Muchos de los cuentos de hadas más difundidos hoy en día son versiones light, rebajadas de los contenidos sexuales o de truculencia extrema que existían en los relatos de tradición oral en los que se basan. Una de las más interesantes de las versiones originales es una de Caperucita Roja, en la que el lobo disfrazado le ofrecía de comer a la niña carne y sangre de su abuela recién descuartizada, y ella la aceptaba crédulamente. Además, el intrépido lobo le pedía que se sacara la ropa y se metiera en la cama con él, donde finalmente la devoraba.
Aún en la versión escrita de los hermanos Grimm de Blancanieves quedó intocado el castigo medieval que le era impuesto a la bruja, por el cual le colocaban un par de zapatos de hierro candente y le obligaban a pararse en ellos frente a Blancanieves, haciéndole “bailar” hasta caer muerta. El final de La sirenita, lejos de ser feliz, culminaba en el suicidio de la protagonista, y qué decir de La bella durmiente, a la que el príncipe, ardido en lujuria, no la arribaba precisamente para darle un beso de amor. Las versiones que hoy se difunden suelen ser más digeribles, y sin duda mucho más aptas.
Los cuentos infantiles dejan ver enseñanzas concretas que sin ser explícitas se desprenden fácilmente, y pueden ser leídas como advertencias morales orientadas al buen comportamiento de los niños. Es un ejercicio sencillo que permite delucidar ciertos valores reproducidos dentro de esas historias, en muchos casos originarios de tiempos ancestrales.
Caperucita Roja expone el peligro de hablar con extraños, Blancanieves y Hansel y Gretel que no es conveniente aceptar regalos de desconocidos, Pinocho muestra que no se debe mentir y que conviene portarse bien (recuérdese el detalle de las orejas de burro). Pero hay cuentos que inquietan especialmente en este sentido, que gozan de inmensa popularidad entre las niñas pequeñas y que ocupan un espacio sustancial en el acervo cultural occidental, en buena parte gracias a las versiones que Disney elaboró de ellas. Se trata de un tríptico de princesas: Blancanieves, Cenicienta y La bella durmiente.
En los tres casos, las protagonistas se distinguen por su especial inactividad, por no tomar decisiones por sí mismas. Son personajes cuyo principal atributo es su belleza y su “gracia”, que no se entiende bien qué es. Estos relatos dejan traslucir sus costados “moralizantes” en términos de contención, por no hablar directamente de enclaustramiento. Encierro físico pero sobre todo mental, reproducido socialmente por generaciones durante siglos. El paradigma es Cenicienta, una joven explotada por su madrastra que en ningún momento se plantea revelarse contra la autoridad, que lejos de eso, su accionar se reduce a acatar y esperar. Su don principal es la paciencia, aguardar por la llegada de un hada que la separe de sus problemas, y por el príncipe, que además la elegirá de entre una multitud de mujeres. Cenicienta reproduce valores funcionales a un orden social de antaño que impone la castidad, por el cual las mujeres se someten, no cuestionan las arbitrariedades y, por supuesto, no salen al cruce en pos de su felicidad.
Bruno Bettelheim señala que Cenicienta puede asociarse con las Virgenes Vestales de los primeros tiempos de la Antigua Roma, quienes cumplían una función aristocrática de cuidar el fuego sagrado (de allí las cenizas a las que haría alusión su nombre) y debían conservar su pureza por largos períodos de tiempo -el servicio podía durar 30 años- antes de poder casarse.
Partiendo de la base y acordando con las premisas de Bettelheim de que los cuentos son piedras angulares importantísimas para el desarrollo emocional e intelectual de los niños, sí cabe cuestionarse cómo cuadran esos valores ancestrales en el mundo occidental actual, cuántos de estos principios obsoletos de contención y castidad son reproducidos hoy en día y, por sobre todo, cúales son reforzados por cada uno de nosotros en nuestra vida cotidiana. Es difícil encontrar una niña pequeña de entre tres y ocho años que no juegue a ser una de las princesas señaladas, y esto no se debe solamente al poderoso atractivo de los relatos, sino a la reproducción de muchos de los conceptos dentro de su grupo familiar, así como por otros agentes socializadores (escuela, televisión, grupo de pares).
