viernes, 28 de junio de 2019

La culpa (The Guilty, Gustav Möller, 2018)

La llamada fatal


Un policía, luego de verse involucrado en circunstancias desafortunadas, es sancionado con cumplir su turno atendiendo el teléfono en una central de emergencias. En un comienzo recibe de mala gana un par de llamadas menores y al parecer sin importancia, hasta que le toca atender una que no podría ser más inquietante: desde un auto en movimiento, una mujer secuestrada implora por su ayuda. 
Así es que se dispara este thriller, tomando exclusivamente la perspectiva de este personaje, un hombre común al que le toca responsabilizarse de un problema mayor. La acción se desarrolla prácticamente en tiempo real y se circunscribe a apenas un par de habitaciones, las dos salas en las que los operadores reciben los llamados; así, lo que ocurre por fuera de estas salas se construye en base a las descripciones, los sonidos que pueden oírse a través del tubo, al punto de que esas imágenes son únicamente plasmadas en la mente del espectador. Una Copenhague nocturna y lluviosa, una niña ensangrentada, una camioneta, un cúmulo de papeles tirados son varios de los cuadros vívidos que se van construyendo gracias a este sobresaliente artificio. Los cambios de registro del excelente actor Jakob Cedergren, el logrado libreto y los sonidos en off son piezas fundamentales para construir una atmósfera recargada y electrizante. 
Se trata de la ópera prima del director danés Gustav Möller, quien para su investigación se empapó del trabajo en las centrales telefónicas de la policía, e incluso recreó al detalle varios de los llamados reales de los que obtuvo registro. Apuntalada así en una superficie realista, la anécdota es inquietante en el mejor sentido de la palabra, ya que al tiempo que plantea una premisa atractiva, involucra y obliga al espectador al posicionamiento moral, volviéndolo partícipe de las decisiones tomadas bajo presión (a veces muy atropelladamente y sin seguir protocolos de rigor) del protagonista. Asimismo, en los momentos clave en que el personaje queda en silencio y a la expectativa de que otros uniformados hagan su trabajo, nos volvemos testigos de su impotencia. Cuando ellos persiguen el sospechoso o ingresan a la escena del crimen, incluso cuando él, apremiado por el tiempo, debe discutir con alguna colega poco cooperativa, comprendemos y hasta compartimos su propia desesperación. 
Asimismo, es sumamente interesante el perfil del protagonista: normalmente se vería esbozado en ese papel a un personaje implacablemente efectivo, calculador, brillante e intachable. Sin embargo, desde un mismo comienzo se lo presenta aquí como un sujeto poco simpático, que atiende con cierto desgano y hasta desdén a sus interlocutores; más adelante, comienza a exasperar su absoluta incapacidad para delegar la tarea en personas más idóneas (o al menos para trabajar en equipo junto a otros) lo que lo lleva a cometer errores garrafales, uno atrás de otro. Es también sumamente atractiva la idea del involucramiento in crescendo del protagonista en el caso, en un comienzo por un tema de responsabilidad moral, y más adelante, quizá, en un intento por enmendar esos mismos errores. Y el espectador no tendrá otra opción que quedarse prendado a su causa, expectante, hasta los títulos finales.

Publicado en Brecha el 20/6/2019

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