La otra guerra
En 1952 el matemático y criptoanalista Alan Turing era procesado por el delito de "indecencia grave" y "perversión sexual" por practicar la homosexualidad, en Inglaterra prohibida expresamente hasta el año 1967. Las autoridades le dieron a elegir: podía pasar dos años en prisión o someterse a una castración química. Lo que se ignoraba en el momento era que Turing era un verdadero héroe, una figura fundamental que cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial y, según afirman los historiadores, gracias a quien logró adelantarse el final de la guerra en dos años, salvándose al menos 14 millones de vidas. Esta película nos cuenta la historia alternativamente en tres tiempos. Uno cuando la policía comienza a investigarlo y en el que tiene lugar su arresto, otro antes, en plena guerra, cuando Turing empieza a trabajar con un equipo de académicos, campeones de ajedrez y oficiales de inteligencia, en una operación secreta para descifrar los códigos de la hermética máquina nazi Enigma, y el tercero retrotrae a su más temprana adolescencia, en la que tiene lugar su primer enamoramiento y descubre su pasión por la criptología.
Como para demostrar que la realidad suele ser más increíble que la ficción, esta película plantea un sorprendente juego de secretos, de verdades camufladas. Si el equipo de especialistas se aboca desesperadamente a desenmarañar el acertijo de los comunicados nazis, asimismo la narración irá destapando realidades inesperadas que subyacían bajo la superficie. Como las diferentes capas de una cebolla que van quitándose de a una en una hasta llegarse a su centro, el guión va aportando información que devela nuevas dimensiones de los personajes en cuestión, de la operación secreta en sí, de la trascendencia de un trabajo que en un principio podría parecer un asunto menor. Si los giros sorpresivos están siempre a la vuelta de la esquina, es también una formidable dirección la clave esencial para que este thriller se vuelva completamente adictivo, dinámico e imparable. El brillante cineasta noruego Morten Tyldum (su reciente Headhunters es una maravilla del cine negro) logra insuflar a la anécdota un ritmo y un estado de ánimo que se superpone al sentir de los personajes. Esa adrenalina del trabajo a contrarreloj, la inteligencia aplicada al esfuerzo conjunto, el cálculo y la agilidad mental de los personajes se transmite exitosamente al espectador, volviéndolo parte gracias a una construcción psicológica notable, a una gran dirección de actores, a trabajos de guión y montaje diáfanos y precisos.
Para quienes no estén al tanto de esta historia, ver El código enigma se vuelve una tarea imprescindible, ya que se explaya en una de las anécdotas más decisivas y apasionantes de la Segunda Guerra; quienes ya la conozcan, podrán igualmente disfrutar de una anécdota brillantemente desarrollada y de un relato que da gusto a cada momento.
El tema aún está candente. Fue recién en 2013 que la reina de Inglaterra le dio un indulto póstumo a Turing, un "perdón real" desmesuradamente tardío. Benedict Cumberbatch, el actor que lo encarna, dijo que en todo caso habría que consultar a Turing si estaría dispuesto a perdonar al gobierno británico. Pero por supuesto, eso no es posible, porque se suicidó hace ya más de 60 años.
Más allá de heroicidades y reconocimientos póstumos, el episodio destapó un aspecto de la guerra que muchos desconocían: que no se trató del número de tropas, de la capacidad armamentística y destructiva de cada bando, sino de cuál de ellos supo anticiparse al otro y aplicar sus conocimientos e innovaciones de modo más efectivo para desplegar una estrategia. Al menos en este caso, el seso parecería haberle ganado al músculo.
Publicado en Brecha el 30/1/2015
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