miércoles, 4 de mayo de 2016

El bosque siniestro (The Forest, Jason Zada, 2016)

Salir del cliché, para volver a entrar 


Aokigahara o "el mar de árboles" es un bosque de 35 kilómetros cuadrados existente en la base del Monte Fuji, en Japón. Asociado siempre con demonios mitológicos, existen poemas de más de mil años de antigüedad que lo nombran como un lugar maldito. Además, cuenta la historia que en el Siglo XIX, en época de grandes hambrunas y epidemias, las familias más pobres abandonaban allí a los ancianos y a los niños que no podían alimentar, y es por esta razón que desde entonces han surgido innumerables leyendas referidas a espectros que habitan el bosque, almas en pena dispuestas a desquitarse con el primer paseante que por allí se aparezca. Por si todo esto fuera poco, hoy se trata de uno de los lugares predilectos para los suicidas, siendo el segundo sitio donde más gente se ha quitado la vida, luego del Golden Gate de San Francisco. Aún se encuentra arraigada la creencia entre la población japonesa de que existen fuerzas malignas en ese bosque, y de hecho, muchos locales no se atreven siquiera a pasarse cerca de él. 
¿Qué ambientación podía ser más idónea para una película de terror? Semejante trasfondo no se presta para una sino para una docena de producciones y, de hecho, tanto Shawn4ever (2012) como The Sea of Trees (2015), ambas lanzadas con anterioridad, ya utilizaron como locación ese bosque. Aquí la protagonista es una estadounidense que ha perdido contacto con su hermana gemela. Las últimas noticias que obtiene de ella le informan que se internó en la espesura, y sale en su búsqueda con el temor de que haya ido allí para suicidarse. Como compañía para su pesquisa contará con un periodista interesado en escribir una crónica de la aventura y con un temeroso guía japonés, conocedor de las fuerzas paranormales que se presentan al caer la noche. 
En un principio todo parecería muy bien encaminado. El cúmulo de maldiciones ancestrales es señalado y se agregan otros elementos sumamente inquietantes, como la existencia de lazos o cordones que señalan el camino hacia los cadáveres –es que los suicidas los utilizan para señalarles a los guardabosques la dirección a seguir hasta su cuerpo– y la referencia a cuevas subterráneas. Lo que da pena es que todos estos elementos estén tan desaprovechados; la película recurre una y otra vez a los sustos fáciles sin elaborar una lógica interna para los mismos, y los personajes no tienen un comportamiento del todo creíble, sobre todo a la hora de internarse en el bosque en medio de la noche, o de correr a ciegas con las consecuencias físicas que ello les acarrea. El guión no aporta casi nada y, de hecho, abunda en situaciones absurdas, como que la chica llegue a Japón y en seguida dé con otro estadounidense que se apresta a guiarla (había que conseguir un interlocutor que justificara el uso del idioma), que cada vez que pregunta a los locales por su hermana gemela tenga que mostrarla en una foto, o el hecho de que a su celular jamás se le acabe la batería, y que al respecto no se haga mención alguna. 
No es mucho lo que puede sacarse de provecho; sí se propician algunos sobresaltos –en esto hollywood ha aprendido mucho en los últimos años– y hay, además, un notable flashback en el cual las imágenes contradicen el relato en off de la protagonista, demostrando que miente. Pero son tan sólo algunos chispazos mínimos, que no justifican el precio de una entrada.

Publicado en Brecha el 22/4/2016

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