Un norte a seguir
El BAFICI es uno de los festivales de cine de referencia en la región. Una primer ventana de estrenos en Latinoamérica, y un punto al que confluyen cinéfilos, especialistas y programadores de festivales cercanos para estar al tanto del cine de calidad que se viene y que sobresale en todo el mundo. La diversidad de países y de géneros, la riqueza autoral y la abrumadora oferta lo convierten en una experiencia en la que vale la pena incursionar.
Cuando la programación de un festival cuenta con 473 películas -de las cuales 272 son largometrajes-, la sospecha de estar perdiendo continuamente grandes obras se covierte pronto en una certeza. A lo largo y ancho de la ciudad, en once sedes distintas –y en algunos casos muy distantes unas de otras- el más importante y prestigioso festival de cine de la ciudad de Buenos Aires ofrece una variedad apabullante que implica sacrificar constantemente experiencias posibles (charlas, espectáculos musicales, funciones al aire libre, películas proyectadas en la bóveda del Planetario, retrospectivas) en favor de una sustanciosa inyección de cine. Si la atención del visitante está orientada a las películas más actuales y novedosas, es lógico llevarse como una forma de balance final, cerca de una quincena de las más destacables. Las favoritas de este cronista son reseñadas a continuación, sin otro orden que el alfabético:
5 broken cameras (Emad Burnat, Guy Davidi. Palestina / Israel / Francia / Holanda)
Hay documentales que indignan hasta lo inimaginable. A lo largo de cinco años el estado israelí expropió por la fuerza terrenos palestinos cercanos a la vivienda del granjero y cineasta Emad Burnat, construyendo luego el muro de Cisjordania como para marcar los nuevos límites “de hecho” de sus asentamientos. Durante ese tiempo, el director no paró de filmar en las manifestaciones contra la opresión militar israelí, y su persistencia le costó cinco cámaras -baleadas, destrozadas, arrojadas contra el piso- y casi su propia vida. En esta progresión, Emad capta la forma en que algunos de sus compañeros son asesinados, y cómo va enquistándose el germen del odio entre sus colegas palestinos y sus propios hijos. Desde un comienzo en que la resistencia tiene lugar en manifestaciones fraternas y pacíficas, se llega paulatinamente a ruidosas, sufrientes y temibles asonadas. Codirigido por un israelí, el documental también expone con acierto la colaboración por parte de activistas israelitas hacia la causa palestina, como para recordar que las generalizaciones no son justas ni pertinentes.
A hijacking (Tobias Lindholm. Dinamarca)
Un buque mercante danés es súbitamente secuestrado por piratas somalíes. Pero esta vez los villanos no son filibusteros provistos de parches, loros y patas de palo, sino que son oscuros como el azabache, vienen armados con ametralladoras y no parecen vacilar demasiado a la hora de perforar rehenes a tiros. Se propone una doble perspectiva, por la cual la narración acompaña simultáneamente a un cocinero del barco que sufre los maltratos de los secuestradores, y al lider CEO de la compañía, encargado de las negociaciones con ellos. La ansiedad y la adrenalina se entremezclan con el sudor y la mugre que impera dentro de ese barco, y el espectador queda colocado al borde de la butaca durante todo el metraje. La película está entonces dotada de una tensión constante, pero sobre todo acierta notablemente en la configuración de perfiles psicológicos, haciendo énfasis en los traumas y la forma en que tanto los rehenes como los negociadores pueden quedar estigmatizados, trastocados de por vida luego de una experiencia de este calibre.
Au bout du conte (Agnès Jaoui. Francia)
El brillante dúo de Jean-Pierre Macri al guión y Agnès Jaoui en la dirección que ya nos había divertido con las notables El gusto de los otros, Como una imagen y Háblame de la lluvia, aportan otra vez su talento como creadores -y como actores- desplegando la típica comedia francesa: coloquial e inteligente, aguda en el tratamiento de personajes, notablemente actuada, eficiente a nivel rítmico y narrrativo, sorprendente dentro de sus posibilidades. Mofándose de los cuentos de hadas, derrivando sus arquetipos y valiéndose de ellos para plantear desventuras amorosas en un estimulante cuadro coral contemporáneo, Jaoui y Macri se las ingenian para crear una película divertidísima y, ya que están, para destacarse como los principales exponentes del género en su país.
