Género y talento
En ningún momento se señala que esta película esté basada en hechos reales, pero a muchos espectadores bonaerenses no les costará reconocer el suceso que sirvió como inspiración: el robo en 2011 a una sucursal del Banco Provincia en el Barrio Belgrano, ocurrido durante el fin de semana de año nuevo (en la película es en navidad). Los criminales habían cavado durante seis meses un túnel de treinta metros desde una casa vecina hasta la bóveda del banco.
Sobre los autores de este robo, y sobre las características de la operación en realidad poco se sabrá hasta bien avanzada la película. En realidad, la anécdota está centrada en un enigmático cuarentón (Leonardo Sbaraglia) hosco y alienado, paralítico y en silla de ruedas como resultado de trágicos sucesos. Dueño de una casa demasiado grande para él, comienza a alquilarle una habitación a una joven madre y a su niña pequeña, muda como un espectro. Ambas se le presentan como una presencia molesta; para sus minuciosas y solitarias rutinas en un principio ellas suponen una invasiva revolución hogareña que, para peor, le trae recuerdos incómodos. Esta introducción, en la cual la información sobre los tres, y principalmente sobre él va dosificándose sin que nunca se conozca del todo su pasado, es notable. Luego, cuando comienza a vislumbrarse su interés por el operativo de sus vecinos boqueteros, tampoco se informará por un rato sobre sus verdaderos planes. La anécdota seduce dosificando esta clase de información y hasta adelanta cierta tensión introduciendo una gran cantidad de objetos, recargados de poder cinematográfico: una lata con galletitas somníferas, un elevador, una microcámara escondida son presentados desde un comienzo, para convirtirse luego, durante escenas clave, en centros de atención.
Como en La ventana indiscreta, se utiliza la perspectiva del voyeur discapacitado para disponer una mirada compartimentada, parcial, a un cuadro, como si se observara una trama criminal por el ojo de una cerradura. Pero además, las "capacidades diferentes" del personaje dejan implícitas ciertas ventajas y desventajas respecto a sus antagonistas; la fuerza de sus brazos le permite movilizarse con plena habilidad por el estrecho túnel, pero quedaría completamente disminuído ante un eventual enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Al planteo se van incorporando sorpresivas vueltas de tuerca que encajan perfectamente con lo presentado hasta el momento, así como progresivas y sustanciosas inyecciones de suspenso; sobre todo a partir de que el protagonista decide aprovechar su casual conocimiento del ilícito y la impunidad de poder incidir en la situación sin formar parte. El desenlace es brutal, la tensión va in crescendo hasta llegar a picos sorprendentes cuando un puñado de temibles personajes empiezan a acumularse en casa del paralítico.
No solamente la película en su conjunto está notablemente guionada y orquestada, sino que además cuenta con líneas de diálogo sumamente ocurrentes, como cuando se habla del horóscopo de los tripulantes del Titanic, o una lección final sobre las mentiras y sus consecuencias. Elementos que agregan color al planteo, puliendo una tonalidad cercana al más puro policial negro y dando las pinceladas definitivas a ese tipo de situaciones que sólo podrían existir en la ficción, pero que allí funcionan a la maravilla. Es cierto que también hay alguna pequeña falla, pequeñas incoherencias en el guión como la confusa funcionalidad de determinado explosivo, pero Al final del túnel es, en cualquier caso, un gran exponente del cine de géneros; una película inolvidable que amerita ser disfrutada varias veces.
Sobre los autores de este robo, y sobre las características de la operación en realidad poco se sabrá hasta bien avanzada la película. En realidad, la anécdota está centrada en un enigmático cuarentón (Leonardo Sbaraglia) hosco y alienado, paralítico y en silla de ruedas como resultado de trágicos sucesos. Dueño de una casa demasiado grande para él, comienza a alquilarle una habitación a una joven madre y a su niña pequeña, muda como un espectro. Ambas se le presentan como una presencia molesta; para sus minuciosas y solitarias rutinas en un principio ellas suponen una invasiva revolución hogareña que, para peor, le trae recuerdos incómodos. Esta introducción, en la cual la información sobre los tres, y principalmente sobre él va dosificándose sin que nunca se conozca del todo su pasado, es notable. Luego, cuando comienza a vislumbrarse su interés por el operativo de sus vecinos boqueteros, tampoco se informará por un rato sobre sus verdaderos planes. La anécdota seduce dosificando esta clase de información y hasta adelanta cierta tensión introduciendo una gran cantidad de objetos, recargados de poder cinematográfico: una lata con galletitas somníferas, un elevador, una microcámara escondida son presentados desde un comienzo, para convirtirse luego, durante escenas clave, en centros de atención.
Como en La ventana indiscreta, se utiliza la perspectiva del voyeur discapacitado para disponer una mirada compartimentada, parcial, a un cuadro, como si se observara una trama criminal por el ojo de una cerradura. Pero además, las "capacidades diferentes" del personaje dejan implícitas ciertas ventajas y desventajas respecto a sus antagonistas; la fuerza de sus brazos le permite movilizarse con plena habilidad por el estrecho túnel, pero quedaría completamente disminuído ante un eventual enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Al planteo se van incorporando sorpresivas vueltas de tuerca que encajan perfectamente con lo presentado hasta el momento, así como progresivas y sustanciosas inyecciones de suspenso; sobre todo a partir de que el protagonista decide aprovechar su casual conocimiento del ilícito y la impunidad de poder incidir en la situación sin formar parte. El desenlace es brutal, la tensión va in crescendo hasta llegar a picos sorprendentes cuando un puñado de temibles personajes empiezan a acumularse en casa del paralítico.
No solamente la película en su conjunto está notablemente guionada y orquestada, sino que además cuenta con líneas de diálogo sumamente ocurrentes, como cuando se habla del horóscopo de los tripulantes del Titanic, o una lección final sobre las mentiras y sus consecuencias. Elementos que agregan color al planteo, puliendo una tonalidad cercana al más puro policial negro y dando las pinceladas definitivas a ese tipo de situaciones que sólo podrían existir en la ficción, pero que allí funcionan a la maravilla. Es cierto que también hay alguna pequeña falla, pequeñas incoherencias en el guión como la confusa funcionalidad de determinado explosivo, pero Al final del túnel es, en cualquier caso, un gran exponente del cine de géneros; una película inolvidable que amerita ser disfrutada varias veces.
Publicado en Brecha el 13/5/2016