Basta de nostalgia
No da para más. Ojalá fueran la serie Stranger Things y esta Ready Player One las últimas incursiones de esta avalancha de revivals de la cultura pop estadounidense de los años ochenta. Pero se sabe que, lejos de eso, la agonía será lenta, y que lamentablemente habrá mucho más de esto por parte del cine mainstream. Hace por lo menos diez años que alguien descubrió que la mejor forma de llegar a los niños era guardándose a sus padres en el bolsillo, y así fue como al principio comenzaron a sonar canciones sueltas, luego aparecieron algunos guiños y referencias, finalmente, las películas terminaron sumergiéndose completamente en esta nostalgia fetichista en la que abundan las ropas, videojuegos y hasta artefactos añejos. Super 8, Monster House, Turbo Kid, Ralph el demoledor, Kung Fury, Píxeles, Guardianes de la galaxia, Lego la película e IT son sólo algunos títulos de una continuidad que ya a muchos nos tiene bastante hartos.
En rigor, es interesante cuando alguna de estas películas y series se apropian de esa estética y se valen de ella para crear historias propias y personales, pero cuando la acumulación de referencias se convierte en el fin último, devienen en guiños vacuos, intrascendentes. En esta película hay, por lo menos, una cincuentena de referencias: Chucky, El gigante de hierro, Street Fighter, Jurassic Park, El resplandor, Sonic, Meteoro, Space Invaders, Terminator, StarWars… nómbrese un personaje medianamente popular de la época y seguramente tenga su aparición. Como sea, está quedando en evidencia lo acotado que es este universo de (auto)referencia nostálgica: las limitaciones culturales del mainstream nunca fueron tan notorias. De hecho, se resaltan aquí algunos íconos como Buckaroo Banzai y Gundam (uno es un antecesor de Volver al futuro, el otro un animé japonés que en su época fue difundido en Estados Unidos por los canales televisivos), para salirse de los más obvios, pero está claro que esta “nostalgia” no es otra más que la de la industria mirando hacia su propio ombligo.
Puede parecer injusto exigirle profundidad a un divertimento de Steven Spielberg (de hecho, poco y nada de eso tuvieron las inolvidables entregas de Indiana Jones), pero lo más chocante aquí son ciertas referencias al poder y a la rebelión, que encierran una brutal contradicción entre discurso y forma.
El argumento es así: en el año 2044 la gente se pasa la vida sumergida en Oasis, un juego virtual que les ayuda a evadirse de un mundo cada vez más sombrío. Pero en este juego su fallecido creador dejó escondidas las piezas de un puzle, y el que lo resuelva obtendrá poder y fortunas incalculables. En principio cualquier persona de a pie podría resolver el acertijo, pero un conglomerado multinacional llamado IOI cuenta con un ejército de especialistas, un cuerpo de elite (los sixers) y recursos prácticamente ilimitados para dar con este premio. Por su parte, los protagonistas, organizados en una suerte de “rebelión” se proponen contrarrestar este inmenso poder con la habilidad y el ingenio necesarios. A nadie se le escapa el talento de Spielberg: la puesta en escena, la construcción narrativa, los giros, las escenas de acción son absolutamente deslumbrantes. De hecho, Ready Player One es un divertimento perfecto, capaz de cortar el aliento de su audiencia por más de dos horas, y con el plus de contar, además, con chispazos humorísticos notables.
Ahora bien: hace bastante ruido ver a personajes “rebeldes” reverenciando justamente a esa cultura pop dominante, con pins de Mortal Kombat y cinturones de los Thundercats, cuando la verdadera subversión pasaría por renegar de estos íconos y mostrar interés por la refulgente diversidad cultural proveniente de cualquier otro punto del planeta. Spielberg, con sus carísimos juegos de artificio y centenares de técnicos a su servicio está muchísimo más cerca de ese villano líder de un conglomerado multinacional que de cualquier revolución; con esta película, no hace más que retroalimentar una vez más un cine que replica constantemente las mismas temáticas, los mismos valores y las mismas historias, con variaciones mínimas.
Publicado en Brecha el 5/5/2018