sábado, 7 de junio de 2014

Manual del macho alfa (Guillermo Kloetzer, 2014)

Entretener sin concesiones

 

 

La Isla de Lobos es una reserva natural ubicada a unos ocho quilómetros al sureste de Punta del Este. Fue históricamente utilizada para la matanza de lobos marinos (se comercializaban sus pieles, su grasa y su aceite), pero a partir de 1992 se prohibieron esas prácticas y hoy se trata de la colonia reproductiva de lobos marinos australes más grande del mundo. Es un atractivo para turistas que pasan a dar un vistazo por las inmediaciones y para científicos que estudian el comportamiento de los lobos, leones y elefantes marinos que allí conviven. 
El director de cine y biólogo Guillermo Kloetzer (Redrat, Machos marinos, Salma y el ratón) decidió que esta población podría ser objeto de un divertido documental de fauna, e instaló allí sus cámaras, además de en la Península Valdés, en Chubut. El registro en que se alterna una mirada grave pero de tintes jocosos; a medio camino entre la comedia y el drama, la ficción y el documental, lleva a pensar en un juego que explora nuevos registros, similar al de El Bella Vista, otro intrépido abordaje que también tenía su dosis de tanteo experimental. 
Como en aquella película, una dirección notable orquesta un cúmulo de talentos: se cuenta con fotógrafos experimentados como Marcelo Casacuberta y Gustavo Riet (ambos profesionales de trayectoria registrando fauna), una vez más tenemos a Daniel Yafalián y a Maximiliano Silvera respectivamente en sonido y música, y hay simpáticos interludios animados concebidos por el equipo de Palermo Estudio (Anina). La parsimoniosa voz en off de César Troncoso oscila su registro desde el canchereo cómplice hasta la pesadumbre circunspecta, en un tono a la vez socarrón y amigable que lleva a pensarlo como un tío simpático que nos estuviera relatando una fascinante epopeya. La división episódica del relato en los trece pasos a seguir para ser un verdadero Macho Alfa agrega un adictivo abordaje lúdico, condimentado con algunas ocurrencias –es brillante la escena en que el narrador especula acerca de qué sucedería si los átomos de la madre y el hijo lobo confluyeran, luego de muertos, en una misma gaviota–. 
Si esta estructura es propia de un "manual", desde los primeros pasos podemos caer en la cuenta de que la vida sexual de un lobo marino dista mucho de la de un ser humano –aunque a veces la gracia esté en encontrar esas pequeñas semejanzas– y que lo último que podría hacerse es tomárselo en serio. Pero además, es clara la intención desmitificadora de la visión del "macho" fornicador. Se presenta un animal que se encuentra abocado todo el día a la cópula compulsiva y a defender su territorio constantemente de la invasión de otros lobos marinos. Si la vida del macho alfa no parecería muy deseable, tampoco lo es el proceso para llegar a ese estadio. Quizá el mayor mérito de esta película esté allí, en no ahorrar los malos tragos, en presentar una mirada a la naturaleza rehuyéndole a la armonía y a esos equilibrios idílicos que suelen esbozarse en los menos recomendables documentales de fauna.

Publicado en Brecha el 6/6/2014

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