jueves, 17 de enero de 2019

La mula (The Mule, Clint Eastwood, 2018)

Clásico y conservador 


Poco podemos dudar del talento de Clint Eastwood como director: un hombre capaz de filmar películas como Los imperdonables, Medianoche en el jardín del bien y del mal, Río místico y Gran Torino no necesita más credenciales para ubicarse plácidamente en el podio de los maestros, junto a otros veteranos de Hollywood algo más jóvenes como Martin Scorsese o Steven Spielberg. Vale recordar que Eastwood es también un republicano recalcitrante de 88 años, por lo que no debería llamar la atención que, más allá de su precisión y de sus grandes atributos a la hora de filmar y contar una historia, deje en su obra ciertas marcas ideológicas bastante cuestionables. 
Algunas de ellas hacen mucho ruido. Claro que esto no impide disfrutar de la mayor parte del metraje de esta película. Eastwood suele filmar historias muy entretenidas, construidas con fluidez y elegancia, pero también con la soltura adquirida por la propia experiencia; últimamente, esto se traduce también en tramos humorísticos sumamente efectivos. Aquí él mismo se coloca una vez más frente a cámaras, interpretando a un viejo camionero con problemas económicos que, para salir del agujero, comienza a contrabandear mercadería para un cártel mexicano. La película se basa en una historia real, y está abordada con un notable doble sarcasmo: por un lado evidencia cierta “invisibilidad” de los ancianos, a los que nadie parecería prestar atención –al punto de que el personaje se cruza sin despertar sospechas varias veces con un oficial de la DEA, más bien dispuesto al arresto de latinos o corpulentos feos y antipáticos– y por el otro, escapa al lugar común del hombre desesperado que no tiene otra opción que “desviarse”. En cambio, se expone cómo la tentación del dinero fácil y la propia necesidad de notoriedad es la que mueve al personaje a seguir cumpliendo con los encargos. 
A diferencia de muchas otras, la expresión inglesa stubborn as a mule tiene su traducción exacta en español: “terco como una mula”. Así, si bien el título refiere directamente a la labor de contrabandista que ejerce el protagonista, también a esa característica de viejo testarudo y pertinaz. Todo el intercambio del anciano con el mundo narco sería el punto fuerte de la película, en contraste con tramos de un drama familiar bastante manido, cansino y redundante, en el que incluso un “mensaje” es subrayado, y con marcador grueso. 
Es evidente que a Eastwood le va la incorrección política, pero justamente esa a la que suelen recurrir los reaccionarios en momentos de cambio. Momentos humorísticos en los que el protagonista dice abiertamente “nigger” (palabra hoy prácticamente censurada en todos los ámbitos del país) o en los que subraya las diferencias raciales de sus interlocutores, parecen ir en el mismo sentido y con la misma intención provocativa con la que el director enfoca, en pleno festejo en la mansión de un narco, una y otra vez los culos de las prostitutas que allí bailan y se convidan a la concurrencia. Eastwood, con tal insistencia, pareciera querer dejar bien en claro que le encantan las chicas sesenta y cinco años más jóvenes que él.

Publicado en Brecha el 11/1/2018

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