Es muy improbable en la vida real la llegada milagrosa de un príncipe azul, y ni que hablar del “felices por siempre’’; el choque del ensueño con el mundo terrenal genera frustración y sufrimiento, quizá la sensación de no-realización en una mujer. Por eso es crucial cuestionarse si esa inercia ancestral continúa siendo reproducida por nosotros mismos, si consciente o inconscientemente volcamos esos conceptos en nuestras hijas en un afán de contención, y si el sustantivo “princesa” trae en nuestros labios una connotación elogiosa o indirectamente lacerante.
En un estudio reciente de la Universidad Heriot-Watt de Edimburgo se tomó un paquete de cuarenta películas románticas lanzadas por Hollywood entre 1995 y 2005, analizándolas en detalle y focalizando la atención en cómo están presentadas en ellas las relaciones de pareja, su interacción, las formas de enamoramiento y seducción. Se extrajo un listado con una buena cantidad de nexos y de lugares comunes presentes en esas películas. Se señala, por ejemplo, que en los 84 casos en que un personaje toma la iniciativa para iniciar relaciones, 63 veces son hombres. Los personajes solteros son presentados en su totalidad en forma negativa, son pintados como seres solitarios y miserables, e incluso en dos películas en especial -Divinas tentaciones y Retrato perfecto- se sugiere que la soltería puede afectar la progresión profesional. Uno de los tópicos más repetidos es el enamoramiento mágico, a simple vista, muchas veces reforzado con una comunicación fluida e inmediata, y también la idea de “almas gemelas”, unidas por el destino.
El estudio afirma que los espectadores asiduos a este tipo de películas son más proclives a creer en el material ficticio presentado, y muestran menor distancia crítica que los consumidores de otros géneros. Las comedias románticas no suelen estar ubicadas en un espacio distante sino en uno realista y actual, y por ello son frecuentemente utilizadas como reflejo en donde el espectador compara su propia existencia.
Los psicólogos Bjarne Holmes y Kimberley Johnson, directores del trabajo, afirman que los usuarios tipo de esta clase de comedias suelen colocar el listón muy alto en sus expectativas, frustrándose en sus aspiraciones y no logrando una comunicación eficaz con sus parejas. Explican que muchos asesores matrimoniales asisten frecuentemente a personas que acuden con interpretaciones idealizadas de lo que deberían ser las relaciones románticas, y que la comunicación fluida, la comprensión y el compromiso profundo suele tardar años en consolidarse en lugar de surgir espontáneamente.
Cuando las expectativas se amontonan y se tornan específicas no hay especímen humano que pueda colmarlas. Los estándares estéticos dominantes cada día estrechan más sus márgenes, sumergiendo a la amplia mayoría de los integrantes de este mundo en la fealdad. Medir el éxito, la belleza, el desempeño sexual, la comprensión y la tolerancia, las debilidades, la compatibilidad con la otra persona es natural, pero muchos individuos pretenciosos en este sentido no pasarían un examen de similar magnitud por parte de otro. El resultado: más frustración, más sufrimiento, otra vez la sensación de no poder realizarse. El sexo más vulnerable en este sentido vuelve a ser el femenino, por ser el más presionado por parámetros estéticos y por estar implacablemente acotado por el tiempo.
Las comedias románticas suelen ser extensiones adultas de los cuentos de princesas. Cuanto menos arraigado tenga una mujer el verso del principe azul, cuanto menos crea en ese vivir feliz por siempre, cuanto menos desmedidas sean sus pretensiones afectivas, cuanto menos asuma un rol pasivo para iniciar una relación y más salga al cruce para obtener lo que desea, mayores serán sus posibilidades de congraciarse consigo. Los lastres culturales pesan, y muchas suelen desprenderse de ellos tardíamente.
Mientras tanto, sepan comprender que me entristezca un poco cada vez que mi hija pequeña dice ser la bella durmiente, y que me colme de orgullo cada vez que juega a ser “tigresa” de Kung-fu panda.
