El lado oscuro
“Si la tecnología es una droga
–y se siente como una droga– entonces, ¿cuáles serían sus efectos secundarios?”
Charlie Brooker, creador de Black Mirror.
El espejo negro del título refiere a un monitor apagado. Y hay algo de
incómodo y de macabro en ellos, si uno los observa con detenimiento devuelven
la imagen propia y del entorno pero en penumbras; puede verse a uno mismo
envuelto en un mundo de oscuridad. Los monitores apagados son como una molesta
presencia latente, y será por eso que la gente se empeña tanto en mantenerlos
encendidos. Para colmo cada vez son más: están colgados de las paredes,
escondidos en los bolsillos, reposando sobre los escritorios.
Esta impactante e incisiva miniserie británica nos invita a que por un
rato veamos reflejadas nuestras subjetividades en ella, a enfrentar las
penumbras que rodean al fenómeno de los medios masivos y a reflexionar, a
partir de parábolas profundas relativas a la tecnología y sus efectos, cómo
ella determina nuestra forma de ser, y cómo ha transformado nuestra
cotidianeidad.
Black Mirror consiste en tan sólo tres episodios,
independientes uno de otro. Los tres están provistos de una factura impecable,
presentan guiones dinámicos, inmensamente originales, dotados de giros
sorpresivos y desestructurantes. El primero de ellos, El himno nacional, comienza abruptamente con el primer ministro de
Inglaterra recibiendo una llamada urgente en plena madrugada. Pronto cae en la
cuenta de que fue secuestrada la princesa Susannah, integrante de la familia
real, y que se hizo público un video transmitiendo exigencias delirantes e
inadmisibles por parte de los secuestradores, que lo conciernen directamente:
si quiere salvar la vida de la princesa, él deberá fornicar -literalmente- con
un cerdo, transmitiendo el acto en vivo a través de las principales cadenas de
televisión nacional. De ahí en más, el episodio hace un recuento de una serie
de reacciones, en el círculo político del ministro, en los estudios de
televisión, en la calle, las de su propia esposa. Por sobre todo, se explora
cómo los medios masivos y los grupos de poder se organizan y bailan en función
de una cambiante e insustancial entelequia: la sagrada “opinión pública”.
Quince millones de puntos en cambio se sitúa en una ambientación futurista: un muchacho negro
vive encapsulado en una suerte de campo de trabajo en el que debe sentarse a
diario y pedalear sobre una bicicleta fija, hipnotizado por monitores de
programación limitada. Su libertad se reduce a pedalear más o menos, quitar o
dejar fluir las invasivas publicidades que se le aparecen -hasta en su propia
habitación-, elegir uno de los cinco o
seis programas televisivos existentes. Uno de ellos, el fundamental, el más popular,
es el típico concurso caza-talentos en el que un jurado detestable se descarga
impiadosamente contra el mediocre de turno. Aquí la serie refiere a la
homogeinización del gusto, a la capacidad de los medios de anular el verdadero
talento, de cooptar buenas ideas, de transformarlas en algo burdo y
caricaturesco -incluidas las más aguerridas manifestaciones críticas- y a la
creación de sueños artificiales. En determinado momento una chica de voz
privilegiada es señalada en el concurso como un verdadero talento, y es
destinada entonces a ser la nueva estrella... ¡de un programa pornográfico!
Algo que no se aleja demasiado a lo que ocurre en el mundo actual con
muchísimas jóvenes aspirantes a modelos o a bailarinas.
Tu historia completa es
la tercera y última entrega. En ella el dispositivo de la "memoria
perfecta" se ha convertido en tecnología de uso generalizado, un chip
implantado que permite a los usuarios guardar todos sus recuerdos, archivarlos,
y rebobinar en cualquier momento para poder acceder a ellos y revisarlos. Pero
para el protagonista se convierte en el detonante definitivo de una crisis
conyugal aguda. Dispositivo mediante, llega a tener conocimiento de la
existencia de un affaire pasado de su mujer, corroborando los hechos mediante su
implacable y dolorosa visualización.
Charlie Brooker, impagable creador de esta serie y
guionista de los primeros dos episodios, es un afamado columnista de The
guardian. Hay veces que la ficción sirve como prueba más que convincente de
ciertas abominaciones invisibles pero existentes, y su Black Mirror da
cuentas nada menos de cómo nuestra vida privada está siendo moldeada y
fagocitada por los medios masivos, y hasta qué punto lo que parecería
facilitarnos la vida en realidad puede llegar a complicarla o a destruirla.Publicado en Brecha el 31/9/2012
He tenido oportunidad de verla y me parece excelente. Corta, pero cada capítulo te da una visión muy exacta de los niveles y poder que llegan a alcanzar los medios de comunicación y las personas que observamos. Como casi seimpre, Diego, das unas recomendaciones muy buenas. Sigo tu blig desde hace tiempo, así que, ya que casi nunca escribo, aprovecho para felicitarte.
ResponderEliminarImposible no recordar "The Matrix" al ver estas tres pequeñas obras de arte. Felicitaciones Faraone pocas personas se habían detenido en esta excelente producción.
ResponderEliminarMuchas gracias a ambos :) Gracias por leer y comentar. Abrazo!
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