La pandemia ha cambiado definitivamente las reglas de juego de la industria. Descartada la distribución y difusión en cines, las plataformas de streaming son el nuevo marco de referencia para la producción audiovisual dominante, acentuando aún más el fenómeno de migración de talentos (directores, actores, libretistas, infinidades de técnicos) hacia las series, los especiales para la televisión y las películas estrenadas directamente para este tipo de canales. Se reseñan aquí cuatro ejemplos recientes y sobresalientes de “cine” adaptado a las nuevas realidades.
Ni siquiera es claro hasta dónde llegan o cómo pueden irse aggiornando las definiciones de cine, película y serie, hasta dónde se extienden sus dominios y cuáles son los límites y las diferencias entre uno y otro. Sin ir más lejos, en tres de los siguientes recomendados los rótulos son difusos y discutibles; no es hoy una tarea sencilla explicar qué diferencia a una serie de una película en términos audiovisuales o por qué un especial para la TV de una hora y media sin interrupciones no debería ser considerado un largometraje a secas. Como sea que les digamos, estas cuatro producciones transitan de un modo u otro la realidad impuesta por la pandemia, e incluso una de ellas la utiliza directamente como eje central de su argumento.
Mare of Easttown
Que Kate Winslet, estrella de cine con todas las letras, sea la protagonista de esta serie de la HBO es algo que justamente hubiese sido extraño en un contexto de no pandemia. Y su presencia es impagable: hay que verla en su papel de detective de un pequeño pueblo, con su mirada cansina, su desaliño general y su cabello atado y/o desarreglado, rengueando trabajosamente -se tuerce un tobillo a poco de comenzada la serie- para que se sepa a ciencia cierta que el derrotismo histórico de los antihéroes del noir ha derivado en una de las mejores intérpretes posibles. El planteo no es algo que no se haya visto y, de hecho, retrotrae inmediatamente a esa otra gran serie que fue The Killing: un asesinato tiene lugar en un pueblo pequeño (el Easttown del título, en Pensilvania) en el que todo el mundo se conoce y, a priori, nadie parecería capaz de haber cometido tal crimen. Como en todo whodunit -ese subgénero en el que toca descubrir el culpable entre todos los personajes- un gran abanico de sospechosos es desplegado, y el espectador apuesta por alguno de ellos, como si se tratase de un caballo de carreras. Pero lo más interesante del planteo es la incorporación de conflictos y dramas cotidianos que se ciernen sobre los personajes y, sobre todo, sobre la protagonista, abrumada entre traumas personales, problemas familiares, casos irresueltos, y una opinión pública que presiona para que haya resultados. El desenlace supone un clímax notable, y no son de extrañarse las declaraciones del libretista Brad Ingelsby, en las que señaló haber construido todo el guión pensando en ese final. No sería de extrañar una segunda temporada pronto, la cual ya despierta una merecida expectativa.
Bo Burnham: Inside
El estadounidense Bo Burnham es un hombre orquesta, uno de esos bichos raros que parecen convertir en oro todo aquello que tocan. Con sólo 30 años, se lo suele conocer por sus shows musicales humorísticos, en los que toca e interpreta sus propios temas, al tiempo que se despacha en afiladas burlas a todo lo que lo rodea, incluyéndose a sí mismo. Pero también se desempeña notablemente como actor -recientemente interpretó uno de los papeles más memorables de Promising Young Woman- y hasta escribió y dirigió una película brillante, el coming of age Eight Grade (2018). Bo Burnham: Inside es un show humorístico especial para Netflix en el que el artista, en plena pandemia, se las ingenia para crear, sin salir de su apartamento, una “película” de una hora y media en la que dispone sketches hilarantes y una serie de canciones brillantes, con un admirable sentido crítico. Desde el primer minuto en que se propone “curar al mundo con humor” valiéndose de sus “privilegios de hombre blanco” la nota sarcástica inunda todo el show. Sea emulando una llamada telefónica a su madre, expidiendo su visión sobre las redes sociales, sobre el “sexting” y el “Instagram de una mujer blanca” la inventiva del creador y su humor negro no parece conocer -ni respetar- límites. Pero además de crear e interpretar sus canciones y de participar como único actor, oficia como iluminador, decorador, fotógrafo, sonidista y montajista; es decir, como creador total en un proceso de filmación en el que, de a ratos, logra atmósferas impensables por ser generadas al interior de un espacio único.