Aún en la versión escrita de los hermanos Grimm de Blancanieves quedó intocado el castigo medieval que le era impuesto a la bruja, por el cual le colocaban un par de zapatos de hierro candente y le obligaban a pararse en ellos frente a Blancanieves, haciéndole “bailar” hasta caer muerta. El final de La sirenita, lejos de ser feliz, culminaba en el suicidio de la protagonista, y qué decir de La bella durmiente, a la que el príncipe, ardido en lujuria, no la arribaba precisamente para darle un beso de amor. Las versiones que hoy se difunden suelen ser más digeribles, y sin duda mucho más aptas.
Los cuentos infantiles dejan ver enseñanzas concretas que sin ser explícitas se desprenden fácilmente, y pueden ser leídas como advertencias morales orientadas al buen comportamiento de los niños. Es un ejercicio sencillo que permite delucidar ciertos valores reproducidos dentro de esas historias, en muchos casos originarios de tiempos ancestrales.
Caperucita Roja expone el peligro de hablar con extraños, Blancanieves y Hansel y Gretel que no es conveniente aceptar regalos de desconocidos, Pinocho muestra que no se debe mentir y que conviene portarse bien (recuérdese el detalle de las orejas de burro). Pero hay cuentos que inquietan especialmente en este sentido, que gozan de inmensa popularidad entre las niñas pequeñas y que ocupan un espacio sustancial en el acervo cultural occidental, en buena parte gracias a las versiones que Disney elaboró de ellas. Se trata de un tríptico de princesas: Blancanieves, Cenicienta y La bella durmiente.
En los tres casos, las protagonistas se distinguen por su especial inactividad, por no tomar decisiones por sí mismas. Son personajes cuyo principal atributo es su belleza y su “gracia”, que no se entiende bien qué es. Estos relatos dejan traslucir sus costados “moralizantes” en términos de contención, por no hablar directamente de enclaustramiento. Encierro físico pero sobre todo mental, reproducido socialmente por generaciones durante siglos. El paradigma es Cenicienta, una joven explotada por su madrastra que en ningún momento se plantea revelarse contra la autoridad, que lejos de eso, su accionar se reduce a acatar y esperar. Su don principal es la paciencia, aguardar por la llegada de un hada que la separe de sus problemas, y por el príncipe, que además la elegirá de entre una multitud de mujeres. Cenicienta reproduce valores funcionales a un orden social de antaño que impone la castidad, por el cual las mujeres se someten, no cuestionan las arbitrariedades y, por supuesto, no salen al cruce en pos de su felicidad.
Bruno Bettelheim señala que Cenicienta puede asociarse con las Virgenes Vestales de los primeros tiempos de la Antigua Roma, quienes cumplían una función aristocrática de cuidar el fuego sagrado (de allí las cenizas a las que haría alusión su nombre) y debían conservar su pureza por largos períodos de tiempo -el servicio podía durar 30 años- antes de poder casarse.
Partiendo de la base y acordando con las premisas de Bettelheim de que los cuentos son piedras angulares importantísimas para el desarrollo emocional e intelectual de los niños, sí cabe cuestionarse cómo cuadran esos valores ancestrales en el mundo occidental actual, cuántos de estos principios obsoletos de contención y castidad son reproducidos hoy en día y, por sobre todo, cúales son reforzados por cada uno de nosotros en nuestra vida cotidiana. Es difícil encontrar una niña pequeña de entre tres y ocho años que no juegue a ser una de las princesas señaladas, y esto no se debe solamente al poderoso atractivo de los relatos, sino a la reproducción de muchos de los conceptos dentro de su grupo familiar, así como por otros agentes socializadores (escuela, televisión, grupo de pares).
Es muy improbable en la vida real la llegada milagrosa de un príncipe azul, y ni que hablar del “felices por siempre’’; el choque del ensueño con el mundo terrenal genera frustración y sufrimiento, quizá la sensación de no-realización en una mujer. Por eso es crucial cuestionarse si esa inercia ancestral continúa siendo reproducida por nosotros mismos, si consciente o inconscientemente volcamos esos conceptos en nuestras hijas en un afán de contención, y si el sustantivo “princesa” trae en nuestros labios una connotación elogiosa o indirectamente lacerante.