Citadel (Ciaran Foy. Irlanda / Reino Unido)
Un placer culposo. Es una verdadera pena que una de las mejores películas de terror de los últimos años sea tan terriblemente reaccionaria y fascistoide. En un futuro cercano, un muchacho ve, sin poder hacer nada, cómo tres delincuentes atacan a su mujer embarazada y le clavan en la panza una jeringa infectada. Una vez muerta su esposa y nacida la bebé, el traumatizado joven desarrolla una agorafobia galopante y un temor atroz a toda figura sospechosa. El asunto sería más aceptable si sus miedos fueran infundados, si los monstruos demoníacos no se parecieran tanto a la gente en situación de calle, y si la enfermera que le insiste al protagonista que todo se soluciona con amor no fuera salvajemente destrozada. Citadel plasma, con inquietante orquestación atmosférica, los miedos de la europa acomodada y vulnerada y, lo que es aún más indigesto, alguna de sus ideas para finiquitar las amenazas.
Closed curtain (Jafar Panahi, Kambuzia Partovi. Irán)
Es grandioso saber que, a pesar de la condena a seis años de prisión contra el cineasta iraní Jafar Panahi y de su prohibición expresa por parte del gobierno de rodar por 20 años, el hombre continúe estrenando, de alguna manera, sus nuevas películas. Panahí filmó clandestinamente en su casa de vacaciones, -¿un rodaje de antes de que fuera recluido?; los detalles no se han especificado y para sorpresa de los censores las películas continúan saliendo, como si las filmara su fantasma- en compañía del director Kambuzia Partovi (guionista de la gloriosa El círculo), apersonándose ambos en los fotogramas. Closed curtain es un sentido experimento metacinematográfico en el que Panahi se debate entre la depresión y las pulsiones de muerte, entre sus incansables deseos de expresarse y la prisión mental y corporal en la que se encuentra. Dotada de diferentes capas de ficción, se trata de la obra más indisimuladamente alegórica del maestro y una increíble prueba de libertad: el triunfo definitivo de la vocación creadora sobre las ataduras represivas.
El gran simulador (Néstor Frenkel. Argentina)
Néstor Frenkel (Buscando a Reynolds, Amateur), el más original y divertido de los documentalistas argentinos, se centra una vez más en una personalidad excéntrica, asombrosa, única en su especie. El ilusionista manco René Lavand es una leyenda viva, un profesional que, luego de un accidente automovilístico, orientó sus energías a realizar trucos de magia, principalmente con cartas, con su única mano hábil. Sarcástico, provocador, hábil declarante, Lavand realiza trucos imposibles, escondiendo la complejidad de las ilusiones por detrás de una aparente y desconcertante simpleza. Lavand se enfrenta a las cámaras desde su casa y su contidianeidad, con una soltura y un sentido del humor que lo convierten en una figura tan carismática como profunda. Su éxito, explica, no radica tanto en su uso profesional de la baraja, sino en la forma de incorporarse, en sus miradas, en el uso de la oratoria, de los silencios, de los recursos dramáticos utilizados en su puesta en escena. Y Frenkel, enamorado de lo que fue y ya no está, rinde tributo a un espectáculo de antaño que de la mano de Lavand conserva su atractivo intacto.
El otro día (Ignacio Agüero. Chile)
En una flamante retrospectiva dedicada al documentalista chileno Ignacio Agüero, sobresalieron varias de sus películas menos conocidas, y en particular esta curiosa indagación. Agüero parte de una premisa sencilla y original: cuando una persona pasa por la puerta de su casa y golpea a su puerta -ya sea un cartero, un drogadicto, un viejo amigo o una chica buscando trabajo- les pide los datos y sus direcciones, y les pregunta si él mismo podría ir a visitarlos a sus casas, así como ellos acudieron a la suya. De esta manera, el cineasta se inmiscuye con su cámara en viviendas que en algunos casos se encuentran ubicadas al otro lado de la ciudad de Santiago. Con la curiosidad de un niño y una notable habilidad como entrevistador, va alternando la multiplicidad de relatos con datos de su historia personal, dando así un pantallazo al Chile reciente, con una soltura irreproducible, sentido del humor y buenas dosis de nostalgia.
