viernes, 18 de octubre de 2019

Ricordi? (Valerio Mieli, 2018)

Bellos y sufrientes


La escena de inicio es notable: una pareja cuenta, cada uno desde su propia perspectiva, cómo se conocieron. Así, se presenta un flashback con la particularidad de que los puntos de vista de él y de ella son completamente distintos. Tanto así que, hasta la luminosidad, los colores de fondo y toda la dirección de arte difieren, alternándose ambos puntos de vista en un montaje “invisible” pero que fluye con naturalidad. Este tipo de recuerdos, en los que los hechos son cambiados, transmutados, exagerados o minimizados, pueblan esta película, proponiendo un juego tan interesante como estimulante. 
Al igual que Wong Kar-wai y Alain Resnais (aunque sin alcanzar el vuelo conceptual y audiovisual de ninguno de ellos) el director Valerio Mieli hace uso de una estética refinada y elegante, y pone su foco en una relación de pareja, con la temática de los recuerdos constantemente sobre la mesa. La estructura narrativa es caótica, se cruzan las temporalidades saltándose constantemente la linealidad en el devenir de esta relación; su inicio, su transcurso, sus desavenencias y su ruptura se entremezclan, y la anécdota está atravesada por las memorias evocadas por uno y otro. Mientras él vive sumido en una opaca tristeza nostálgica, ella es alegre, vivaz y luminosa y hasta pareciera considerar el olvido como una fatalidad necesaria. Las relaciones de pareja, y cuánto de la “magia” de sus inicios puede ser recuperada y recreada con el paso de los años, es puesto en consideración, con acierto y perspicacia. 
Lo que sí molesta de a ratos es la decisión del director de elegir solamente personajes “bellos” de acuerdo a las estéticas dominantes: la excesiva fotogenia de la pareja protagonista, y también de cuanto secundario se les cruce, se vuelve hasta chirriante. Además, el protagonista no convence como un personaje supuestamente “atormentado” por su pasado y, por el contrario, pareciera anclado en una pose constante, sin mayores pretensiones vitales que la auto-indulgencia, aniquilando así las posibilidades de empatía con él, o de que exista cierta química en la pareja. Esto quizá no sea tanto el problema del actor Luca Marinelli (quien había estado muy bien en películas como La soledad de los números primos y la increíble Lo llamaban Jeeg Robot), sino algo mal parido desde el mismo libreto, un tanto redundante en este “sufrimiento” insustancial. 
Pero esto no impide el goce estético que transmite esta película, gracias principalmente a su notable puesta en escena, y a una historia que invita a la audiencia a reflejarse en ella y pensarse a sí misma. No es poca cosa.

Publicado en Brecha el 11/10/2019.

viernes, 11 de octubre de 2019

Así hablo el cambista (Federico Veiroj, 2019)

Tan pusilánime como fascinante 


A lo largo de esta película, ningún personaje observa a Brause (Daniel Hendler) con una mirada cálida o cariñosa. Por el contrario, el recelo, la desconfianza, o la más llana mueca de desprecio se esboza, una y otra vez, en el rostro de sus interlocutores. Y es que jamás se había presentado, en el cine uruguayo, un protagonista tan profundamente despreciable, uno que pareciera bucear constantemente a medio camino entre el patetismo y la absoluta falta de escrúpulos. 
Siguiendo los derroteros de películas sobresalientes como El otro Sr. Klein (Losey, 1977), Il divo (Sorrentino, 2008), e incluso El reino (Sorogoyen, 2018), Así habló el cambista logra con suma habilidad enfocarse e inmiscuirse en la vida cotidiana de seres humanos a contracorriente de lo que habitualmente se considera integridad moral, rectitud u honestidad. Como en aquellas películas, lo fascinante se encuentra en la osadía de explorar y compartir una representación posible de aquellos submundos ocultos que, camuflados en plenas dinámicas citadinas, pasan perfectamente desapercibidos. Nidos de serpientes en pleno funcionamiento, con sus lógicas y sus dinámicas, abordados mediante un acercamiento casi clínico al peculiar material humano que los habitan. 
Se elige uno de los períodos más conflictivos de nuestro país, entre los años 1956 y 1976, pero poniendo foco en un personaje desinteresado por los problemas sociales circundantes. Brause es un cambista, cuya vida pasa por comprar y vender dólares a inversores o turistas, en un comienzo bajo la tutela de su suegro, el señor Shweinsteiger (Hugo Machín), y más adelante por su cuenta, entrando en toda clase de negocios turbios con políticos, militares, guerrilleros, terratenientes, paramilitares o cuanto perfil oscuro se le presente en su oficina de la Ciudad Vieja, deseoso de un intermediario hábil para lavar, esconder o blanquear cuantiosas sumas de dinero. El Montevideo de la dictadura fue el escenario perfecto para que toda clase de forajidos provenientes tanto de los países vecinos como del propio, sacasen provecho del secreto bancario y de la eliminación del control de cambio. Y Brause pareciera sacar su propia tajada de todo y todos. 


