Rostros para la masacre
“Nos divertíamos matando chinos. Los enterrábamos vivos, o los arrojábamos al fuego, o los aporreábamos hasta la muerte. Cuando estaban medio muertos los empujábamos a las zanjas y los quemábamos, torturándolos hasta que morían. Todos lograban entretenerse de esa manera. Es como matar perros y gatos.” Asahi Shimbun. Soldado japonés.
El epígrafe sólo habla de algunas de las tantas formas en que los soldados de la armada imperial japonesa se ensañaron con la población china, durante los días de la masacre de Nankín, en 1937, tras la caída de lo que hasta entonces fue la capital china. Los japoneses torturaron, violaron y asesinaron sistemáticamente, sin importar si las víctimas eran ancianos, mujeres embarazadas o bebés. Puede decirse que los chinos más afortunados sucumbieron ante las ráfagas de las metralletas, ya que el muestrario de atrocidades perpetradas en Nankín es un capítulo especialmente deshonroso para la humanidad y para la historia del siglo XX. De esta manera, una película centrada en esas circunstancias podría haber sido de una truculencia extrema si tan sólo hubiera mostrado una fracción de las abominaciones en cuestión. Pero el director chino Lu Chuan omitió dar detalles y en cambio centró sus esfuerzos en personificar a las víctimas y a los victimarios, en dar rostros, involucrar al público, generar crispación y proveer de inmediatez a un episodio olvidado por muchos.
Ciudad de vida y muerte empieza con la llegada de los japoneses a Nankín, y el derrumbe a cañonazos de la histórica muralla que bordeaba la ciudad. Adentro tiene lugar un breve enfrentamiento bélico entre japoneses y una escasa resistencia armada -los oficiales chinos se habían retirado días atrás, dejando a buena parte de la población civil encerrada y a un muy mal nutrido e incomunicado batallón a cargo de la defensa de la ciudad-. Estas primeras escenas están filmadas con una destreza formidable, atrapan desde el primer minuto, y además plantean un doble abordaje al enfrentamiento, aportando el punto de vista de los soldados chinos y japoneses alternativamente, sin que haya lugar a la confusión. La perspectiva desde ambos bandos simultáneamente no llega a perderse en ningún momento.
Se entreteje entonces una suerte de relato coral, por el que se sigue de forma alternativa a distintos personajes reales involucrados, y de los cuales la mayoría muere sorpresivamente. Un soldado japonés atestigua atónito el exterminio perpetrado por sus colegas; varias personas a cargo de una zona de seguridad observan como los japoneses, lejos de respetar sus promesas, entran repetidamente a los campos de refugiados con un objetivo concreto: secuestrar mujeres. La masacre de Nankín también es llamada comúnmente la “violación” de Nankín, ya que en un período de seis semanas los japoneses violaron a decenas de miles de mujeres chinas. Uno de sus botines de guerra era lo que eufemísticamente llamaban “mujeres de confort”, esclavas sexuales que no solían durarles mucho tiempo ya que muchos soldados tenían la costumbre de bayonetearlas después de violarlas.
El brillo en la puesta en escena de Lu Chuan se hace sentir contínuamente. Cámaras subjetivas prolongadas que reafirman la adhesión a los personajes. Planos secuencias temblorosos, filmados con cámara al hombro, y que muestran parcialmente la masacre, con fundidos a negro que no ofician como transición hacia otras escenas sino como auténticas cegueras conscientes, como imposibilidad de observar un contexto que quema la vista. Las imponentes panorámicas que muestran las calles de Nankín desoladas, repletas de edificios en ruinas, recuerdan a la Varsovia destruída del final de El pianista. Por el blanco y negro permanente y la aproximación realista a aberraciones del pasado la película retrotrae también a La lista de Schindler, con la coincidencia de que John Rabe, un alemán nazi residente de Nankín, utilizó su influencia para salvar la vida de quizá doscientos mil chinos. La diferencia con el personaje de Schindler es que aquí no hay heroísmo alguno en su trazado, y se lo ve reiteradamente en un accionar comprensible aunque ciertamente degradante. Lu evita los heroísmos, la victimización y la satanización, y ante todo presenta a seres humanos, inmersos en una situación horripilante.
“Nos divertíamos matando chinos. Los enterrábamos vivos, o los arrojábamos al fuego, o los aporreábamos hasta la muerte. Cuando estaban medio muertos los empujábamos a las zanjas y los quemábamos, torturándolos hasta que morían. Todos lograban entretenerse de esa manera. Es como matar perros y gatos.” Asahi Shimbun. Soldado japonés.
