viernes, 12 de enero de 2018

Black Mirror, Temporada 4

El cristal más sombrío

Netflix lo ha vuelto a hacer: seis episodios unitarios de “Black Mirror” lanzados al mismo tiempo suponen una nueva sobredosis para los fans de una de las series más profundas, incisivas y cuestionadoras de la actualidad. Una que se ha destacado por su carácter profético y su capacidad para alertar sobre los mayores peligros que acarrean las nuevas tecnologías. 



Dispuesta a exprimir hasta las últimas consecuencias la creatividad de su creador, Charlie Brooker, la cadena Netflix pasó a producir y emitir Black Mirror, lanzando desde fines de 2016 una temporada de seis capítulos en cada diciembre. Así, en dos años consecutivos la serie prácticamente triplicó su número de episodios, con resultados tanto positivos como negativos. Como principal baza a favor, comenzó a ganar en espectacularidad; presupuestos más abultados por capítulo permitieron la contratación de rostros reconocibles tanto delante como detrás de cámaras, y un mayor despliegue de efectos visuales. Netflix además le dio una relativa libertad a Brooker para aumentar la duración de cada episodio, por lo que es presumible que un capítulo de 89 minutos tan espectacular como “Hated in the Nation” nunca hubiera tenido lugar en el británico Channel 4. 
Pero las consecuencias negativas también aparecen: guiones con giros inverosímiles, soluciones fáciles y cierto “refritaje” de ideas son elementos que se han vuelto cada vez más notorios. De algún modo esto parecería inevitable; no es lo mismo contar con un promedio de ocho meses o más para planificar un episodio que ver ese tiempo reducido a su cuarta parte, como ocurrió ahora. 
Pero claro está que el británico Brooker es un genio en lo suyo, un perspicaz observador que ha tomado debida nota de los peligros sociales que han traído consigo las nuevas tecnologías, para plasmarlos en historias que hablan del ser humano y sus realidades más inconfesables. Las redes sociales, los nuevos formatos tecnológicos, dan a conocer una expansión de deseos siniestros, inaceptables. El espejo oscuro referido en el título es un monitor apagado, en el que nos vemos reflejados nosotros mismos como si fuésemos sombras fantasmales encerradas en un entorno en tinieblas. 
Uno de los mayores defectos de esta cuarta temporada –y es algo que ya se venía viendo en la tercera– es que Brooker recae en una de sus más frecuentes inverosimilitudes: aquella que refiere a las múltiples manipulaciones a través de la web que tienen lugar en sus historias y la forma en que los personajes siguen siempre al pie de la letra las excentricidades que les exigen sus chantajistas. De hecho es prácticamente la premisa en la que se basa “Shut Up and Dance”, uno de los episodios más fallidos; pero también hay algo de eso en “The National Anthem”, así como en el nuevo, “USS Callister”. Lo cierto es que es poco creíble que los personajes cedan siempre a este tipo de amenazas, cuando el pensamiento dominante actual prescribe no negociar con terroristas, y de hecho es una “enseñanza” en la que insiste una y otra vez el más masivo cine de géneros. 
Otro punto reiterado son los suplicios eternos. Está bien, funcionó maravillosamente en “White Bear” y “White Christmas”, y de hecho fue una idea lo suficientemente horripilante como para dejar a los televidentes insomnes por noches enteras. Pero la reiteración pierde impacto: ya sea en el caso de los tripulantes del “USS Callister”, la mujer en coma o el reo torturado una y otra vez en “Black Museum”, la reiteración de conciencias artificiales sufrientes se vuelve un golpe bajo sin mucho sentido. 
Pero todos y cada uno de los episodios de esta nueva temporada tienen sus puntos de interés: “USS Callister” es un notable homenaje a Star Trek en el que Brooker no se ahorra los sarcasmos y las críticas a la vieja serie, proponiendo además un notable villano, justamente un trekkie retraído y asocial que programa un micromundo de viajes estelares para dar rienda suelta a su racismo y su megalomanía. Se trata de uno de los episodios más diferentes y creativos estéticamente, pero le hubiera hecho falta pulir detalles del libreto; la escena en que la chica chantajeada accede a entrar por la ventana al apartamento del villano para robarle un dispositivo (además, en el momento justo), no tiene parangón en el mundo real. 


