viernes, 5 de diciembre de 2014

29º Festival de Cine de Mar del Plata

Mar de películas 

 


Como Bafici, el Festival de Mar del Plata es uno de los más grandes referentes del cono sur. Cada vez más popular, con salas repletas, una programación que no podría ser más variada y situado en el centro de una ciudad atestada por el inicio de la temporada turística, el mega-evento ofrece al cinéfilo visitante una nutrida cantidad de actividades y posibilidades de someterse a una sustanciosa inmersión de celuloide. 

"Bienvenido al más peronista de los balnearios argentinos", me dijo un amigo porteño ante mi llegada a Mar del Plata, y pude corroborar que hay mucho de cierto en la afirmación; al parecer, Mar del Plata fue despojada, durante el primer gobierno de Perón, de su característica precedente de balneario para gente adinerada y comenzó a convertirse en una ciudad popular, un destino para el "turismo obrero". En marzo de 1954 el "General" mismo se jactaba de haber transformado la ciudad: "El 90 por ciento de los que vereanean en esta ciudad de maravilla son obreros y empleados de toda la patria". La cifra del 90 por ciento era desmedida, pero esta tendencia se afirmó y en el año 1973 existían en Mar del Plata 62 hoteles sindicales. Hoy, aún es visible que no se trata de un destino turístico para las élites, sobre todo por los precios, bajos incluso para quienes vienen desde Buenos Aires. La arquitectura llana e insulsa y playas poco atractivas para un uruguayo se compensan en parte por este otro lado: un kilo de tomates a once pesos argentinos, un almuerzo en un restaurante, con pan y bebida, a cincuenta pesos, una entrada de cine para el festival, veinte pesos (y aún menos para estudiantes y residentes). Una tachera de la zona me comenta: "los ricos se van a veranear a otra parte, los 'caretas' ni pasan por acá"; (al parecer el término del lunfardo se utiliza de un modo algo distinto a nuestro uso montevideano). 


La otra nutrición. A veces los festivales de cine dan, más por casualidad que por otra cosa, la oportunidad de contrastar miradas sobre una misma temática. La diversidad reunida a lo largo de varios días en pantallas permite reflexionar sobre asuntos que se repiten, dejando ver elementos en común que enriquecen la visión. Entre las múltiples temáticas que podrían resaltarse de esta edición, la niñez como etapa del aprendizaje estuvo presente en varios de los más sobresalientes y sensibles películas de la selección. La infancia es un período en que el individuo absorbe, como si fuera una esponja, todos los estímulos provenientes del mundo exterior, y entre los varios aspectos positivos o negativos que tienen un efecto permanente en las personas, por supuesto uno de los más significativos es la estabilidad social y económica; los niños no eligen el entorno en el que nacen, y su azarosa y arbitraria exposición al mundo depende de otra gente que elige por ellos (en el mejor de los casos) o que simplemente hacen lo que puede para garantizarse a sí mismos y a aquellos bajo su cuidado la estabilidad que permita la supervivencia. 
En el filme colombiano Gente de bien, Eric, un niño de diez años, sufre sucesivamente el abandono de su madre, de su padre e incluso de una familia que, de alguna manera lo "adopta" por un breve tiempo. Eric es un niño perfectamente sano, pero podemos ver cómo esos traumas afectan su personalidad, poniéndolo a la defensiva y volviéndolo agresivo de a ratos. Por si esto fuera poco, Eric comienza a experimentar por primera vez en su vida el impacto social; viviendo de paso junto a una familia de clase alta, comienza a ser gradualmente discriminado y excluido por su grupo de pares. Gente de bien muestra mejor que ninguna otra película la brecha social y ciertos choques ocurridos en la convivencia de personas de diferentes estratos, y expone brillantemente en toda su inmediatez la invisible pero ineluctable fobia hacia los pobres instalada en las clases pudientes, incluso entre aquellos que se jactan de ser gente progresista y solidaria. 
No menos impresionante, la película surcoreana Alive cuenta una historia terrible. El protagonista (interpretado por Park Jungbum, director de la película y ganador del premio Ástor de Plata a mejor actor) acaba de perder su vivienda por una inundación. El pago por su reciente y abnegado trabajo en una construcción le fue robado por un capataz que se dio a la fuga y, debiendo lidiar con la llegada del helado invierno, encuentra trabajo en una plantación de soja, en la provincia nevada y montañosa de Gangwon. A pesar de todos sus esfuerzos para asegurarle cierta estabilidad a su sobrina Ha-na, las circunstancias lo exceden constantemente: su hermana sufre serios problemas psiquiátricos, el dinero no le alcanza y hacerse la vida se vuelve extremadamente difícil. En un entorno de salvaje explotación la posibilidad de tener algo de paz o recreación son impensables, y la verdadera espina en esta película es pensar como una niña puede crecer y formarse en un lugar en el que impera una sangrienta competencia, donde la solidaridad entre trabajadores es inexistente y la violencia y el individualismo se han vuelto las dolorosas constantes. Las lecciones de piano en las que Ha-na se refugia parecen ser, a los ojos del escéptico espectador, absolutamente insuficientes para compensar tanto sufrimiento. 