El epígrafe sólo habla de algunas de las tantas formas en que los soldados de la armada imperial japonesa se ensañaron con la población china, durante los días de la masacre de Nankín, en 1937, tras la caída de lo que hasta entonces fue la capital china. Los japoneses torturaron, violaron y asesinaron sistemáticamente, sin importar si las víctimas eran ancianos, mujeres embarazadas o bebés. Puede decirse que los chinos más afortunados sucumbieron ante las ráfagas de las metralletas, ya que el muestrario de atrocidades perpetradas en Nankín es un capítulo especialmente deshonroso para la humanidad y para la historia del siglo XX. De esta manera, una película centrada en esas circunstancias podría haber sido de una truculencia extrema si tan sólo hubiera mostrado una fracción de las abominaciones en cuestión. Pero el director chino Lu Chuan omitió dar detalles y en cambio centró sus esfuerzos en personificar a las víctimas y a los victimarios, en dar rostros, involucrar al público, generar crispación y proveer de inmediatez a un episodio olvidado por muchos.
Ciudad de vida y muerte empieza con la llegada de los japoneses a Nankín, y el derrumbe a cañonazos de la histórica muralla que bordeaba la ciudad. Adentro tiene lugar un breve enfrentamiento bélico entre japoneses y una escasa resistencia armada -los oficiales chinos se habían retirado días atrás, dejando a buena parte de la población civil encerrada y a un muy mal nutrido e incomunicado batallón a cargo de la defensa de la ciudad-. Estas primeras escenas están filmadas con una destreza formidable, atrapan desde el primer minuto, y además plantean un doble abordaje al enfrentamiento, aportando el punto de vista de los soldados chinos y japoneses alternativamente, sin que haya lugar a la confusión. La perspectiva desde ambos bandos simultáneamente no llega a perderse en ningún momento.
Se entreteje entonces una suerte de relato coral, por el que se sigue de forma alternativa a distintos personajes reales involucrados, y de los cuales la mayoría muere sorpresivamente. Un soldado japonés atestigua atónito el exterminio perpetrado por sus colegas; varias personas a cargo de una zona de seguridad observan como los japoneses, lejos de respetar sus promesas, entran repetidamente a los campos de refugiados con un objetivo concreto: secuestrar mujeres. La masacre de Nankín también es llamada comúnmente la “violación” de Nankín, ya que en un período de seis semanas los japoneses violaron a decenas de miles de mujeres chinas. Uno de sus botines de guerra era lo que eufemísticamente llamaban “mujeres de confort”, esclavas sexuales que no solían durarles mucho tiempo ya que muchos soldados tenían la costumbre de bayonetearlas después de violarlas.
El brillo en la puesta en escena de Lu Chuan se hace sentir contínuamente. Cámaras subjetivas prolongadas que reafirman la adhesión a los personajes. Planos secuencias temblorosos, filmados con cámara al hombro, y que muestran parcialmente la masacre, con fundidos a negro que no ofician como transición hacia otras escenas sino como auténticas cegueras conscientes, como imposibilidad de observar un contexto que quema la vista. Las imponentes panorámicas que muestran las calles de Nankín desoladas, repletas de edificios en ruinas, recuerdan a la Varsovia destruída del final de El pianista. Por el blanco y negro permanente y la aproximación realista a aberraciones del pasado la película retrotrae también a La lista de Schindler, con la coincidencia de que John Rabe, un alemán nazi residente de Nankín, utilizó su influencia para salvar la vida de quizá doscientos mil chinos. La diferencia con el personaje de Schindler es que aquí no hay heroísmo alguno en su trazado, y se lo ve reiteradamente en un accionar comprensible aunque ciertamente degradante. Lu evita los heroísmos, la victimización y la satanización, y ante todo presenta a seres humanos, inmersos en una situación horripilante.
Publicado en Brecha el 15/1/2009
Una anotación más:
Aún habiéndome gustado mucho esta peli, hay algunos puntos que me gustaría remarcar ya que me generan dudas, y por no tener acceso a los libros de historia pertinentes no he podido confirmar su veracidad.
Es un hecho que Lu Chuan tuvo que hablar y discutir con los censores del gobierno para que le permitieran filmar la película. Luego de muchas idas y venidas la película cuajó, pero es de suponer que luego de que Lu hubiera pactado acuerdos con los censores. El guión fue modificado a partir de las charlas -esto lo dice el mismo Lu en una entrevista-, y supongo que no hay forma de saber cuál aspecto estuvo originalmente y cuál no.
