jueves, 26 de abril de 2012

Secundarios en animación

Simpatía e incorrección  

Mucho se ha hablado de las grandes industrias de animación (Pixar, Dreamworks, Sony pictures animation, Blue sky studios, Walt Disney) y de la calidad inusual de este cine familiar dominante. Pero al nombrar los principales atributos del nuevo fenómeno se le otorga poca relevancia a un aspecto crucial: muchas de estas películas tienen personajes secundarios brillantemente definidos que, de algún modo, han quedado grabados a fuego en la recordación de varias generaciones de espectadores.  

Algunos llegaron a tener películas o series propias: Tinker Bell, El gato con botas, Timón y Pumba, los pingüinos de Madagascar. Los productores -que no mascan vidrio- saben darse cuenta de dónde están los atractivos principales en sus exitosas fórmulas; para qué seguir apostando a secuelas si se le puede sacar el jugo a la fuente directa, al personaje que ya logró una simpatía masiva. Se vuelve imperativo explotarlo, colocar al secundario como centro de atención. Pero por supuesto este es un recurso de refritaje, y las películas centradas en estos personajes finalmente suelen tener muy poco interés. ¿La razón? Que precisamente ellos fueron pensados y diseñados para ser secundarios, y como tales deben reunir ciertas características "de apoyo", muy diferentes a los de un protagonista. 
Digámoslo así: los personajes principales en estas películas suelen ser individuos de principios, ejemplos a seguir y sujetos con los que la audiencia pueda identificarse. Honestos, considerados, valerosos, preferentemente inteligentes, creativos a la hora de idear planes, carismáticos y ponderados. Así son casi todos, tómese un protagonista de una película animada reciente y con seguridad se encontrarán estos atributos. Pero el papel del secundario en cambio es el de mantener vivo el entretenimiento; lo ideal es que sean arrojados, obsesos, inconscientes, algo egoístas, algo defectuosos. En muchos casos funcionan como un contrapeso de inmoralidad en relación a la integridad moral del personaje principal, y quizá este mismo aspecto es el que los vuelve tan atractivos. 
Hay un tipo de secundarios que, por repetición, ya se ha vuelto un lugar común y un facilismo. Son esos que se pasan hablando sin parar, sobregirados y de sonrisa fácil: la clase de seres a los que sería difícil tolerar personalmente. Desde Disney ya venían así, Sebastián en La sirenita, el genio de Aladino, Pumba en El rey león. Hay cientos de estos ejemplares, y a cada rato la industria de la animación hecha mano a uno de ellos, como si se tratara de un comodín: Burro de Shrek, Julien el lemur de Madagascar, Mate de Cars. Más acá o más allá del umbral de la locura, básicamente todos repiten un mismo esquema: apelan a la simpatía fácil, dan la lata todo el tiempo, propinan un chiste atrás de otro -de los cuales quizá sean graciosos uno de cada diez- como para llenar los espacios vacíos del guión. 


A pocos les caben dudas de que de lejos el mejor personaje de la saga La era del hielo es Scrat, la ardilla prehistórica a la que se le va la vida en hacerse de su bellota. Un caracter así nunca podría protagonizar una película; es puro instinto y carece de materia gris. Su existencia debe ser esporádica, eventual y breve para ser efectiva. Monsters Inc reúne dos secundarios perfectos: Boo, la niñita sin miedo y Mike Wazowski, un personaje que, a pesar de ser pesado y verborrágico es salvado por un buen guión y por... ¡ser una pelota! La cantidad de buenos gags basados en el caracter esférico de Wazowski es realmente asombroso, y es un dato que confirma la relevancia del diseño estético de estos personajes. Igualmente inolvidable es Dory, de Buscando a Nemo. La memoria que se pierde en el corto plazo es una fuente infinita de chistes geniales, pero además, como todo buen acompañante, se convierte en pieza fundamental del viaje y su propia interacción con el protagonista lleve a que éste evolucione, crezca. De entre sus defectos, los secundarios dejan ver un inmenso compañerismo, una bondad conmovedora. 
Quizá la saga de Shrek nunca hubiera sido tan exitosa sino fuera por sus secundarios: Gato con botas, Jengibre, Pinocho, la princesa Fiona, la dragona. Y qué puede decirse de la trilogía Toy Story, un auténtico compendio: Buzz Lightyear y su esquizofrenia interplanetaria, el Señor cara de papa, Slinky el perro resorte, Rex el dinosaurio, Hamm el temerario cerdo alcancía, los obsesos marcianos. En Toy story 3 la saga fue invadida por un sinfín de secundarios excepcionales, que también están diseñados al detalle y que en apenas segundos demuestran una densidad emocional como pocos personajes de carne y hueso. Big baby y el oso Lotso -juguetes resentidos y abandonados que dominan ese campo de concentración que es la guardería Sunnyside- quizá sean la mejor dupla de villanos que haya dado el cine en la última década. Y qué decir de Eva de Wall-E, una auténtica excepción en lo que a secundarios refiere y una reformulación del rol femenino en el cine de entretenimiento. Mientras el personaje masculino y principal es débil, limitado y temeroso, ella es fuerte, astuta, poderosa. Su caracter defectuoso está en su programación, en su febril fijación por cumplir su cometido.


El incremento en la calidad de las películas de animación de los últimos veinte años tiene que ver con un proceso de "desinfantilización". Los guiones son más inteligentes, las temáticas más maduras, algunas referencias cultas o chistes son claramente orientados al espectro adulto de la audiencia. Pero no es sólo eso: ante todo se confía en la inteligencia de los niños para atar cabos, vincular ideas, deducir situaciones. El mejor cine infantil no explicita ni da todo digerido sino que sugiere, apela a que el espectador complete los espacios de sombra y se lleve algo en lo que pensar a su casa. Y desde que cambiaron los cánones de la animación dominante, los secundarios dejaron de ser meros títeres y comenzaron a convertirse en personajes de verdad. 
Para hacer buen cine no se requieren anécdotas originales, giros de guión excepcionales o la innovación forzada, y los directores y guionistas del mundo deberían pensar más en elaborar personajes creíbles; quizá una película no se sustente solamente en ellos, pero en muchos casos este componente las vuelve mucho más atractivas y memorables.

Publicado en "El Boulevard", junio/2012

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