A once años de su debut en el largometraje (Acné, 2008) el cineasta uruguayo Federico Veiroj sorprende, en primer lugar, por su reciente prolificidad, sumamente atípica por estas latitudes. Tres películas, El apóstata (2015), Belmonte (2018) y Así habló el cambista en los últimos cuatro años es un ritmo sorprendente para lo acostumbrado a ver por parte de nuestra producción local, lo cual habla bien de su creatividad y sus inquietudes personales, así como de mecanismos de producción notablemente aceitados. En segundo lugar, parecería haber logrado no sólo la película de su carrera, sino probablemente una de las uruguayas más sólidas que se hayan filmado hasta el momento. Una ambientación histórica impecable y con tonalidades a juego con un período especialmente gris; un libreto preciso (adaptación de la novela homónima de Juan E. Gruber, publicada en 1981) que aporta siempre información parcial, con personajes y situaciones enigmáticas en las que el espectador toma un rol activo; soberbias interpretaciones de Hendler y Dolores Fonzi y una historia magnética y fascinante como hace tiempo no se veía, redondean brillantemente el cuadro de un personaje que pareciera cosechar, tanto en su vida pública como privada, aquello mismo que siembra, perdiéndose en círculos viciosos de soledad y desesperación.

Publicado en Brecha el 4/10/2019.

viernes, 4 de octubre de 2019

Por qué Euphoria

Sexo, drogas y electrónica




“It’s not TV, it’s HBO” es el slogan con el que el canal HBO recalca sus diferencias, intentando desmarcarse de la competencia. Y lo cierto es que, en lo que concierne a series, parece estar yéndole bastante bien: apenas finalizado Game of Thrones el canal despunta y sobresale con más propuestas originales como los dramas históricos (Chernobyl, Gentleman Jack) y políticos (Years and Years); ahora faltaba proponer algo realmente despegado en el terreno de las temáticas adolescentes, y esto es, efectivamente, Euphoria.

Basada en la serie israelí de mismo nombre, se trata de una adaptación escrita y dirigida en su mayor parte por el director y libretista Sam Levinson, una de las mayores promesas del cine norteamericano actual. Levinson ya se había destacado con su notable Assassination Nation (2018), película en la que ya demostraba su capacidad para exponer cuadros adolescentes sin reservas, y con la cercanía y la empatía necesarias. Como en ella, esta serie es un auténtico prodigio a nivel estético: colores intensos, atmósferas enrarecidas, efectos visuales sumamente novedosos (en un viaje lisérgico, la protagonista atraviesa con dificultad una habitación literalmente giratoria), y una música alucinante y ecléctica, que cuenta con composiciones propias a cargo del británico Labrinth, clásicos casi olvidados de Andy Williams y Air Supply así como temas de artistas en ascenso como Billie Eilish, Megan Thee Stallion y Ark Patrol.



