La frustración hecha carne
Hay mucha rabia en el
cine argentino reciente. O al menos un puñado de nuevos cineastas
que están imponiéndose con películas poderosas y viscerales, de
una constante violencia soterrada; la clase de cine que duele pero
que al mismo tiempo no se puede dejar de mirar. Pablo Fendrik y su
cuadro urbano en La sangre brota
aportaban
una
mirada
sin
precedentes
sobre
la
peor
idiosincrasia
bonaerense
imaginable
y,
si
hablamos
de
rabia,
ningún
ejemplo
podría
ser
mejor
que,
valga
la
redundancia,
La rabia,
de
la
hija
de
desaparecidos
Albertina
Carri.
Allí
se
planteaba
el
cuadro
rural
de
una
familia
que
bordeaba
el
salvajismo,
en
la
árida
pampa
argentina.
En
cualquiera
de
los
dos
casos,
las
propuestas
realistas
y
cierto
acierto
en
exponer
situaciones
reconocibles
y
lamentablemente
humanas,
convierten
a
ambas
películas
en
dos
de
las
más
importantes
concebidas
en
el
vecino
país
en
los
últimos
años.
En
esta tendencia podría inscribirse esta película, ópera prima de
Milagros Mumenthäler. El planteo es inmersivo, abrupto. La clase
de propuestas que nos llevan al medio de la acción sin presentar a
los personajes y sus vínculos, sin dar conocimiento de historias
previas. Buena parte de la gracia está en ir descubriendo,
paulatinamente y a medida que transcurre el metraje, la naturaleza de
estas relaciones, las particularidades del grupo humano, los secretos
que subyacen. Está claro que en una película de estas
características la labor activa del espectador, estimulada desde el
comienzo, es fundamental. Por esto, quizá sea conveniente que quien
no la haya visto deje de leer esta reseña.
Las tres protagonistas bordean los veinte años, y en su comportamiento cotidiano, en los tratos, en las constantes desavenencias, fricciones, broncas y malas leches, pueden intuirse inmensas frustraciones y un estado de vulnerabilidad muy particular. La incomodidad se impone no sólo por el clima de tensión que se respira en esa casa, sino por todo lo que hay oculto, los tabúes que no pueden invocarse y que solo son sugeridos parcialmente, en palabras aisladas, en pequeños gestos -las tres actrices están formidables-. Las dimensiones de la casa -que nunca llegamos a ver completa-, la dirección de arte, la puesta en escena habla de ausencias determinantes, hay objetos que no pueden pertenecer a las chicas: un tocadiscos, muebles viejos.
A
medida
que
transcurre
la
película
comprenderemos
que
las
tres
son
hermanas
y
que
se
encuentran
en
un
período
de
duelo,
que
su
abuela
vivía
en
la
casa
y
murió
hace
poco
y
que,
a
pesar
de
una
convivencia
enfermiza,
existe
una
gran
interdependencia.
De
los
padres
nada
concreto
puede
saberse,
salvo
que
están
perfectamente
omitidos
del
cuadro
-la
posibilidad
de
que
sean
hijas
de
desaparecidos
debe
descartarse,
ya
que
sus
edades
no
se
condicen
con
tal
hipótesis,
aunque
cierto
es
que
este
hecho
no
impide
una
válida
equiparación-.
Con
absoluta
seguridad,
la
directora-guionista
impone
un
abordaje
psicológico
tan
profundo
como
enigmático
a
tres
formas
distintas
de
afrontar
la
pérdida,
así
como
un
recorrido
a través de una
progresión
de
descargas
y
catarsis
que
puede
conducir
a
nuevas
formas
de
territorialidad
y
de
relaciones
de
poder,
a
la
maduración
y
a
la
final
superación
de
los
lastres
pasados;
el
tocar
fondo
muchas
veces
obliga
a
salir
del
pozo,
con
la
mirada
puesta
en
el
porvenir.
Publicado en Brecha el 15/2/2013
Bueno, me he leído la reseña por encima, porque no la he visto y según leo es mejor ir descubriendo el asunto por uno mismo. Promete, así que espero verla pronto y volver con los deberes hechos ;)
ResponderEliminarUn saludo
:) Síii creo yo que no te arrepentirás. Decime entonces. Va un abrazo!
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