domingo, 27 de mayo de 2012

Margin call (J.C. Chandor, 2011)

La tormenta antes del derrumbe

El guionista y director debutante J.C. Chandor logró esta película con apenas tres millones de dólares, una cifra irrisoria para los presupuestos acostumbrados en el cine estadounidense, y contó con un nutrido elenco que incluye a grandes talentos como Kevin Spacey, Jeremy Irons, Stanley Tucci, Simon Baker y Paul Bettany, o los jóvenes y televisivos Zachary Quinto y Penn Badgley. Normalmente un filme dotado de este plantel insumiría muchísimo más dinero, pero al parecer los actores confiaron y contribuyeron con el proyecto cobrando cifras simbólicas. A Chandor en definitiva no le ha ido nada mal, ya que esta película fue además estrenada en el festival de Berlín y su libreto nominado a mejor guión original para los oscar 2011.
Se trata de uno de esos thrillers financieros hiper-serios y de impronta más bien teatral, con tipos trajeados discutiendo asuntos gravísimos al interior de frías oficinas. Aquí la acción se centra en una poderosa firma financiera, apenas unos días antes de que se desencadenara la crisis bursátil que llevó al colapso de la bolsa de Nueva York en 2008. La historia se centra entonces en cómo un joven ingeniero descubre internamente el desastre inminente, y las reacciones que a partir de entonces tienen los implicados, de acuerdo a sus niveles de responsabilidad y su posición de poder dentro de la corporación. Se muestran las reuniones inmediatas, los espontáneos contubernios en los que se toma la decisión de salvar pellejos propios, de vender a la velocidad de la luz todas las acciones posibles antes de que el crac salga a la luz –en un acto tan inescrupuloso como autoconsciente- llevándolo a cabo sin considerar consecuencias o implicancias que excedan su mundo inmediato.
Es interesante y seguramente acertada la exposición de los grandes responsables del desastre como perfectos ineptos; el mandamás de la corporación, encarnado por Jeremy Irons, llega a pedirle al jovenzuelo que dio cuentas del desastre que le explique directamente lo que está pasando, y que lo haga como si le hablara “a un niño de cuatro años, o a un golden retriever”, dando cuentas de un analfabetismo funcional que explica en parte esa falta de sensibilidad que llevó a la desconsideración total del mundo externo. También la película permite ver cómo los criterios para configurar el personal, los ascensos o despidos en este entorno no obedecen a las calificaciones o al desempeño sino muchas veces a los vínculos de complicidad y silencio.
Quizá el personaje más defectuoso del cuadro sea precisamente el mismo de Jeremy Irons, nada menos que quien representa al neoliberalismo desbocado, y que pasa escupiendo frases impostadas y como de manual, como “no podemos cambiar las cosas, sólo reaccionar”, “el dinero son sólo papeles con dibujos” o “siempre ha habido ganadores y perdedores”. Quizá las mismas líneas caminarían mejor en otros contextos, pero aparecen insertos en diálogos altisonantes, en esas escenas alevosamente construidas para ser relevantes y para lucimiento de los actores.
Si bien se trata de un logrado fresco y la película camina bien, de todas maneras el guión no escapa a lo predecible y todo sigue su curso, sin giros inesperados, sin sorpresa alguna, sin destapar elementos que lleven a pensar el contexto con mayor profundidad. Si se busca esto último, mejor recurrir al documental Trabajo confidencial de Charles Ferguson, una pieza fundamental para comprender cabalmente toda esta historia reciente. 

Publicado en Brecha el 25/5/2012 

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