jueves, 24 de octubre de 2013

Relocos y repasados (Manuel Facal, 2013)

Otro Uruguay 



Cinco jóvenes deciden embarcarse en lo que definen como un "experimento social" tomando cada uno una droga distinta (marihuana, cocaína, éxtasis, LSD y quetamina respectivamente). Lo que podría significar una tarde en un "viaje" apacible y en una casa confortable, se convierte pronto en un infierno: la menor y más inexperiente de los miembros del equipo pierde el conocimiento, a la novia del protagonista se le muere la abuela y lo requiere urgentemente. El grupo debe separarse y cada uno emprender su camino por la suya, y se siguen en montaje paralelo sus desventuras particulares. En el trayecto habrá experiencias alucinatorias, golpizas, accidentes, intentos de disimulo frente a padres, persecuciones de autos. 
"Una comedia de drogas y enredos" describen las sinopsis. La frase invita a pensar en una película del tipo ¿Qué pasó ayer?  -amigos desbundados que salen a romper la noche y a sí mismos-, pero en este caso la travesía no es algo que ya ocurrió sino que se vive en tiempo real, y la ingesta masiva de estupefacientes es también un plan voluntario, premeditado. Tampoco sería pertinente la comparación con obras moralistas de tipo Réquiem por un sueño, en la que el consumo llevaba a irreversibles espirales de autodestrucción, ni siquiera con un drama de tipo Trainspotting, quizá más orientado a exponer una realidad social como algo tan desacatado como contradictorio. Si corresponde aproximar Relocos y repasados a otra película, quizá lo más cercano sería la notable Pánico y locura en Las Vegas, de Terry Gilliam, con Benicio del Toro y Johnny Depp en plena cruzada de aventuras lisérgicas a través del desierto. Como en esa película, aquí las drogas, o más bien los personajes embebidos en ellas, con alucinaciones y sin control de sus acciones, son vehículo para una experiencia cinematográfica, para la creación de atmósferas, para una sucesión de adversidades condimentadas con un factor extra. 
El espíritu anárquico de Facal se hace patente en su ausencia de miedo al ridículo -algo que se echa mucho en falta en el cine occidental actual- en un humor socarrón y directamente escatológico, en plasmar un ejercicio catártico en el cual la corrección política y las buenas formas son pisoteadas. La escena del supermercado, en la que dos mujeres, -una de ellas anciana- exprimen leche de sus pechos y la vuelcan sobre el protagonista es uno de los tantos tramos surrealistas que jamás hubiéramos imaginado ver en el cine uruguayo, y que, como delirio, funciona de maravillas. El contrapunto de los padres aburridos y pequeñoburgueses que van a ver un recital de Gilberto Gil en plena tarde o se preocupan por la carne que comerán en la noche, dejando a sus hijos a cargo de un auto (que será destruido) y una casa (en la que se intoxicarán hasta la manija), supone un atractivo choque generacional.
Las drogas, por mal que a algunos les pese, son una realidad, y especialmente entre los más jóvenes -está aún en carteleras Adoro la fama, de Sofía Coppola, que presenta un cuadro adolescente en el cual las drogas tienen también un papel ineludible-, y muchas veces funciona como fuente de adrenalina, como descarga o como simple esparcimiento. En cualquier caso son una posibilidad, tentadora y ubicua, una vía en la cual canalizar energías juveniles, un sustituto generacional para volcar toda esa líbido que quizá hace cuarenta años la izquierda orientó a la militancia, a la lucha armada o a ir a tirar piedras en una manifestación. Facal presenta, además de una divertida película de género, un mundo en el que el consumo es la elección, una propuesta cinematográfica en la cual los protagonistas no son héroes, no son ejemplos -todos los personajes atraviesan el patetismo de una forma u otra-, pero sí tienen claro que no piensan renunciar a esa forma de vida. 
La película tiene sus defectos: algunos de los diálogos están presentados en picos de acción desatada, generando un anticlimático contrapunto; hay personajes que no funcionan tan bien como otros y un diálogo del protagonista con su novia en un bar parecería inserto en la anécdota sin mucha coherencia ni razón de ser. Pero seguramente nunca se había visto un cine uruguayo tan fresco, anárquico, entretenido, incorrecto y deliberadamente desquiciado. 

Publicado en Brecha el 18/10/2013

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