sábado, 20 de junio de 2015

Leviatán (Leviathan, Andrey Zvyagintsev, 2014)

La colosal ausencia de humanidad


El Leviatán es un monstruo marino presente en las cosmovisiones cristiana y hebrea, a veces descrito como una serpiente de mar, a veces como un cocodrilo gigante. Asociado con Satanás, se habla de una criatura nefasta de una capacidad destructiva ilimitada, terror de los mares y de las costas. 
Pero en esta película el monstruo está muerto, la imagen de una gran osamenta encayada en las costas del Mar Báltico puede sugerir la idea de que en la Rusia de hoy la bestia ha sido sustituída por otra, mucho más terrible. Luego de los últimos estertores del "norte" comunista, la administración rusa se convierte en una administración sombría, un coloso expropiador que, en su insidiosa red de contactos políticos, policiales, judiciales y religiosos, se vuelve incuestionable, imbatible. Cuando los protagonistas, trabajadores caídos en desgracia pero con una dignidad íntegra entran en la mira del monstruo, la batalla a librar supondrá una osadía mayúscula; una cruzada difícil de sostener, a pesar de que un abogado, amigo íntimo del protagonista, posea un grueso legajo de pruebas que jueguen a su favor. El más sorprendido en esta contienda es un representante del ayuntamiento, un corrupto bien contactado que, cual niño caprichoso, se vincula mediante amenazas y no tolera los enfrentamientos. Este personaje encarnará brillantemente un poder absurdo, chapucero y patético, que no por ello deja de ser devastador. 
Los grandes directores del cine social saben presentar ficciones cuyos puntos de contacto con la realidad, no sólo en su puesta en escena y en su ambientación resultan verosímiles, sino que además contrabandean sutilmente datos conocidos por todos, sea porque representan problemas coyunturales y globales o porque oímos sus resonancias en las noticias. Aquí la existencia de un poder imbatible, el capitalismo salvaje embanderado del "progreso", supone el desastre para quienes corren con la desgracia de entrar en su camino. 
Con una impronta austera que recuerda a la de los realizadores rumanos, con conflictos rutinarios, lecturas de actas públicas, cierto humor solapado y tomas largas y reposadas, se refuerza la idea de que somos testigos de un auténtico retazo de vida, una realidad irrefutable. La mirada del gran director ruso Andrey Zvyagintsev (El regreso, Elena), libre de retóricas simples y músicas dramáticas se vuelve terrible en su ascetismo y alcanza un auténtico clímax  (siguen spoilers) cuando una pala mecánica irrumpe en la quietud del hogar que el mismo protagonista construyó: la falta de respeto última, la violación más infame a la intimidad, la inhumanidad llevada hasta límites insospechados. En su simpleza pero con una gran profundidad conceptual, esta superficie realista, nítida y calma, en las que los parajes gélidos y desolados y un vacío sepulcral sustituyen la presencia humana, vuelve inolvidable la sucesión de imágenes, como si se tratara de un mal sueño o, directamente, de una pesadilla.

Publicado en Brecha el 19/6/2015

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