martes, 14 de agosto de 2018

La flor de la vida (Claudia Abend, Adriana Loeff, 2018)

Iguales, pero más viejos 


Recientemente se han dado a conocer unos cuantos documentales latinoamericanos enfocados en la tercera edad. Películas filmadas por jóvenes cineastas que, a contracorriente de los intereses generales y de los parámetros de belleza dominantes, deciden poner el foco e indagar en un sector que se ve sistemáticamente silenciado, excluido y marginado. Ejemplos de esta tendencia cinematográfica son el documental chileno La once y los argentinos Las cinéphilas, Foto estudio Lusita y Flora no es un canto a la vida. De Uruguay, Todavía el amor, de Guzmán García, es un caso paradigmático de cómo los ancianos suelen ser un reflejo viviente del pasado y cargar con historias sorprendentes, material perfecto para empatizar, cotejar la vida propia y hacer, en estos procesos, toda clase de juicios valorativos. 
Desde su inicio, esta película deja en claro cuál fue su disparador: un llamado a personas mayores de 80 años, a partir del cual una buena cantidad de interesados accedieron a ser filmados y a contar sus historias de vida frente a la cámara. Entre ellos hay varios conocidos: están Cristina Morán, Mario Handler, el fallecido Ferruccio Musitelli, Linda Kohen, Martha Valentini, Carlos Vallarino. Pero Aldo Macor, un tano hilarante y extrovertido, señala la importancia de que profundicen en él: aduce ser el personaje perfecto para el documental. Como si hubiese sido un presagio, las directoras Claudia Abend y Adriana Loeff (ambas también autoras de Hit) decidieron ubicarlo, no solamente a él, sino al fin de su matrimonio como núcleo del documental. Para ello, y a pesar de sus vacilaciones, resolvieron entrevistar también a su ex mujer, Gabriella. Un muy nutrido material filmado, desde los inicios del vínculo hasta la actualidad, provee a la película de un recurso para enfatizar el paso del tiempo y para darle aire y distensión: el tema “Dance Me to the End of Love”, de Leonard Cohen, interpretado por Madeleine Peyroux, suena especialmente atinado en un emotivo fragmento en el que se acompasa notablemente con imágenes de archivo. 
Macor no es solamente una fuente constante de humor, sino además un personaje con dobleces sumamente interesantes, incluso capaz de causar, por momentos, auténtica irritación. Su capacidad de autocrítica, asimismo, promueve cierta empatía –“soy egoísta, egocéntrico y ególatra”, subraya en un momento determinante–. De a ratos se vuelve además un notable portavoz de ciertas idiosincrasias obsoletas, como lo demuestra al señalar que vislumbró en Gabriella no a una “amante” sino una “madre” perfecta, y que por eso decidió casarse con ella. Disociación de otros tiempos por la cual las madres no podían ser vistas como “putas” y por la que muchos hombres satisfacían sus necesidades sexuales fuera de sus casas. 
Otro momento elocuente se da cuando Valentini, una de las octogenarias, asegura sentirse igual que siempre: con las mismas inquietudes, la misma curiosidad, con las mismas ganas de vivir, pero con un cuerpo que muchas veces no responde como ella quisiera. La flor de la vida promueve, gracias a una notable conexión con los entrevistados, a una laboriosa recopilación de relatos diversos, divergentes y a menudo contradictorios, y a un inteligente trabajo de composición y montaje, un sinfín de reflexiones profundas en torno a la vejez, el amor y la soledad.

Publicado en Brecha el 10/8/2018

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