Habi, la extranjera (María Florencia Álvarez. Argentina / Brasil)
La brillante actriz Martina Juncadella (Excursiones, Encarnación, Abrir puertas y ventanas) interpreta a una muchacha de provincia que, con la excusa de hacerle un encargo a su familia decide instalarse en la capital, aterrizando quizá azarosamente en el universo de una comunidad musulmana, en pleno Buenos Aires. Así, la chica obtiene rápidamente un empleo en un supermercado y comienza a tomar clases de árabe, con rezos y costumbres incluidas. Al apropiarse del nombre "Habi", se vuelve clara su voluntad de despegarse de su pasado y de construir una personalidad distinta, integrándose al mundo del islam, pero el asunto se complica cuando comienza a salir con un chico musulmán, llegando así a un conflicto con su nueva identidad. El relato es ágil, la ambientación precisa, hay personajes sólidos y los ritmos y las tensiones están hábilmente dosificados. Conviene apuntar el nombre de la directora debutante María Florencia Álvarez.
Hawaii (Marco Berger. Argentina)
Se dice que el director Marco Berger (Plan B, Ausente) filma siempre la misma historia con pequeñas variaciones. Pero los fanáticos de Ozu, de Rohmer o de Lucrecia Martel tendrán bien en claro que eso no es una limitación sino que, por el contrario, puede interpretarse como la depuración de un estilo, como la insistencia en representar obsesiones vitales y de llevarlas hasta un extremo, agregando cada vez más capas de complejidad. La creciente tensión sexual que tiene lugar entre un trotamundos y un escritor burgués acomodado que no se ven desde que eran niños es lo que mantiene un interés creciente y constante, considerando que se trata de una historia sencilla, básica, prácticamente intercambiable con otras. Pero una notable dirección de actores permite intuir los dobleces emocionales, las culpas, las frustraciones, las limitaciones personales que impiden que una atracción mutua y evidente pueda llegar a concretarse.
Lazos perversos (Park Chan-wook. Estados Unidos / Reino Unido)
Es probable que ningún director hubiera sido más adecuado para filmar el lúgubre guión de Wentworth Miller (sí, el protagonista de la serie Prison Break), pero aún así, debe decirse que el mismo se encuentra en un tono e intensidad muchos decibeles y amperios por debajo de lo que normalmente logra el desquiciado Park Chan-wook en su Corea natal. El resultado es un ejercicio hitchcockiano estilizado y elegante, pero filmado con el pulso de un director que conoce el paño y que sabe proponer excesos como ningún otro. Poderosos planos-detalle, sugestivos fundidos de imágenes, una viva paleta de colores y una compaginación fotográfica y sonora que juegan fuerte en función de la locura, la fiebre sexual y la violencia que se contienen y se conservan para estallar finalmente en hermosas y brutales catarsis. Como ya nos demostró el colega surcoreano Kim Jee-woon dirigiendo a Schwarzenegger, ni la maquinaria de Hollywood puede doblegar el poderío tras de cámaras de los cineastas surcoreanos.
Los posibles (Santiago Mitre, Juan Onofri Barbato. Argentina)
Nada tiene que ver con El estudiante, ni remotamente, la nueva película de Santiago Mitre en colaboración con el coreógrafo Juan Onofri Barbato. Este último había concebido el espectáculo de danza Los posibles junto a un grupo de adolescentes marginados que habían ido a parar al centro de integración social Casa la Salle. El resultado de ambas disciplinas, el cine y la danza, es aquí estimulante y poderoso, fuerzas de la naturaleza captadas en un hermoso blanco y negro, cuerpos musculosos e inmaculados en una composición de juegos homoeróticos y coreografías viriles, expresivas y enérgicas. La despojada aunque espectacularmente lograda puesta en escena y la lisa y llana composición recuerdan a Pina, en la cual también confluían dos grandes talentos, el del cineasta Wim Wenders y el de la legendaria coreógrafa y bailarina Pina Bausch. Las distancias conviene salvarlas, pero cada quien sabrá definir si es más o menos intensa y vital esta película que aquella otra.
