lunes, 3 de noviembre de 2014

7 cajas (Juan Carlos Maneglia, Tana Schembori, 2012)

Marginales y a los tiros 


Para algunos productores cinematográficos ya debe ser hasta deseable vivir en un país tercermundista y dar con algún submundo marginal donde campee la pobreza y la delincuencia, para poder así explotarlo en un thriller trepidante a lo Hollywood y poder venderlo no sólamente a festivales de todo el mundo, sino también a cadenas televisivas y cines comerciales. Es probable que todo haya empezado en las favelas y en Ciudad de Dios, aunque también esa película bebía en parte de los westerns mexicanos de Robert Rodríguez (El mariachi, La balada del pistolero) y de la sordidez de González Iñarritú (Amores perros), la fórmula funcionó tan bien que hasta el británico Danny Boyle se llevó un oscar con Slumdog Millionaire, enfocando esa vez la miseria en los suburbios de Agra, India. Hoy, las películas que surgen y que se ubican precisamente en entornos miserables, siempre con un registro tenso, con tiros, narcotraficantes, y delincuencia al por mayor son cada vez más, como si a los pobres les hiciera falta aún más estigmatización. Lo ideal es dar con una locación célebre en este sentido, un ambiente real ya de por sí sórdido (de Argentina podemos nombrar el mercado de La Salada, el edificio de Elefante blanco) y plantar allí las cámaras. Hasta Uruguay tiene un ejemplo local, Reus, aunque por contraste el planteo suene un tanto irrisorio y hasta oportunista. 
Aquí le tocó el turno al Mercado Municipal Nº 4 de Asunción, una gran feria ubicada entre casas descascaradas y techos de chapa. Como en varias de las películas nombradas, los protagonistas son niños; como en casi todas ellas el montaje es dinámico, se utilizan imponentes planos secuencias que recorren presurosos los intrincados y laberínticos senderos a través de los recovecos del barrio, y una estética clippera de montaje fragmentado, música electrónica y tomas radicales (con la cámara a ras del suelo o sobre los tejados). Así, la película está dotada de un ritmo vertiginoso y de tensas persecusiones, dignas del mejor cine de género. 
El protagonista, un niño feriante, obtiene casi por casualidad un encargo atípico: transportar en una carretilla siete cajas a cambio de la mitad rasgada de un billete de 100 dólares, mucho más dinero junto del que vio en su vida. La otra mitad le será entregada cuando devuelva la mercadería. Pero el muchacho se ve involucrado en un entuerto mayúsculo, ya que por el misterioso contenido de esos embalajes comenzarán a disputarse todo tipo de delincuentes, otros feriantes y hasta la policía. Esta película fue un éxito radical de taquilla en Paraguay, vendiendo más entradas que Titanic y abriendo caminos a la cinematografía paraguaya, de la que poco y nada conocíamos hasta el momento. Pero en definitiva, además de ser muy popular, es sumamente disfrutable y contiene mucha acción, toques de comedia, drama y un infaltable componente social por el cual se exponen condiciones de vida funestas y se les da voz, sentimientos y una densidad humana a niños y adultos trabajadores. Aunque a este cronista aún le quedan dudas acerca del impacto de esta clase de producciones respecto a las desigualdades y las brechas sociales existentes.

Publicado en Brecha el 31/10/2014

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