Considerando esta situación, me llama particularmente la atención:
-La forma en la que los soldados chinos reciben a los japoneses. Un cordón humano de chinos armados, que no disparan una sóla bala sino que ofrecen una resistencia pacífica, al mejor estilo Ghandi. Quizá el hecho está documentado, pero me llama profundamente la atención. De hecho, miles de japoneses murieron en el enfrentamiento de Nankín y me cuesta creer que esa entrada a la ciudad haya sido así, y que los chinos no les hayan disparado al comienzo.
-Los soldados chinos eran mayoritariamente campesinos mal alimentados, ignorantes y sin ninguna experiencia militar. Y muchos de ellos tenían la moral por el piso, estaban asustados y tenían la intención de desertar. Los que se muestran en la película en cambio están bien nutridos y tienen una buena disposición; de hecho su desempeño en la película es ejemplar -aunque es cierto que sí se muestra a niños entre los combatientes, un dato fehaciente-.
Estos elementos no son suficientemente poderosos para convencerme de una influencia censora o autocensora, o de una deliberada voluntad propagandística -encumbrar a los soldados chinos sí lo es-. Pero lo dejo a consideración del espectador, y espero que el que sí tenga herramientas de contraste pueda ahondar eficazmente en estos puntos y llegar más lejos en el análisis.
Tu reseña, compa Diego, refleja fantásticamente todo ese horror que, conforme a lo que cuentas, ha de transmitir el film; no tenía referencia alguna de él, pero esos dos films con que lo asocias (El pianista y La lista de Schindler) sí que los conozco, y, si resultan un referente válido, no me caba duda alguna de que éste también habría de interesarme.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y buen día.
Muy buena reseña, Faraway. Además de todo lo que apuntas, añadiría que la película logra mantener el interés, probablemente porque el director no cae en el recurso fácil de satanizar por completo al invasor y elevar la víctima a la categoría de héroe, recurso del que ha abusado más de un film bélico hollywoodense.
ResponderEliminarSi le has cogido el gusto al cine bélico asiático, te diré que estoy sobre otra de la guerra civil coreana porque tengo de ella buenísimas referencias, igual o incluso mejores que esta: Taegukgi. Cuando la tenga completa (no es fácil), te cuento...
Saludos
Manu: Deberías darle la oportunidad, ya me contarás.
ResponderEliminarBabel, ese punto que nombrás lo puse en mi artículo, pero bueno, no está mal recalcar.
Taegukgi es excelente. Es de mis películas bélicas favoritas, en serio, y de las mejores películas coreanas jamás filmadas. Del mismo director vi un par de pelis más, pero nunca tan buenas como esa. Me gustaría que me mandaras un mail diciéndome dónde la conseguiste, porque lo he intentado y no es fácil...
Gran abrazo.
Probablemente el estado chino atraves de sus censores haya hecho sacar cualquier movimiento de resistencia o defensa activo o pasivo no sea cosa que a los chinos actuales les inspire y les dé por mandarse otra nanking. ah y a propósito aguante Google por haberse ido de China, habrán perdido puntos en le bolsa pero los ganaron en la credibilidad de sus consultantes.
ResponderEliminartambién pueden haber censurado -los chinos- cualquier atrocidad que hubiesen fomentado ellos en Indochina -ver Killig Fields por ejemplo peli del 85 protagonizada por Sam Waterstone que muestra las atrocidades perpetradas por el Khmer Rouge en Camboya.Que no jodan los chinos. Si ya sé que soy una vieja fascista, hijo.
Madre, por primera vez publicás un comentario que no es digno de una vieja fascista. Es un poquito generalizador sí, pero a grandes rasgos creo que tenés algo de razón.
ResponderEliminarAl fin y al cabo, viste que al menos uno de cada cinco comentarios que me mandás te lo publico.
Estimado bloguero:
ResponderEliminarNo son las tropas chinas recibiendo a las japonesas.
Fíjese en los cascos y las gorras. Los que "llegan" tienen cascos modelo alemán. Son las tropas chinas que intentan huir de la ciudad, retirarse.
Las tropas que les resisten,que pretenden impedir su salida de la ciudad como dice usted en plan "Gandhi" son chinas también, pero del Kuomitang, es decir, del partido comunista chino.
Jaime, hace tiempo había escrito un comentario agradeciendo tu comentario, pero hoy me doy cuenta de que no quedó registrado. En fin.
ResponderEliminarVoy a ver bien ese fragmento otra vez. Seguramente tengas razón, serán chinos contra chinos.
Muchas gracias por tu aporte!