En algún momento puede resultar machacante cierta repetitiva autorreferencialidad, pero es justamente en ese momento que el especial comienza a volverse más introspectivo y visceral, y por eso mismo universal, dejando de lado su veta humorística y volcándose a una sentida catarsis, con referencias solapadas -pero continuas- al suicidio. Burnham expide un grito prolongado que a su vez es el de muchísimas personas, quienes padecen, como él, un encierro aplastante.
Small Axe
Quien siga las premiaciones de los óscars habrá notado que las comunidades negras han ganado buenos espacios en el mundo cinematográfico dominante. Figuras como Spike Lee, Ava DuVernay, Barry Jenkins, Ryan Coogler y Jordan Peele son varios de los directores más renombrados, pero ninguno de ellos ha demostrado tener el talento y la solidez narrativa del británico Steve McQueen (12 años de esclavitud, Shame) quien ha logrado con su nueva pentalogía para la BBC uno de los sucesos cinematográficos del año. Originalmente se pensó en una miniserie convencional de cinco capítulos, pero a medida que fue rodando, McQueen comprendió que tenía suficiente material como para convertir a cada uno de esos capítulos en largometrajes. Así que, a falta de un estreno nuevo, Steve McQueen lanzó cinco películas directo para la televisión, en el que parecería ser el punto más alto de su carrera. Cada una de ellas se centra en personajes y temáticas diferentes, pero en su acumulación de anécdotas, atmósferas, y situaciones disímiles, la serie supone una brillante recreación de la vida en la diáspora de Londres, desde los años sesenta a los ochenta.
“Si tú eres un gran árbol, nosotros somos la pequeña hacha” decía Bob Marley en su canción “Small Axe” de la cual esta serie toma su nombre. McQueen logra condensar y recrear acertadamente la vida en este contexto histórico, y lo hace con un notable énfasis en lo cultural, en las canciones, los festejos, la comida, la educación, en una lengua inglesa condimentada con dialectos múltiples (los inmigrantes negros provenían mayoritariamente de distintas islas del Caribe), la afirmación identitaria de un colectivo en perpetuo choque contra un racismo enquistado y estructural. Las políticas de segregación, más o menos disimuladas a nivel institucional, son expuestas con altura y madurez, sin que se las subraye con proclamas simplistas ni se apele a la obviedad panfletaria. De todos los capítulos, seguramente el mejor sea el segundo, Lovers Rock, centrado en una noche al interior de una fiesta under, en lo que sería un temprano predecesor de las raves en los sótanos. Una celebración hogareña en la que se vive un envolvente clima festivo al ritmo del reggae, del soul y justamente, del Lovers Rock -una combinación de ambos, con letras románticas- y en el que, además de una alegría y una sensualidad contagiosa, se respira asimismo una subrepticia y constante tensión. De hecho, una sirena utilizada por el discjockey -o como se llamara entonces- como transición entre canciones, hace pensar continuamente en una muy posible redada policial.
Love, Death & Robots
La primera temporada, lanzada en 2019, fue un suceso. Se trata de una antología animada original de Netflix, clasificada para mayores de 18 años por sus contenidos violentos y sexuales, y en la cual cada uno de los cortos posee alguno de los ingredientes nombrados en el título: amor, muerte o robots. En rigor, alguno de ellos no parecería cumplir con la premisa a rajatabla, pero puede decirse que ninguno se aparta de la fantasía y sus géneros más populares: el terror y la ciencia ficción. Como sea, al igual que el compilado The Animatrix (seguramente un precursor) cada uno de los cortos fue concebido por un estudio de animación diferente, y se trata de una entretenida forma de conocer las más innovadoras técnicas de animación y sus aportes a la narrativa audiovisual. En esta segunda temporada, los productores Joshua Donen, David Fincher, Jennifer Miller, y Tim Miller, echando mano sabiamente al dicho “menos es más”, comprimieron la temporada en ocho episodios (contra los 18 que hubo en la primera), logrando un mejor nivel y una mayor calidad promedio. Y las propuestas son completamente variadas: Automated Customer Service es un delirio futurista sumamente divertido, Pop Squad, una proyección social grave y dramática, The Tall Grass terror oscuro y clásico, The Drowned Giant, un planteo detenido, filosófico y trascendental. Quizá el mejor de los cortos sea All Through the House, una esmerada animación en stop-motion en el que un par de niños deciden, en la noche de navidad, quedarse despiertos hasta la llegada de Papá Noel, confrontándose a una pesadilla inimaginable.