Como Kevin Spacey en Belleza americana, Edmond es un hombre que un buen día decide deshacerse de sus ataduras, desentenderse de su mujer y su rutinario trabajo y salir a vivir la vida. Y ese “vivir la vida” significa, en primer lugar, tener todos los encuentros sexuales posibles. El recorrido primario de Edmond es un puñado de prostíbulos varios y bares de mala muerte, pero como Michael Douglas en Un día de furia, él es un hombre franco, directo, y no tolera que lo estafen. William H. Macy merecía que lo colocaran en otro papel protagónico desde su soberbia interpretación en Fargo, y la elección de adjudicarle este rol no podía haber sido más acertada: un loser demasiado simpático como para generar rechazo, un filósofo de bar homofóbico y racista que acaba destapando facetas de psycho killer. Hay que verlo inmerso en el hampa neoyorquino con su cara de ejecutivo embustero, discutiendo obstinadamente con prostitutas porque no está dispuesto a pagarles tragos de 50 dólares, cayendo paulatinamente en la demencia por las malas experiencias de su travesía. En una escena especialmente desfavorable se lo muestra empujando enérgicamente una puerta, que en realidad se abre tirando hacia atrás; la acción dura solo unos segundos, pero es muy representativa de lo que le va ocurriendo al personaje. Edmond es un ser que no cuadra en el ambiente, no conoce sus reglas de juego y se niega a adaptarse; una fuerza a contracorriente en un entorno hostil.
La película comparte el tono ácido de un Todd Solondz, pero sin que se cause tanto daño a sus personajes ni al espectador. Abundante en sarcasmos y humor negro, se sostiene con dos pilares fundamentales: William H. Macy, impagable, y un guión escrito por el gran David Mamet (Los intocables, Glengarry Glen Ross, Spartan) que aporta algunas líneas de diálogo geniales, –“¿de verdad mataste a esa chica?” -“es que creo que bebí demasiado café”- y una vuelta de tuerca final que resignifica bastante las cosas. El director es Stuart Gordon, quien supo pergeñar alguna película de culto como Re-animator, aunque en rasgos generales su obra deja bastante que desear. Aquí la dirección no sobresale y roza lo convencional pero tampoco decae en ningún momento.
Ya es algo frecuente para el cine norteamericano que en las películas la violencia emerja desde el mismo sistema, no desde las clases bajas, sino del centro, del stablishment. Como parecen decir los Coen en su Sin lugar para los débiles, las reglas de juego cambiaron. Hay unos cuantos fusibles saltando en las metrópolis, los adolescentes disparan a quemarropa sobre sus compañeros de clase y horrores incomprensibles emergen en los lugares menos pensados. El cine plasma la inédita sensación de que en Estados Unidos ya no quedan resquicios donde estar seguro.Un integrado pequeño burgués que decide romper con todo, cuando en el fondo lo que busca son prostitutas y arremeter a cuchilladas contra alguien, puede parecer ficcional y paródico, pero Edmond tiene también sus inquietantes correlatos en la realidad.
La película comparte el tono ácido de un Todd Solondz, pero sin que se cause tanto daño a sus personajes ni al espectador. Abundante en sarcasmos y humor negro, se sostiene con dos pilares fundamentales: William H. Macy, impagable, y un guión escrito por el gran David Mamet (Los intocables, Glengarry Glen Ross, Spartan) que aporta algunas líneas de diálogo geniales, –“¿de verdad mataste a esa chica?” -“es que creo que bebí demasiado café”- y una vuelta de tuerca final que resignifica bastante las cosas. El director es Stuart Gordon, quien supo pergeñar alguna película de culto como Re-animator, aunque en rasgos generales su obra deja bastante que desear. Aquí la dirección no sobresale y roza lo convencional pero tampoco decae en ningún momento.
Ya es algo frecuente para el cine norteamericano que en las películas la violencia emerja desde el mismo sistema, no desde las clases bajas, sino del centro, del stablishment. Como parecen decir los Coen en su Sin lugar para los débiles, las reglas de juego cambiaron. Hay unos cuantos fusibles saltando en las metrópolis, los adolescentes disparan a quemarropa sobre sus compañeros de clase y horrores incomprensibles emergen en los lugares menos pensados. El cine plasma la inédita sensación de que en Estados Unidos ya no quedan resquicios donde estar seguro.Un integrado pequeño burgués que decide romper con todo, cuando en el fondo lo que busca son prostitutas y arremeter a cuchilladas contra alguien, puede parecer ficcional y paródico, pero Edmond tiene también sus inquietantes correlatos en la realidad.
Publicado en Brecha el 20/3/08
Hace mucho tiempo que quiero ver esta película. Más que nada por el gran William H. Macy, uno de los mejores actores de su generación, lejos.
ResponderEliminarSaludos y hasta pronto.
Hernán.
Muy bueno y sugerente el comentario:
ResponderEliminarPues mira, siendo el guionista Mamet y con Macy de protagonista, no comprendo como hasta ahora no he sabido nada de esta película. :-)
Así que te debo la información.. :-)
¡Otra para el saco de búsqueda!
Un abrazo.
Hernán. Ahora ya tenés una recomendación más, a lo mejor te sirve para arrojarte de una vez. Sin ser una gran maravilla, creo que vale la pena.
ResponderEliminarJosep, tranquilo que yo no sabía nada de esta peli hasta que hace unos días me di de bruces contra ella. Deben de existir infinidades de buen cine que nos pasa desapercibido, supongo que esa es una de las razones de nuestra existencia en la blogósfera, verdad?
Habia escuchado vagos rumores sobre esta película pero no me había llamado tanto la atención. Lo que no sabía era que Stuart Gordon era el director, hecho que despertó mi curiosidad acerca de esta cinta.
ResponderEliminarBuena reseña.
Saludos