La serie acompaña a un grupo de adolescentes en sus vínculos con asuntos controversiales como los mandatos de género, la pornografía, las drogas, las redes sociales. Un universo juvenil en el que los celulares son como prótesis y en el que la hiperconectividad es una herramienta de doble filo, capaz de arruinarles la vida o de ser vehículo para su propia aceptación y empoderamiento. En este sentido, la serie ostenta un mérito atípico, y es que si bien da cuentas de varios de los riesgos a los que son expuestos los jóvenes, lo hace evitando caer en el maniqueísmo panfletario, sin regodearse en miserias, sin moralina, e incluso desdramatizando algunas situaciones. Por ejemplo, el consumo de drogas es algo generalizado y, cuando es moderado, se presenta simplemente como una mera opción recreativa. Y si bien es cierto que la viralización de un video sexual puede ser algo terrible para una de las protagonistas, se da cuentas de que, lejos de ser el fin del mundo, con el tiempo se convierte en algo naturalizado por todos y hasta por ella misma; una adversidad que le sucede a muchos otros de su entorno, siendo parte intrínseca a la vida del instituto. De esta manera, la serie se posiciona sin negar la gravedad de estas nuevas realidades, pero sin tampoco caer en posturas apocalípticas.

La realización es formidable, un cuadro coral que, de a ratos, se convierte en un verdadero bricollage de conflictos personales, en el que el realizador nos regala un hermoso caleidoscopio de sensaciones, atmósferas y estados mentales. Levinson se permite incluso experimentar con las imágenes, transmitiendo alternativamente fascinación, decadencia o auténtico desasosiego. Pero por sobre todo, la serie se nutre de un puñado de personajes que no podrían ser más atractivos: la carismática Rue (Zendaya) proclive a los excesos y drogadicta a los 17 años, la transexual Jules (Hunter Schafer) quien experimenta con el sexo casual mediante las aplicaciones de citas, y la no menos imponente Kat (Barbie Ferreira) una chica corpulenta que comienza a tener sus primeras experiencias sexuales. Y hace tiempo que no veíamos un villano tan interesante como Nate (Jacob Elordi); quien aparenta ser el típico adolescente abusivo, escultural y popular, siempre resuelto a hacer alarde de su hombría así como deseoso de hostigar y violentar física y psicológicamente al prójimo. Pero al mismo tiempo se lo ve como una víctima de su frustración y de sí mismo, e incapacitado de aceptar un rasgo que parece compartir con su padre: su interés y atracción por los hombres. 


Hay mucho sexo, que, de a ratos, se torna realmente gráfico. Una escena en la que un hombre exhibe su micro-pene y se masturba frente a cámara es sorprendentemente explícita para lo que acostumbra verse en series sobre la adolescencia, y series en general. Abundancia de penes erectos (curiosamente, en contrapartida no se ve ni una sola vagina), pechos desnudos y muchos coitos intensos y desacomplejados, atentan contra los límites puritanos dominantes en este tipo de producciones. 

Mención aparte merecen varias de las principales actrices, quienes además de ser excelentes intérpretes parecen llevar, detrás de cámaras, un correlato a sus personajes. Rue, la carismática protagonista es nada menos que la célebre cantante Zendaya, activista por la diversidad y feminista a quien hemos visto recientemente en la gran pantalla como novia del nuevo Spiderman. Jules es la modelo trans Hunter Schafer, todo un símbolo del activismo de los derechos LGTB en los Estados Unidos. En cuanto a Kat, Barbie Ferreira, es una partidaria del body positivity, y una desenvuelta modelo de tallas grandes. Al parecer no sólo se atinó a dar con actrices brillantes, sino además con notables ejemplos a seguir.

