miércoles, 8 de octubre de 2014

Por qué Orange is the New Black

Cautivas


Cuando uno ve películas europeas centradas en asuntos sociales como las notables Entre los muros, Polisse, El niño de la bicicleta o La hermana lo primero que llama la atención son los grandes contrastes. Hay una gran distancia entre lo que suponen ciertos ámbitos de necesidad del primer mundo y los que se viven en nuestras periferias, donde existen situaciones de miseria consolidada que se reproducen desde hace generaciones, y se cuenta con muchos menos recursos orientados a los servicios sociales, personal reducido y muchas veces poco capacitado. Es decir; existe una diferencia abismal, chocante e ineludible, entre la calidad de vida de los sectores sumergidos de algunos de esos países y los de estas latitudes. "¿De qué se quejan?" podría pensar a priori un espectador tercermundista, considerando semejante desigualdad. 
Pero si bien se trata de un pensamiento legítimo, es también un tanto tramposo. La tesitura podría conducir a pensar en cualquier aproximación a un tema social como superflua, ya que siempre en alguna parte alguien podría pasarla peor –de infiernos sabe mucho este mundo– y así solo podrían representarse como idóneos ciertos cuadros límites irrespirables. 
Orange is the New Black se ambienta en una cárcel de mujeres en Litchfield, Nueva York. Pero por lo general lo primero que se aclara en las reseñas sobre la serie es que no se trata de una cárcel de máxima seguridad, sino de un espacio en el que apenas se ven barrotes, en los cuales hay habitaciones amplias, buena iluminación, espacios al aire libre y hasta recovecos en donde las reclusas pueden gozar de cierta intimidad. Ellas almuerzan en un amplio comedor, y la cocina presenta platos variados y postre. Además, todas pueden ejercitarse y matar el tiempo ejerciendo un oficio. Es decir, desde una óptica tercermundista, se trata prácticamente de una cárcel modelo. Pero lo bueno de esta serie y de las películas nombradas en el primer párrafo, es precisamente saber problematizar, humanizar y dar cuentas de que, aún encontrándose en condiciones no precarias, los personajes pueden vivir circunstancias que los oprimen, dando cuentas de dramas y tragedias particulares en las que podemos vernos reflejados y que nos permiten entender que en muchos entornos disímiles suelen vivirse situaciones opresivas o directamente abrumadoras. Las enfermedades sociales pueden venir ligadas a asuntos coyunturales diversos como la discriminación, la desigualdad económica, el poder, las estructuras jerárquicas, el abuso o la injusticia, y esta clase de aproximaciones dejan en claro esta realidad. Más allá de la calidad de vida en prisión, el énfasis parecería estar en cómo afecta en la persona el simple hecho de perder la libertad, de pasar a vivir confinado y a ser excluido de la comunidad. 


