martes, 8 de enero de 2013

La vida de Pi (Life of Pi, Ang Lee, 2012)

Cuando los animales atacan


El trailer puede ser engañoso: un montón de imágenes de tipo salvapantallas, de colorido refulgente, panorámicas naturales, animales variopintos, chicas hindúes que bailan envueltas en sus saris. Esto lleva a pensar en la basura eco-documental new age a la que venimos acostumbrados, y en humanos dialogando con los peces, tipo Disney o Liberen a Willy. Pero claro está que nunca hay que creer en lo que dicen los trailers. También hay que recordar que quien está detrás de este emprendimiento es nada menos que Ang Lee.

Si cabe hablar de cineastas eclécticos, seguramente a ninguno le quepa hoy mejor la categoría que al director chino. Si El banquete de bodas y Comer, beber, amar, tenían cierta estética en común, con la grandiosa Sensatez y sentimientos el cineasta cambiaría radicalmente tiempo y espacio. Luego vino una brillante obra coral (La tormenta de hielo), un western de primer nivel (Cabalga con el diablo), fantasía y artes marciales (El tigre y el dragón), una de superhéroes (Hulk), de oscarizado amor gay (Brokeback Mountain), un drama histórico (Deseo, peligro), y finalmente un musical (Taking Woodstock). Con Life of Pi se podría decir que nos encontramos en el terreno del cine de supervivencia, el cual supo concebir películas como Náufrago o la reciente Essential Killing.

Un joven hindú tiene un hobby muy particular: colecciona religiones. O mejor dicho, practica varias al mismo tiempo, creyendo en todas por igual y sin encontrar grandes contradicciones en tan diversas formas de concebir al mundo. Cuando su familia, urgida por la situación económica, decide irse junto a él hacia Canadá, el barco en el que viajan naufraga en una tormenta, quedando él como único superviviente humano y con la poco grata compañía de una cebra, una hiena, un orangután y un tigre, en un mismo bote y a la deriva. Lo que sorprende del asunto es la increíble capacidad de Lee para hacer entrar al espectador en esta inverosimilitud. La incorporación permanente de elementos de tensión -los evidentes problemas entre los animales, la falta de comida, los tiburones que circundan- llevan a que la travesía sea tan ardua y fatídica como atractiva y palpitante. La brutal fotografía de Claudio Miranda (El curioso caso de Benjamin Button) y una excelente dirección de animales, combinada con logrados efectos de CGI -es muy difícil definir cuándo es una cosa, y cuando la otra- convierten a esta aventura en una experiencia especialmente vívida.

Por fuera del puro impacto, existe cierta enigmática profundidad en esta lucha contra la naturaleza y los elementos, en las invocaciones a un dios apático e indolente, en las revelaciones finales sobre qué podría ser real y qué no de toda esta gran fábula. La película, lejos de redondearse en conclusiones terminantes, se completa en la psiquis del espectador. Como el mejor cine.

Y no hay caso, esto es algo que hay que ver en pantalla grande.

 Publicada en Roumovie, el  4/1/2013

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