ciento de los planos, que se empodera y sortea todos los obstáculos mediante su
inteligencia, sus conocimientos específicos y su fortaleza de espíritu. Es,
además, una astronauta. Pero la película no aprueba el test simplemente porque
esta protagonista no dialoga con otra mujer.
Esta falencia se extiende entonces a todas
aquellas películas escasas en diálogos o que carecen por completo de ellos, o que
presentan muy pocos personajes en el cuadro. De más está decir que el solo
hecho de que dos mujeres hablen entre sí no exime de machismo a una película.
El test no establece diferencia alguna si el tema de conversación entre ambas
es la física termonuclear, las compras en el supermercado o el vestido de
casamiento.
Hay algo más que demuestra que el test de Bechdel
no mide lo que pretende medir, y que ni siquiera sirve para observar una
tendencia. Tómese una serie cualquiera (The
Killing, digamos). Si nos detenemos en un capítulo solo de la serie,
probablemente no apruebe el test de Bechdel, pero si tomamos una temporada
entera de esa misma serie seguramente sí lo apruebe. Cuanto más extensa la
serie (o la película), mayor la posibilidad de interacción entre sus
personajes, y por ende de que existan dos mujeres conversando en ellas.
Entonces, ¿es aplicable el test para series? No parecería, difícil encontrar
una que no lo apruebe; hasta la que tuviera la menor presencia de mujeres
contaría con algún diálogo de este tipo en alguna parte de su extenso metraje,
y lo mismo en películas de larga duración. Puede entenderse que el test es aplicable
a obras compactas, con diálogos estándares, con varios personajes. En
definitiva, un test muy autolimitante y poco fiable en sus resultados. Es imperativo
alterar algunos de sus puntos, o pensar en otra herramienta capaz de superar
esas falencias.
*. Buchichio señala que en la dirección de cine la
paridad se mantiene, pero que en otros rubros sí puede notarse una
diferenciación. Mientras que los rubros fotografía y sonido son preferidos por los
estudiantes hombres, mayor cantidad de mujeres escogen el área de producción.
Publicado en Brecha, el 8/5/2017