En un estudio reciente de la Universidad Heriot-Watt de Edimburgo se tomó un paquete de cuarenta películas románticas lanzadas por Hollywood entre 1995 y 2005, analizándolas en detalle y focalizando la atención en cómo están presentadas en ellas las relaciones de pareja, su interacción, las formas de enamoramiento y seducción. Se extrajo un listado con una buena cantidad de nexos y de lugares comunes presentes en esas películas. Se señala, por ejemplo, que en los 84 casos en que un personaje toma la iniciativa para iniciar relaciones, 63 veces son hombres. Los personajes solteros son presentados en su totalidad en forma negativa, son pintados como seres solitarios y miserables, e incluso en dos películas en especial -Divinas tentaciones y Retrato perfecto- se sugiere que la soltería puede afectar la progresión profesional. Uno de los tópicos más repetidos es el enamoramiento mágico, a simple vista, muchas veces reforzado con una comunicación fluida e inmediata, y también la idea de “almas gemelas”, unidas por el destino.
El estudio afirma que los espectadores asiduos a este tipo de películas son más proclives a creer en el material ficticio presentado, y muestran menor distancia crítica que los consumidores de otros géneros. Las comedias románticas no suelen estar ubicadas en un espacio distante sino en uno realista y actual, y por ello son frecuentemente utilizadas como reflejo en donde el espectador compara su propia existencia.
Los psicólogos Bjarne Holmes y Kimberley Johnson, directores del trabajo, afirman que los usuarios tipo de esta clase de comedias suelen colocar el listón muy alto en sus expectativas, frustrándose en sus aspiraciones y no logrando una comunicación eficaz con sus parejas. Explican que muchos asesores matrimoniales asisten frecuentemente a personas que acuden con interpretaciones idealizadas de lo que deberían ser las relaciones románticas, y que la comunicación fluida, la comprensión y el compromiso profundo suele tardar años en consolidarse en lugar de surgir espontáneamente.
Cuando las expectativas se amontonan y se tornan específicas no hay especímen humano que pueda colmarlas. Los estándares estéticos dominantes cada día estrechan más sus márgenes, sumergiendo a la amplia mayoría de los integrantes de este mundo en la fealdad. Medir el éxito, la belleza, el desempeño sexual, la comprensión y la tolerancia, las debilidades, la compatibilidad con la otra persona es natural, pero muchos individuos pretenciosos en este sentido no pasarían un examen de similar magnitud por parte de otro. El resultado: más frustración, más sufrimiento, otra vez la sensación de no poder realizarse. El sexo más vulnerable en este sentido vuelve a ser el femenino, por ser el más presionado por parámetros estéticos y por estar implacablemente acotado por el tiempo.
Las comedias románticas suelen ser extensiones adultas de los cuentos de princesas. Cuanto menos arraigado tenga una mujer el verso del principe azul, cuanto menos crea en ese vivir feliz por siempre, cuanto menos desmedidas sean sus pretensiones afectivas, cuanto menos asuma un rol pasivo para iniciar una relación y más salga al cruce para obtener lo que desea, mayores serán sus posibilidades de congraciarse consigo. Los lastres culturales pesan, y muchas suelen desprenderse de ellos tardíamente.
Mientras tanto, sepan comprender que me entristezca un poco cada vez que mi hija pequeña dice ser la bella durmiente, y que me colme de orgullo cada vez que juega a ser “tigresa” de Kung-fu panda.
Publicado en Brecha el 27/3/2009
Estimado Faraway: sin pretender de ningún modo inmiscuirme en su vida familiar, le hago llegar algunas sugerencias para que la psiquis de su pequeño retoño se vaya modelando en forma adecuada.
ResponderEliminar- Hasta los 8 o 9 años, vístala con el atuendo de "Wonder Woman" (para evitar malentendidos, puede sustituir las estrellas norteamericanas por las barras azulcelestes de nuestro pabellón nacional).
- De diez años en adelante, es ideal el atuendo de Supergirl - ya a esa altura va a tener claro que a los seres humanos les es imposible volar por sus propios medios, así que no correrá ningún riesgo.
