martes, 24 de mayo de 2016

Al otro lado del túnel (Rodrigo Grande, 2016)

Género y talento


En ningún momento se señala que esta película esté basada en hechos reales, pero a muchos espectadores bonaerenses no les costará reconocer el suceso que sirvió como inspiración: el robo en 2011 a una sucursal del Banco Provincia en el Barrio Belgrano, ocurrido durante el fin de semana de año nuevo (en la película es en navidad). Los criminales habían cavado durante seis meses un túnel de treinta metros desde una casa vecina hasta la bóveda del banco.
Sobre los autores de este robo, y sobre las características de la operación en realidad poco se sabrá hasta bien avanzada la película. En realidad, la anécdota está centrada en un enigmático cuarentón (Leonardo Sbaraglia) hosco y alienado, paralítico y en silla de ruedas como resultado de trágicos sucesos. Dueño de una casa demasiado grande para él, comienza a alquilarle una habitación a una joven madre y a su niña pequeña, muda como un espectro. Ambas se le presentan como una presencia molesta; para sus minuciosas y solitarias rutinas en un principio ellas suponen una invasiva revolución hogareña que, para peor, le trae recuerdos incómodos. Esta introducción, en la cual la información sobre los tres, y principalmente sobre él va dosificándose sin que nunca se conozca del todo su pasado, es notable. Luego, cuando comienza a vislumbrarse su interés por el operativo de sus vecinos boqueteros, tampoco se informará por un rato sobre sus verdaderos planes. La anécdota seduce dosificando esta clase de información y hasta adelanta cierta tensión introduciendo una gran cantidad de objetos, recargados de poder cinematográfico: una lata con galletitas somníferas, un elevador, una microcámara escondida son presentados desde un comienzo, para convirtirse luego, durante escenas clave, en centros de atención.
Como en La ventana indiscreta, se utiliza la perspectiva del voyeur discapacitado para disponer una mirada compartimentada, parcial, a un cuadro, como si se observara una trama criminal por el ojo de una cerradura. Pero además, las "capacidades diferentes" del personaje dejan implícitas ciertas ventajas y desventajas respecto a sus antagonistas; la fuerza de sus brazos le permite movilizarse con plena habilidad por el estrecho túnel, pero quedaría completamente disminuído ante un eventual enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Al planteo se van incorporando sorpresivas vueltas de tuerca que encajan perfectamente con lo presentado hasta el momento, así como progresivas y sustanciosas inyecciones de suspenso; sobre todo a partir de que el protagonista decide aprovechar su casual conocimiento del ilícito y la impunidad de poder incidir en la situación sin formar parte. El desenlace es brutal, la tensión va in crescendo hasta llegar a picos sorprendentes cuando un puñado de temibles personajes empiezan a acumularse en casa del paralítico.
No solamente la película en su conjunto está notablemente guionada y orquestada, sino que además cuenta con líneas de diálogo sumamente ocurrentes, como cuando se habla del horóscopo de los tripulantes del Titanic, o una lección final sobre las mentiras y sus consecuencias. Elementos que agregan color al planteo, puliendo una tonalidad cercana al más puro policial negro y dando las pinceladas definitivas a ese tipo de situaciones que sólo podrían existir en la ficción, pero que allí funcionan a la maravilla. Es cierto que también hay alguna pequeña falla, pequeñas incoherencias en el guión como la confusa funcionalidad de determinado explosivo, pero Al final del túnel es, en cualquier caso, un gran exponente del cine de géneros; una película inolvidable que amerita ser disfrutada varias veces.

Publicado en Brecha el 13/5/2016

viernes, 6 de mayo de 2016

Kóblic (Sebastián Borensztein, 2016)