Publicado en Brecha el 25/10/2019

Midsommar (Ari Aster, 2019)

Terrorífica pero optimista 



Desde un comienzo, esta película muestra hasta qué punto la relación entre Dani (Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor) se encuentra en plena crisis; no hay reciprocidad en los afectos de uno a otro y ambos dudan de la estabilidad del vínculo. Y justo cuando Christian comienza a sentir la relación como un auténtico lastre acontece una tragedia inusitada, horripilante y profundamente traumática. Debemos recordar que el aquí director y guionista es nada menos que el neoyorquino Ari Aster, director de la indefinible Hereditary, una de las películas de terror más enfermizas que se hayan visto jamás. Como para mantenerse a la altura en cuanto a cordura y sanidad mental, la totalidad de esta película escapa a cualquier cosa que se haya visto previamente en una sala de cine. 
Si el vínculo entre los protagonistas ya viene trunco desde un comienzo, más lo será un viaje de estudio que nunca debió haber sido, con una invitación forzada y deshonesta. Pero la excursión tiene lugar y así es que cuatro americanos (tres de ellos estudiantes de antropología) y dos ingleses acaban ingresando a una comuna ancestral llamada Hårga, en Hälsingland. Allí, sus habitantes viven al margen de la sociedad, y se abocan al festejo del solsticio de verano, que al parecer tiene particularidades específicas que lo diferencia de otras festividades similares en otras regiones. La mezcla de vida al aire libre, drogas y sexo casual parece seducir a los estudiantes, y seguramente mucho más que el interés antropológico intrínseco a esas ceremonias. 


Sin embargo, poco demoran en acontecer las prácticas incomprensibles (ritos con sacrificios humanos), los sucesos extraños (como la particularidad de que jamás anochezca), y las desapariciones misteriosas, todo bien adobado con un consumo de drogas casi permanente. Además, todas las ingestas despiertan sospechas, y nunca se descarta una creciente intoxicación a través de los constantes banquetes que son obsequiados a los personajes. Los interiores oscuros de toda la primera parte contrastan notablemente con la chillona incandescencia de la estadía en Hälsingland, con una naturaleza omnipresente y fulgurante, alucinantes imágenes de plantas que respiran, hierbas que se funden con los cuerpos, árboles con caras. La inquieta cámara acompaña el compás de los bailes folclóricos y destacan especialmente la fotografía del polaco Pawel Pogorzelski, así como la música envolvente del británico Bobby Krlic y una dirección de arte sobresaliente, con una copiosa iconografía basada en la mitología nórdica. 
Una mirada apresurada podría hacer pensar en otra película de ese cine de terror reaccionario en el cual un grupo de amigos estadounidenses tiene la mala idea de irse de vacaciones lejos de la seguridad de su propio país, para ser sometidos a vejaciones y horrores inusitados. Pero lo interesante del planteo es, primero, cómo Ari Aster presenta sutilmente a este grupo de estudiantes como un puñado de egoístas, incapaces de mostrar respeto por la diferencia o de disimular su afán explotador de las “exóticas” costumbres de la comuna. Y, en segundo lugar, todo el planteo alcanza grados de delirio tales que la lectura literal se vuelve insustancial. Corresponde ver al relato como una gran metáfora, quizá referida a la necesidad de eliminar vínculos tóxicos y de generar lazos más reales, en donde la honestidad, la empatía, el contacto corporal, la atención verdadera sean la nueva regla. No es menor que en la primera parte las comunicaciones se hagan a través de correos electrónicos y celulares, y que sobre el final sobrevenga una conexión colectiva, física y mental, un nuevo bálsamo que facilita la aceptación y la superación. Esta otra lectura permite dilucidar al sacrificio final como un acto de purificación, y el velado optimismo de la película. 


Es una verdadera pena que, una vez terminada, Midsommar haya sufrido una posterior amputación, ya que unos treinta minutos fueron eliminados del corte original del director. Esto no ocurrió, curiosamente, por razones de longitud, sino porque la MPAA (órgano encargado de las calificaciones parentales de Estados Unidos) le impuso a la versión original la calificación NC-17, la cual supone la prohibición inexorable de la entrada a menores de edad y, por lo tanto, una muerte comercial asegurada. De esta manera, la producción debió “corregir” la película para hacerla entrar en la calificación “R”, y que los menores de edad pudiesen ir al cine acompañados por adultos responsables, asegurando una mayor aceptación por parte de los complejos cinematográficos. Sólo nos queda esperar la versión original completa, la cual será difundida próximamente, en formatos domésticos.

Publicado en Brecha el 27/9/2019