- Al llegar a la crucial edad de 15 años, corresponde hacerle el alto honor de obsequiarle el traje de Batgirl, que le proporcionará la fortaleza necesaria para afrontar los sinsabores de la vida.
- Con 21 años, en pleno goce de sus derechos como persona adulta, podrá vestir el sensual y seductor uniforme de Catwoman y - si lo desa - someter a su pareja a sesiones de sadomasoquismo, látigo incluido.
- Finalmente, llegando a la tercera década, recomendamos un atuendo de corredor automovilístico preferentemente de color amarillo, al estilo del utilizado por Uma Thurman en "Kill Bill". La katana es opcional.
Esperando haber podido serle útil, lo saluda con el aprecio de siempre
Lonnie Blues, a.k.a. Dark Knight
:D :D :D :D :D :D
Impresionante artículo, Faraway, me ha encantado leerlo.
ResponderEliminarSaludos!
Lonnie, sus palabras destilan sabiduría, y ahora ya tengo resuelto mi problema. De haber sabido, le preguntaba directamente a ud. y me ahorraba unas cuantas líneas y tinta catódica.
ResponderEliminarMe atrae especialmente lo de la wonder woman de celeste y blanco... usté si que tiene buen gusto.
Babel, me alegra que te haya gustado, y que todavía no te hayas cansado de mis escritos. Te mando un gran abrazo.
Muy buena entrada. Aspecto muy importante en lo que planteas tiene que ver con la "dictadura de la imagen", y más especificamente la imagen en movimiento como sinómimo de "realidad".
ResponderEliminarYa Marshal MacLuhan en su obra daba cuenta de este tema. Las experiencias comunicativas en este último tiempo se desarrollan con exclusividad en la imgen, lo que provoca a la larga la distorsión de nuestra propia realidad, situación que bien expresas en lo escrito.
Al parecer la imgaen en movimiento resulta intrinsecamente ser la "panacea" para la formación, adoctrinamiento o educación de los seres humanos, lo que excluye otras dimensiones importantes que potencian la socialización, empatía y resilencia del propio hombre.
La recreación de un fragmento de realidad estimula la simplificación de conceptos complejos y atrofia lo que a la larga serán los ejes morales en las sociedades, por esto no es novedad ver que valores en antaño hoy en día son desechados o iconizados sólo desde perspectivas teóricas, siendo impracticables en la vida común.
La intensionalidad de la imagen es más fuerte, que por ejemplo, en la palabra impresa, por lo que la irresponsabilidad y falta de conciencia de ello provoca en gran medida los problemas cognitivos y de asimilización de realidad que postulas. Los cuentos -gran responsabilidad tiene Disney en ello-, ya no están diseñados para la mente de los niños, sino como prolongación de los "sueños" de los adultos, estando muy lejos de la perspectiva educadora que se les suele dar. Todo esto ocasiona que las nuevas generaciones ya tengan un lastre psicológico que los obliga a tener que asumir y superar los propios conflictos de sus padres. En el fondo los proyecta como seres restringidos hacia los problemas no resultos y heredados de generaciones anteriores y no les da la libertad de salirse de este circuito inutil y desarrollarse mentalmente hacia nuevos horizontes.
Por estos motivos -entre otros-, es que se tiene la sensación de pertencer a una raza que no está evolucionando al ritmo de los tiempos, sino más bien vive un estancamiento diseñado mediante el auto-engaño con herramientas activas en el desarrollo cognitivo como lo pueden ser las comunicaciones en general, cine incluido.
Buen tema en discusión.
Saludos.
Voy a empezar a recomendar este blog. A los geniales y demenciales comentarios de Lonnie aka Dark Knight le puede seguir un exabrupto erudito y teórico de un tal maedhroz. Y vengo aprendiendo como un bad motherfucka.
ResponderEliminarTantas gracias, mis amigos. Son todo. ;)
Jajajaja bueno, no puedes aludir defensa, la culpa es completamente tuya al proponer tal tema en la entrada, tentanción que resulta imposible de controlar y dejar de opinar.
ResponderEliminarSaludosa todos!