Rompiendo estereotipos. La historia está basada en los hechos reales descritos en el best-seller autobiográfico Orange is the new black: Crónica de mi año en una prisión federal de mujeres de Piper Kerman. En el libro Kerman, como Piper Chapman –su alter-ego en la serie– cumple una condena de más de un año tras ser detenida por una breve incursión en el narcotráfico. Una vez confinada, entra en contacto con un universo femenino de reglas y dinámicas propias, en las que sus conocimientos universitarios le son en principio poco útiles. Es expuesto el paulatino aprendizaje por el cual debe asimilar y adaptarse a los mecanismos internos imperantes, intentando sortear las amenazas que se ciernen y asimismo ser aceptada por el resto de las reclusas.
En este discurrir se da a conocer una fauna variopinta, personalidades disímiles, representativas de un lugar y de una época. La inefable "Red" (Kate Mulgrew) apodada de ese modo por el color de su cabello pero también por su origen ruso, quien se aboca al negocio clandestino dentro de la cárcel; Alex Vause, (Laura Prepon) ex-novia de Piper y quien en definitiva la condujo al mundo del narcotráfico; la bien conectada Nicky (Natasha Lyonne) ex-drogadicta y ninfómana lésbica; "Pennsatucky" (Taryn Manning, seguramente la mayor revelación actoral del cuadro) quien parece haber quemado todas sus neuronas con la metanfetamina y se encuentra siempre proclive a la hostilidad y al delirio místico; la también inestable "Crazy eyes" (Uzo Aduba), manipulable y especialmente peligrosa, y la increíble Lorna Morello (Yael Stone) quien detrás de una fachada de chica adorable esconde quizá la historia más inquietante de todas.
Estos personajes y una veintena más son los que negocian, traman, despliegan estrategias, se aman o violentan en un discurrir diario dentro de la penitenciaría. Por lo general se utiliza una estructura narrativa de estilo Lost, seguimos a alguna de las reclusas en su vida carcelaria, pero mediante un montaje paralelo se relatan fragmentos de su existencia anterior, las circunstancias en las que vivía antes de ser apresada y, sobre todo, las razones por las que fue condenada. De esta manera se va conformando un universo coral en el que el espectador va nutriéndose de información acerca del pasado reciente de cada uno de los personajes implicados, llegando a conocer más de ellos que quienes los circundan.
Este proceso es uno de los mayores aciertos: los personajes comienzan a ser paulatinamente desestereotipados, y el espectador asiste a un proceso de humanización de cada uno de ellos. Incluso los mismos guardias a cargo de la seguridad de la cárcel van adquiriendo un perfil cada vez más interesante. Si bien en un comienzo podemos pensar en personajes simples, carentes de relieves psicológicos o emocionales (la rubia ingenua, la lesbiana sexy, la loca peligrosa, el guardia abusivo), de a poco van dándose a conocer sus ambigüedades, sus problemas, sus dudas, sus sueños, sus pequeñas alegrías. Entre otras cosas, vislumbramos la forma en que un pequeño cambio en la estructura de poder transforma radicalmente el comportamiento de un personaje. Por ejemplo, "Taystee" (Danielle Brooks), quien en un comienzo se muestra como una chica simpática y agradable, en la segunda temporada adquiere un perfil de bully, dejando entrever costados profundamente reprobables; sin embargo esta metamorfosis es percibida por la audiencia como algo lógico, como parte de una sucesión de acontecimientos que, en definitiva, lo vuelven hasta comprensible. Asimismo Caputo (Nick Sandow), un consejero que a fines de la segunda temporada pasa a ser el nuevo alcalde de la prisión, pese a cierta simpatía intrínseca acaba incurriendo en claros abusos de poder, despertando la sospecha de que pueda convertirse en el "villano" de la siguiente temporada.


Más allá de los géneros. La parcelación o "guetización" en distintos grupos raciales o etarios lleva a las reclusas a ubicarse con los suyos y disgregarse: negras por un lado, latinas por otro, hillbillies o procedentes de las áreas rurales, ancianas, y otras. Estos grupos defienden sus intereses al tiempo que se disputan territorios, generando de a ratos tensos y temibles enfrentamientos.
Además del plantel fijo de personajes, existen siempre en los márgenes una masa de mujeres, extras que funcionan como material de "reposición" en caso de que el guión requiera de nuevos secundarios; asimismo, la llegada de nuevas camadas de reclusas (las nuevas llegan vestidas de naranja, el color que desde el título se nombra de modo irónico, como parte de una nueva moda) asegura la renovación periódica del plantel.
Dotados de un excelente sentido del humor, plagados de diálogos ocurrentes e hilarantes, los guiones dan con la nota perfecta por la cual la comedia se entrecruza con el drama, y el suspenso es desarrollado sin perderse nunca de vista el costado social. Esta cruza de géneros lleva a un registro cambiante, a partir del cual uno puede verse tenso y al borde del asiento en un momento y desternillándose a los pocos minutos. Y vale la pena destacar la forma (brillante) en que se trabaja la ansiedad del espectador: si bien cada capítulo tiene cierta unidad y generalmente sobre el final se cierra su planteo principal, al mismo tiempo se abren y dejan picando otros elementos, quizá más graves, muchas veces más inquietantes. Este factor explica en parte la poderosa carga adictiva de la serie.
Pero hay otra cosa. Más allá de los conflictos, de las luchas internas, de las tramas, las conspiraciones y cierta tensión sexual entre las reclusas, ocasionalmente también surgen ciertos destellos luminosos, momentos de fraternidad sutil en que las chicas descubren, dejan de lado las fachadas, desvelan una nota cómplice en la mirada de la otra. Una humanidad impensada, una conmovedora belleza que se asoma desde atrás de la rígida coraza que se han impuesto y que tanto les hace falta para subsistir.

Publicado en Dossier, Octubre 2014.

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