En Le maraviglie (Ástor de Plata a mejor guión) el ambiente también parece un tanto inhóspito, aunque a otro nivel. Cuatro niñas deben enfrentar una vida rural, junto a un padre dominante y algo desequilibrado que se ha obsesionado con llevar una vida autónoma mediante un emprendimiento apicultor, en la región de Umbría, en la frontera con la Toscana. Gelsomina, de 12 años, se ha vuelto una figura clave en este negocio familiar, el engranaje básico que articula las diferentes partes del grupo. Pero además de a los dictámenes de su padre, afortunadamente la chica también se ve expuesta a varios signos de insatisfacción por parte de su entorno, palabras críticas dirigidas hacia su progenitor y sus ocurrencias por parte de su madre y otras personas. La multiplicidad de voces existente la ayudan a tomar conciencia y a dar también ciertas señales de rebeldía. Ya sea cuando deja una pregunta sin responder o desobedece una orden directa, queda la idea de que aún existe espacio para la esperanza. 
Ubicada en pleno conflicto kurdo-turco, Come to My Voice (Ganadora del Ástor de Oro a mejor película), comienza con una redada militar sobre una aldea kurda al este de Turquía, en la cual varios hombres son secuestrados y encarcelados. Desde entonces, seguimos la lucha de una niña pequeña por recuperar a su padre; junto a la compañía de su abuela emprende un largo viaje con el objetivo de encontrar una pistola para intercambiar por la libertad de su progenitor. Uno de los aspectos más llamativos de esta película es que el espectador ya sabe de antemano que aunque el arma sea encontrada, la liberación de su padre finalmente no tendrá nada que ver con esto. Aún así, el trayecto permite vislumbrar verdaderas señales de resistencia: el arte, la tradición oral, el aferrarse a un lenguaje y a una sabiduría ancestral. Incluso en las situaciones más inhóspitas las nuevas generaciones pueden verse provistas de un soporte cultural y emocional que les permita convertirse en seres humanos atentos y concientes; como en Le maraviglie, lo que llama la atención son la clase de estímulos que, aún en las situaciones más terribles, pueden salvar a un niño. 


Mar de muertos. Una de las secciones más interesantes del festival es “Hora cero”, en la que se ofrece una notable selección del más novedoso, divertido y desacatado cine de género producido en el mundo. Las proyecciones tienen lugar a medianoche (aunque las mismas películas se repiten luego en otros horarios) y se proyectan en el cine Ambassador 1, la sala más grande del circuito. Pese a su inmensa capacidad, las butacas suelen verse ocupadas en su totalidad por un ejército de cinéfilos desquiciados, por lo que conviene anticiparse a conseguir las entradas antes de que se agoten. Fue en esta sección que se proyectó la australiana Wyrmwood, una nueva vuelta de tuerca al cine de zombies, una delicia para los adeptos al subgénero y sobre todo para los que gustan de los mundos anárquicos posapocalípticos a lo Mad Max. Ante la infección y la amenaza zombie, el protagonista, un mecánico al que no le queda mucho que perder (tuvo que matar a sangre fría a su esposa y su hija recién infectadas), se reúne con otro grupo de sobrevivientes armados hasta los dientes para dar guerra a las alimañas. Uno de los aspectos más lúdicos y llamativos es que este equipo se cubre con máscaras de gas y armaduras muy aparatosas y hasta ridículas (ver foto), lo que acompañado con una poderosa música industrial, buen humor, una esmerada fotografía, sangre a raudales y una lógica interna provista de reglas propias, vuelven al planteo especialmente adictivo. Pero aún mejor es el desternillante falso-documental neozelandés What We Do in the Shadows, también proyectado en esta sección, en el que los protagonistas son cuatro vampiros que comparten una mansión, con todos los problemas de convivencia que ello implica. No lavar nunca los platos, llenar de sangre el sofá, tocar música a cualquier hora son algunos de los reproches cotidianos y entrecruzados de esta improvisada familia, de la cual cada integrante proviene de una época histórica distinta (el mayor tiene 8000 años de edad). Las cámaras siguen a estos vampiros en sus recorridas nocturnas en busca de víctimas, yendo a fiestas e intentando comprender las modas del mundo actual. Los geniales creadores de la serie Flight of the Conchords, plantean un entretenimiento de los mejores, en el que utilizan y revierten muchos de los clichés del género y los aterriza en la actualidad, planteando asimismo una crítica satírica sobre ciertos usos sociales contemporáneos. 
Pero una de las más grandes revelaciones que pudo ver este cronista en el festival fue el musical brasileño Sinfonia da necrópole (premio Fipresci a mejor película latinoamericana) de la brillante directora Juliana Rojas (Trabalhar cansa). Una historia sobre un muchacho que comienza a trabajar como enterrador en un cementerio de Sao Pablo. Ante la sobreabundancia de muertos y la falta de espacio, debe implementarse una suerte de replanificación en la necrópolis, de modo de reducir el espacio por muerto y convertir algunas secciones del cementerio en una suerte de "complejo habitacional" para difuntos, con tumbas compartidas también vendidas como tales, a costos inferiores y con planes de financiación. Con un notable humor, en clave de comedia (romántica de a ratos) y con números musicales a lo Jacques Demy que incluyen muertos salidos de sus tumbas y puestos a cantar y bailar, la película esconde un sutil pero sustancioso contenido alegórico. Temas como el progreso, la planificación urbana, la superpoblación en las grandes ciudades y sus consecuencias y la preservación de la memoria se encuentran sugeridos y reflejados con maestría, en una obra sumamente original, totalmente disfrutable y única en su especie. 

Publicado en Brecha el 5/12/2014

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