jueves, 23 de junio de 2011

La búsqueda de lo intolerable


Como ya dije en un post reciente, el director mexicano Carlos Reygadas y el argentino radicado en Francia Gaspar Noé comparten en común algunas cosas. Ambos han sido catalogados como cineastas “malditos” por la prensa especializada. Los dos se dieron a conocer con un par de películas resistidas, chocantes y polémicas (Noé con Solo contra todos e Irreversible y Reygadas con Japón y Batalla en el cielo). Mientras el mexicano inquietaba a su audiencia con atípicas escenas de sexo, el argentino shockeaba al espectador con violencia cruda y realista. Ambos buscaron la incomodidad, y la lograron con creces. Si bien la crítica no supo bien qué hacer con estos cineastas –que daban muestras indudables de talento y de tener buenas ideas- lo cierto es que los detractores debieron cerrar sus bocas cuando surgieron sus últimas obras, imponentes e imprescindibles: Luz silenciosa –exhibida recientemente en Cinemateca- y Enter the void, que pide a gritos ser estrenada en un cine montevideano.
Como en su momento hubo un Buñuel, un Fassbinder o un Pasolini dispuestos a desconcertar y revolver estómagos, hoy hay directores como Takashi Miike, Lars von Trier, Todd Solondz, Noé y Reygadas que continúan ese legado de transgresión y de redimensionamiento del audiovisual. Cada ruptura, cada límite mental atravesado es un avance cultural que mueve al espectador a conocerse mejor a sí mismo y el entorno en el que vive. Los mejores directores malditos son aquellos que no sólo logran irritar, sino incomodar y que el espectador se lleve a su casa una espina puesta. Decía Pasolini que es mucho mejor llegar a la incomodidad que a la indignación: el cine que indigna no es demasiado efectivo, ya que la indignación se impone pero también se pasa pronto; en cambio la incomodidad se queda y prevalece. Cronenberg, por su parte, dice que el hombre aprende cuando llega a los extremos y que por eso mismo el arte debe apuntar a evitar todo lo que tranquiliza, y va más allá aún alegando que un artista debe dar lo que el espectador no sabe que quiere, algo que la próxima vez podrá saber que le gusta, aprendiendo a valorarlo.
Se dice también que el cine es una herramienta política muy útil, no en el sentido en que logre que la gente se movilice o que sea capaz de propiciar grandes cambios en el corto plazo, sino en el sentido de que influye en la manera de pensar, y ayuda a percibir el universo que nos rodea. Es por estas razones que se vuelve tan importante que a nivel artístico existan exponentes malditos dispuestos a trastocar nuestros esquemas mentales y patear bien nuestras seguridades.


Gaspar Noé tuvo la mejor publicidad imaginable gracias a reacciones negativas que generó su obra. Se hablaba de vómitos y desmayos en Cannes cuando se estrenó su película Irreversible, y tanto ella como Solo contra todos son obras capaces de lograr una fuga masiva de espectadores de las salas. ¿Qué mostraba Noé? Una violación en tiempo real, sin cortes, violencia contra menores y contra una mujer embarazada. Ahora bien, ¿está muy mal querer mostrar algunas de las facetas más oscuras de la realidad? ¿Es éticamente incorrecto el golpe bajo cuando lo que se busca es hacer pensar en este bicho revuelto, contradictorio e indigesto que es el ser humano?
Carlos Reygadas logra la incomodidad desde otro ámbito: el sexo. Y lo curioso es que no muestra ninguna práctica que escape a lo común. Pero lo que choca en su cine es la elección de los implicados. Parejas que estéticamente son el extremo opuesto a lo que los parámetros dominantes de belleza nos tienen acostumbrados, y en algunos casos con grandes diferencias de edad -en Japón tienen relaciones un hombre de unos cincuenta años con una mujer cercana a los setenta; en Batalla en el cielo, una adolescente con otro cincuentón- seres que, según los cánones, no merecerían tener sexo, menos que menos ser exhibidos en esas prácticas. La brutal incomodidad que despierta Reygadas lleva a pensar hasta qué punto nuestra percepción está moldeada por lo estéticamente aceptado, y cómo una pequeña variación en los estándares puede llegar a causar reacciones incomprensibles.
Es necesario analizar el shock. Cuestionarlo, ver por qué razón es tal, qué mecanismos psicológicos activa y por qué. Si ese golpe viene acompañado de una intención o un mensaje por parte del artista o, si en cambio, es pura gratuidad.
Para los casos referidos, creo que la experiencia vale la pena.


Publicado en revista Noteolvides 6/2011

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