Tiempo de revancha 


El cine argentino recurre una y otra vez al más oscuro de sus pasados recientes como trasfondo histórico, últimamente plasmando películas viradas hacia el cine de género. Filmes como El secreto de sus ojos, Infancia clandestina, o incluso El clan, suponen una notable forma de refrescar la memoria colectiva, de mantener una temática presente, valiéndose al mismo tiempo de una fórmula lineal y reconocible que por ahora ha venido teniendo una muy buena acogida de público. En este caso la historia se centra en un piloto y capitán de la marina (Ricardo Darín), al que en el año 1977 le toca vivir de primera mano los vuelos de la muerte. Negándose a formar parte de esas operaciones y decidido a desertar, se refugia en un pequeño pueblo del sur de Argentina. Darín está muy bien como este parco militar de incógnito, de pelo engominado, bigote y lentes oscuros, semblante adusto y andar rígido, que naturalmente será descubierto al poco tiempo de su llegada. El que brilla aun más es su antagonista, un abusivo comisario impecablemente interpretado por Oscar Martínez. El actor provee a su personaje de todos los matices necesarios para que se vuelva creíble y repulsivo en proporciones iguales, esa suerte de energúmeno con buenas formas y hasta ciertos códigos; se presenta entonces un sutil y soterrado enfrentamiento a lo western, que aporta al filme una sostenida tensión. También es notable y original la atmósfera de pueblo pequeño en el que todos se conocen, y en el cual los pactos de silencio son condición para la supervivencia. 
Pero hay una cuestión sumamente chirriante en esta película. La catarsis cinematográfica es prácticamente una constante en mucho cine de género, y se puede decir que forma parte de sus reglas implícitas: se sabe que los villanos pagan de una forma u otra por sus faltas; es la forma de dar al espectador lo que busca, una especie de liberación que, en cierto modo, compensa las broncas acumuladas, restablece cierto orden perdido y una sensación de justicia, más allá de que ésta venga tardíamente o se ejecute por fuera de la ley, e incluso cuando el final es igualmente trágico. A veces este tipo de catarsis reafirma una ideología desafortunada, sentimientos arraigados en determinados sectores de la sociedad, como la pertinencia de la aplicación de la justicia por mano propia. Por eso mismo, se trata de una temática más que delicada. 
Y más lo es cuando viene adjunta a una película que se sitúa en un trasfondo histórico aún no resuelto, del que todavía quedan heridas abiertas, responsables impunes y búsquedas en curso. Por eso, los últimos segundos de Koblic (no serán contados aquí) suponen una gran decepción y un remate absolutamente innecesario. Una forma de revanchismo “de izquierda”, por el cual se parte de la base de que cualquier colaborador en la dictadura tuvo igual responsabilidad, independientemente de lo que haya hecho. Y no sólo eso, sino que, además, merece pagarlo con la vida. Esta conclusión se desprende ya que el que venía siendo el “héroe” de la película, el paradigma moral, es quien finalmente administra la justicia y, más precisamente, la catarsis. Un exabrupto realmente bajo que, lejos de sumar, resta. La búsqueda de verdad y justicia no tiene nada que ver con venganzas o revanchismos personales.

Publicado en Brecha el 6/5/2016

miércoles, 4 de mayo de 2016

El bosque siniestro (The Forest, Jason Zada, 2016)

Salir del cliché, para volver a entrar 


Aokigahara o "el mar de árboles" es un bosque de 35 kilómetros cuadrados existente en la base del Monte Fuji, en Japón. Asociado siempre con demonios mitológicos, existen poemas de más de mil años de antigüedad que lo nombran como un lugar maldito. Además, cuenta la historia que en el Siglo XIX, en época de grandes hambrunas y epidemias, las familias más pobres abandonaban allí a los ancianos y a los niños que no podían alimentar, y es por esta razón que desde entonces han surgido innumerables leyendas referidas a espectros que habitan el bosque, almas en pena dispuestas a desquitarse con el primer paseante que por allí se aparezca. Por si todo esto fuera poco, hoy se trata de uno de los lugares predilectos para los suicidas, siendo el segundo sitio donde más gente se ha quitado la vida, luego del Golden Gate de San Francisco. Aún se encuentra arraigada la creencia entre la población japonesa de que existen fuerzas malignas en ese bosque, y de hecho, muchos locales no se atreven siquiera a pasarse cerca de él. 
¿Qué ambientación podía ser más idónea para una película de terror? Semejante trasfondo no se presta para una sino para una docena de producciones y, de hecho, tanto Shawn4ever (2012) como The Sea of Trees (2015), ambas lanzadas con anterioridad, ya utilizaron como locación ese bosque. Aquí la protagonista es una estadounidense que ha perdido contacto con su hermana gemela. Las últimas noticias que obtiene de ella le informan que se internó en la espesura, y sale en su búsqueda con el temor de que haya ido allí para suicidarse. Como compañía para su pesquisa contará con un periodista interesado en escribir una crónica de la aventura y con un temeroso guía japonés, conocedor de las fuerzas paranormales que se presentan al caer la noche. 
En un principio todo parecería muy bien encaminado. El cúmulo de maldiciones ancestrales es señalado y se agregan otros elementos sumamente inquietantes, como la existencia de lazos o cordones que señalan el camino hacia los cadáveres –es que los suicidas los utilizan para señalarles a los guardabosques la dirección a seguir hasta su cuerpo– y la referencia a cuevas subterráneas. Lo que da pena es que todos estos elementos estén tan desaprovechados; la película recurre una y otra vez a los sustos fáciles sin elaborar una lógica interna para los mismos, y los personajes no tienen un comportamiento del todo creíble, sobre todo a la hora de internarse en el bosque en medio de la noche, o de correr a ciegas con las consecuencias físicas que ello les acarrea. El guión no aporta casi nada y, de hecho, abunda en situaciones absurdas, como que la chica llegue a Japón y en seguida dé con otro estadounidense que se apresta a guiarla (había que conseguir un interlocutor que justificara el uso del idioma), que cada vez que pregunta a los locales por su hermana gemela tenga que mostrarla en una foto, o el hecho de que a su celular jamás se le acabe la batería, y que al respecto no se haga mención alguna. 
No es mucho lo que puede sacarse de provecho; sí se propician algunos sobresaltos –en esto hollywood ha aprendido mucho en los últimos años– y hay, además, un notable flashback en el cual las imágenes contradicen el relato en off de la protagonista, demostrando que miente. Pero son tan sólo algunos chispazos mínimos, que no justifican el precio de una entrada.

Publicado en Brecha el 22/4/2016