martes, 23 de diciembre de 2014

Nymphomaniac (Lars Von Trier, 2013)

La moral en disputa



En un callejón congelado, Seligman (Stellan Skarsgård) se encuentra con Joe (Charlotte Gainsbourg), una mujer salvajemente golpeada, casi sin conocimiento. Seligman la lleva a su apartamento, donde ella comienza a reponerse y, al mismo tiempo, a contarle la historia de su vida. No sin antes avisarle a su interlocutor: "va a ser larga y moral, me temo". También va a ser, naturalmente, una historia condimentada con mucho sexo, ya que Joe es una asumida ninfómana. Desde entonces, la película se divide en ocho capítulos referidos a diferentes etapas de su existencia, flashbacks que van alternándose con la conversación en el apartamento. 
La película en su totalidad dura cinco horas y media, y es por eso que, para hacerla más accesible se implementó lo mismo que en Kill Bill: un corte que la divide en dos volúmenes, en este caso el primero de 145 minutos y el segundo de 180 (también hay una versión más corta para una distribución comercial, pero se recomienda reuirle). Pese a lo que pueda parecer, ambas entregas son inmensamente llevaderas, mantienen siempre su interés y están dotadas de un muy buen ritmo general, en el que se alternan diálogos con secuencias poderosas. 
Se trata de la última película del danés maldito Lars Von Trier (Contra viento y marea, Bailarina en la oscuridad, Dogville, Anticristo), y muchos preverán que, siendo de su autoría, será una obra pretenciosa, deliberadamente provocativa y multirreferencial, y estarán muy en lo cierto. Por supuesto, lo que mediáticamente se ha machacado y subrayado respecto a Nymphomaniac es la explicitud de algunos tramos, escenas de sexo que involucran a los mismos actores profesionales. Pero esto no quiere decir que sea una película pornográfica ni mucho menos, hay secuencias más o menos explícitas, sexo oral y coitos filmados directamente, pero en cualquier caso son tomas fugaces y secuencias breves que, a esta altura del partido, dificilmente puedan escandalizar a alguien. En definitiva, quiza el 90% del metraje los personajes se la pasan con sus ropas puestas, y es de señalar que estas breves escenas de sexo aparentan ser necesarias y hasta indispensables para narrar la historia, además de que son elocuentes acerca de la psicología de los personajes y cuentan, también ellas, con un desempeño actoral sustancial, repleto de gestos y matices.


Nunca antes Von Trier se había parecido tanto a Bergman, por sus diálogos graves y recargados, sus ambientes hipnóticos de ensueño y su riqueza conceptual. La larga conversación entre Joe y Seligman supone un imponente duelo actoral con cierta tensión subyacente, pero asimismo el encuentro de dos mundos: la adicta al sexo se confronta con el hombre asexuado y virgen, la trotamundos experiente delibera con el biblófilo igenuo; así, dos morales distintas entran en disputa. Mientras Joe va relatando su accidentada historia, las referencias al arte, a la naturaleza, a las matemáticas, la religión, la música, la pesca y la literatura suponen contrapuntos que invitan al espectador a reflexiones profundas y constantes. Bach, las teorías numéricas de Fibonacci, el simbolismo cristiano, todo encuentra aquí su quever con el sexo y la búsqueda descarriada de placer, que en definitiva no deja de ser otra cosa que la historia del hombre y hasta de la humanidad misma. 
Hay tramos que son de antología. Una participación de Uma Thurman que no debe durar más de quince minutos es un prodigio actoral y una escena absolutamente intensa y desconcertante, en la que ella obliga a su marido infiel y su amante ninfómana a presenciar una situación de abandono, con hijos incluidos. Otro clímax tiene lugar al final del primer volumen, cuando la protagonista plantea un paralelismo entre la polifonía musical y la experiencia de tener varios amantes sucesivos; el montaje rápido y la pantalla dividida construyen un crescendo notable, interrumpido finalmente por una revelación. La escena final del segundo volumen es un inesperado tramo donde Von Trier vuelca todo su más rasante nihilismo característico y, como de costumbre, lo hace con desconcertante puntería. 
Es muy interesante el abordaje descontracturado con el que Von Trier presenta las relaciones sexuales. Una escena en que la protagonista tiene sexo con dos hombres negros al mismo tiempo, lejos de exponerse como algo chocante o sórdido, está dotada de un sorprendente sentido del humor. Siempre desde una perspectiva femenina, las hazañas sexuales de la protagonista son presentadas con audacia, como parte de la aventura de un cazador furtivo, colocando al espectador en una situación de empatía sumamente atípica. Von Trier tiene el mérito de filmar a lo más natural del mundo con la naturalidad pertinente y, al mismo tiempo, de echar por tierra unos cuantos prejuicios que aún hoy pesan sobre las mujeres que optan por una vida sexualmente activa y desenvuelta, sin compromisos o ataduras de ningún tipo.

Publicado en Brecha el 19/12/2014

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