Nobody's daughter Haewon (Hong Sang-soo. Corea del Sur)
Como para reconfirmar el buen gusto de los programadores del festival, otra de las retrospectivas se centró en el surcoreano Hong Sang-soo (Turning gate, A tale of cinema, In another country) heredero del cine y las obsesiones del maestro Eric Rohmer, y gran seguidor de su estilo. En esta, su última película, Hong retoma su vertiente más oscura retratando un personaje masculino irritante y egocéntrico, pero asimismo humano y reconocible. Hong demuestra ser maestro del artificio al proponer situaciones perfectamente naturalistas, y de saber crear incomodidades surgidas al exponer fricciones y dolencias emocionales y afectivas que determinan el frágil equilibrio de sus criaturas. El personaje femenino, “hija de nadie” como dice el título -aunque su madre existe y aparece al comienzo- parece tener una predilección por los hombres mayores, quizá resultado del desarrollo de una pulsión edípica, y participa en esos sueños en los que se evocan fantasías y se procesan pérdidas.
The shine of day (Tizza Covi, Rainer Frimmel. Austria)
Los directores que fueron revelación hace pocos años con La pivellina retoman su estilo cotidiano y de difusos límites entre la ficción y el documental para plantear la historia de un talentoso y reconocido actor de teatro que es sorprendido, en su apartamento, por la visita de un tío desconocido y rechazado por la familia; un veterano artista circense especializado en el lanzamiento de cuchillos y la lucha cuerpo a cuerpo contra osos grizzlies. El contrapunto entre dos carismáticas personalidades dedicadas en alma y vida al espectáculo, por un lado el joven actor al que le ofrecen actuar constantemente en obras de Hamburgo y Viena y por el otro el anciano que busca trabajo y no lo encuentra, da la nota de un trasfondo social agravado por las circunstancias de un vecino moldavo con dos hijos y apartado de su mujer, la cual no puede obtener la visa para entrar a Austria. Estas circunstancias encaminan la historia y los personajes hacia una anécdota de rescate clandestino, con emoción y un profundo humanismo.
Three sisters (Wang Bing. Francia / Hong Kong)
Es difícil recomendar un lento y distendido documental de dos horas y media, en el que no pasa mucho y que se centra en la vida cotidiana de tres niñas. Pero la propuesta inmersiva e hiperrealista en su mundo, en sus juegos y hazañas cotidianas, en su labor recogiendo estiércol, es una experiencia que no podría dejar al espectador inalterado. Las tres niñas viven en la China rural profunda, a siglos luz de almacenes o supermercados, en una rústica vivienda en la que conviven con su padre, su abuelo y algunos animales de corral. Infestadas de piojos, vestidas con ropas andrajosas, deseosas de comer algo distinto a su dieta básica (como una manzana), estas tres niñas rescatadas del fin del mundo van convirtiéndose en protagonistas adorables. Lejos del espectáculo, Three sisters es una efectiva denuncia sobre las condiciones miserables en la China actual, sobre familias abrumadas por los impuestos e incapacitadas de costear una educación mínima para sus sucesores.
Viola (Matías Piñeiro. Argentina / Estados Unidos)
El director de Todos mienten, El hombre robado y Rosalinda concibe aquí una obra desconcertante a su manera, una película que pareciera estar compuesta por fracciones de existencia, como fotografías al azar en la vida de varios personajes bonaerenses. Sin embargo, esta exposición fragmentaria y aparentemente arbitraria es sugerente sobre lo que les sucede a estos personajes, acerca de la etapa de la vida en que se encuentran, sobre lo que les ocurrió previamente y lo que les ocurrirá después, y en cualquier caso dejan a disposición del espectador enigmas y elementos con los que especular sobre ese devenir vital. Piñeiro se afirma con un estilo muy especial, con un acercamiento a personajes plagado de primeros planos y voces en off, una soberbia dirección de actores y una aproximación intimista que lleva a la ilusión de encontrarse entre ellos, charlando apaciblemente luego de un encuentro casual. Luego de un visionado en el que no queda bien claro hacia dónde conduce la narración, queda instalada la sensación de un drama complejo y profundo.
Publicado en Brecha el 26/4/2013
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