“Arkangel”, el segundo episodio, fue dirigido por la gran Jodie Foster y se enfoca en la temática del control parental amplificado por la tecnología. La idea de un dispositivo implantado en los niños que permite a los padres ubicarlos en todo momento y ver además a través de sus ojos es una idea genial y está inteligentemente desarrollada (incluso el sistema permite “censurar” en los niños los estímulos que les producen demasiada ansiedad); quizá sea aquí que se explaya mejor una de las ideas básicas de la serie: cómo las nuevas tecnologías pueden amplificar ciertos instintos humanos (en este caso la sobreprotección), produciendo daños colaterales impensables. El forzado final resiente mucho la calidad del episodio. 
Algo similar sucede con “Crocodile”, del director John Hillcoat (The Proposition, The Road), que plantea notablemente su premisa inicial, pero algunos giros finales echan por la borda buena parte de la verosimilitud lograda hasta entonces. Los crímenes son resueltos recurriendo a imágenes “grabadas” en el inconsciente de testigos presenciales; se propone una investigación con una atractiva estética de noir escandinavo, de ritmo sosegado, predominancia de colores opacos, campos nevados y cielos igualmente blancos. Lo mejor son las características de esta pesquisa y la paulatina recopilación de pistas, en la que la tecnología se inmiscuye constantemente en las esferas privadas. 
 “Hang the DJ” seguramente sea el mejor de los episodios, y el que tiene un guión más coherente en su lógica interna. Esta vez Brooker se escapa un poco más de nuestra realidad y plantea una bastante diferente, en la cual los adultos son guiados por inteligencias artificiales que estudian sus gustos personales, ahorrándoles cortejos e introducciones en sus citas amorosas. Las aplicaciones como Tinder son llevadas varios pasos más allá: el usuario ya no es quien elige su candidato sino que es el mismo programa el que determina quién será su próxima pareja, y hasta cuánto tiempo durarán juntos. Lo más interesante del episodio es el fuerte contenido alegórico que esconde, así como la ambivalencia de su desenlace, que según la perspectiva podría verse como uno feliz o profundamente amargo. 


En general se concuerda en que “Metalhead”, dirigido por David Slade (Hard Candy, la serie Hannibal) es el peor de los episodios de esta temporada, que su premisa no merecía tanto metraje y que además carece de la profundidad característica de la serie. Esto no es precisamente erróneo, pero también es cierto que aun los episodios más flojos de Black Mirror tienen cierto interés. Aquí la historia se centra en tres supervivientes en un mundo pos-apocalíptico que deben escapar de unos nefastos perros-cucarachas robóticos, máquinas de exterminar dispuestas a perseguirlos hasta el fin de los tiempos. Brooker tomó como inspiración ciertos prototipos militares de robots desarrollados por la compañía Boston Dynamics, e ilustra, con una implacable persecución, lo terrorífica que podría ser la aplicación de estos modelos para la caza de seres humanos. 
El plato más fuerte, el más horrendo de los episodios, fue reservado para el final. “Black Museum” viene además recargado, ya que se encuentra a su vez subdividido en tres partes. La llegada de la protagonista a una gasolinera en pleno desierto le da la oportunidad de visitar el museo del título, no apto para sensibles. Allí son guardados objetos que tuvieron un papel crucial en pavorosos crímenes, y que conducen a flashbacks que dan cuenta de historias pasadas. Black Mirror apocalíptico, duro y puro: el enfermizo desarrollo de la tecnología para usos antinaturales podría traer las más pavorosas consecuencias, ya sea en la búsqueda del placer a través del dolor más extremo, en la convivencia de dos conciencias en un solo cerebro, en la tortura virtual –o no tanto– convertida en negocio. En definitiva, esta cuarta temporada quizá no cuente con episodios tan grandiosos como las anteriores –en la consideración de este cronista siguen puntuando altísimo los previos “15 Million Merits”, “White Bear”, “White Christmas”, “San Junipero”, “Men Against Fire” y “Hated in the Nation”–, pero sí ha sido la más pareja. No tiene episodios malos ni altibajos evidentes, y sigue siendo un notable muestreo de lo que es capaz de lograr la retorcida y siempre despegada imaginación de un tal Charlie Brooker.

Publicado en Brecha el 12/1/2018

No hay comentarios:

Publicar un comentario