jueves, 28 de febrero de 2019

Júlia Ist (Elena Martín, 2017)

Extraño en una tierra extraña


Las nuevas tecnologías al servicio del audiovisual han favorecido, en las últimas décadas, un abaratamiento radical de los costos en la producción de cine. Esto ha tenido un sinfín de consecuencias: un boom del cine latinoamericano, la incorporación creciente de jóvenes creadores a la producción cinematográfica y, por supuesto, importantes cambios en los tipos de relatos. El cine independiente ha encontrado diferentes formas de alejarse de los grandes espectáculos a lo Hollywood, pasando a elaborar historias propias, en muchos casos íntimas y minimalistas, en las que cada autor da cuenta de cierto lugar que ocupa en el mundo, con modos de vida y realidades únicas que retratan culturas locales y problemáticas singulares. 
Esta película es un ejemplo radical de esta clase de nuevo relato, ya que se trata de una producción que surgió como un proyecto final de carrera, hecha con un equipo y un presupuesto reducidos, y que además se concentra en una anécdota personal. Aquí la joven directora catalana Elena Martín es la actriz que interpreta a la Júlia del título, basándose en experiencias propias. A veces se habla de relatos “ombliguistas”, exhibicionistas e irrelevantes para desestimar esta suerte de “género” –y hay muchos que sí lo son–, pero lo cierto es que, en muchos casos, estas historias promueven una identificación genuina y generan un reflejo válido en el que la audiencia vuelca sus vivencias particulares, cobrando así cierta universalidad. Tal es el caso de esta pequeña y notable película. 
La protagonista tiene 21 años y es participante de Erasmus, un programa de intercambio estudiantil universitario entre países del Espacio Económico Europeo. Erasmus funciona desde hace ya 30 años y millones de estudiantes lo han utilizado; y hasta es lógico que muchos de ellos vuelquen allí sus ilusiones de salir del país para divertirse, ingerir sustancias y participar de fiestas orgiásticas. De hecho, entre estudiantes españoles es conocida la expresión “irse de orgasmus”. 
Julia estudia arquitectura en Barcelona y viaja a Berlín para ingresar en la Universität Der Künste Berlin, la academia de arte más grande de Europa. Pero lo llamativo de esta propuesta es que las cámaras jamás se separan de Julia, y es probable que en ningún momento estén a más de unos pocos metros de ella. No hay foco en el paisaje ni en los grandes edificios; Berlín se cuela, sobre todo, a través de su interacción con los demás personajes. Es así que se propone un notable cuadro de soledad, choques culturales, descubrimiento e independencia, en el cual la extrañeza de un mundo nuevo se superpone con la entrada al universo de las relaciones afectivas, con el aprendizaje de la independencia y, asimismo, con la conformación de la identidad. 
Júlia ist (en castellano sería “Julia es”, título que subraya el cuestionamiento existencial) es un relato cálido, fresco y sumamente vívido; un recorrido carente de pretensiones, un viaje válido y representativo de lo que significa ser un joven perdido en una tierra desconocida.

Publicado en Brecha el 15/2/2018

viernes, 8 de febrero de 2019

Green Book (Peter Farrelly, 2018)

Conduciendo a Doc Shirley 


Hay un elemento inherente a las road movies –o películas de viajes– que las vuelve irresistibles. Es esa tan cinematográfica sensación de libertad, vinculada a la aventura, al afán de descubrimiento, al poder intrínseco de los paisajes, a los factores inesperados. Es acompañar a personajes en un proceso que los transforma, en un recorrido que es al mismo tiempo interno y que puede ser purga, expiación, desahogo, capricho, realización personal, a veces todo eso junto. El viaje es forma y metáfora, y ha dado así uno de los géneros más efectivos y disfrutables de Hollywood. Aquí el director tras las cámaras es Peter Farrelly, quien se desempeña, esta vez, separado de su hermano Bob, usual compañero de fórmula (ambos cosecharon éxitos en los noventa, con comedias del porte de Loco por Mary y Tonto y retonto), y su abordaje tiene mucho de aquel estilo suelto y descontracturado que los caracterizó y que es una de las principales bazas a favor de esta película. 
Los viajantes son dos de los actores más célebres de Hollywood, Viggo Mortensen y Mahershala Ali, quienes dan vida a personajes que escapan a lo ordinario: por un lado, Don “Doc” Shirley (Ali) es un refinado y exitoso pianista clásico, que vive como un rey en un penthouse ubicado nada menos que encima del Carnegie Hall, en Manhattan; por otro, Tony “Lip” Vallelonga (Mortensen) es un guardia de seguridad ítalo-americano, familiero, con habilidad para iniciar conversaciones, pero poco sutil a la hora de molerse a golpes con algún pendenciero desafortunado. El encuentro supone un choque de mundos que aporta sus buenas dosis de humor y simpatía, y es la fuerza fundamental que lleva adelante esta película. La contextualización histórica es la excusa para ir develando las grandes dificultades de ser negro en la década de los sesenta. 
Green Book tiene la ventaja de la narrativa clásica, de los personajes queribles y carismáticos, así como de la transparencia y la claridad, tanto en intenciones como en mensaje. Este estilo lineal y directo, que bebe de referentes como John Ford y Frank Capra, suele ser preferible a esas imprecisiones, simbolismos y hermetismos excesivos, que a veces inundan el cine de autor. Pero, en este caso, la sencillez puede resultar molesta en su literalidad y su obviedad: el racismo y la segregación se manifiestan no sólo con exclusiones evidentes (de restaurantes, de hoteles, hasta de baños), sino en golpizas al personaje; la evolución y el “camino de comprensión y tolerancia” recorrido por ambos protagonistas es algo que está claro que ocurrirá desde el momento en que se suben al auto por primera vez, y la amistad se sella (cuándo no) con un sentido abrazo final. Así, queda escrito y subrayado, negro sobre blanco, un mensaje único, sin espacio para ambigüedades. El espectador se sentirá satisfecho de ser menos racista que muchos de los personajes presentados, y de haber participado de otra historia amable y biempensante, de esas que suele lanzar periódicamente Hollywood.

Publicado en Brecha el 8/2/2019