domingo, 29 de diciembre de 2019

Raia 4 (Emiliano Cunha, 2019)

La imperceptible revolución 



La expresión coming of age refiere a un género cinematográfico en sí mismo, el cual ha dado últimamente un sinfín de grandes películas, como la argentina Juana a los 12, la ecuatoriana Alba, o las norteamericanas Eight Grade y Mid 90s. Aproximaciones a adolescentes en pleno desarrollo, en las cuales se presentan universos personales e íntimos, con conflictos más o menos agudos que dan cuenta de las dificultades y escollos que inciden en los comportamientos de los personajes, así como en su formación psicológica y moral. 
Esta película no escapa al género, pero la aproximación es sobresaliente y sumamente atípica: tiempos dilatados y una lograda fotografía a cargo de Edu Rabin exhiben de cerca a la notable actriz Brídia Moni interpretando a Amanda, una muchacha que alterna su tiempo en sus entrenamientos de natación, su grupo de amigos y su familia. La austeridad del cuadro, la inescrutabilidad y la extrema introversión de la protagonista, así como bellísimas escenas acuáticas son rasgos que subrayan una autoría singular. Con notable sutileza, en una cotidianeidad en la que parecería no suceder nada, se vuelcan pequeñas pistas e indicios que podrían sugerir qué es lo que acontece por detrás. Más allá de las apariencias, puede intuirse que una inmensa revolución tiene lugar en el fuero interno de la protagonista. 
Quizá como una forma de rebeldía, Amanda busca decepcionar: la natación competitiva, la que otrora pudo haber sido su pasión, ya no parece seducirla, y parecería comenzar a ver con cierta postura crítica el rígido sistema de reglas para el entrenamiento, encarnado en el personaje de su entrenador. Él mismo ya lo había dicho al comienzo de la película: con los cambios físicos de la pubertad, muchos adolescentes pierden su interés y las ganas de competir, y se predisponen ante el deporte de forma diferente. Pero Amanda va más allá: necesita decepcionar para ser vista (y verse) como una persona independiente, ajena a las imposiciones de los adultos. De esta forma, precisa escapar del aniñamiento que vuelca su padre en ella –quien aún le compra ropa con diseños infantiles–, de la expectativa de convertirse en una “señorita” según los parámetros de su madre –quien parece empeñada en lograr una “complicidad” juvenil con ella–, y se rebela contra el éxito esperado por su entrenador –incluso asumiendo faltas ajenas como propias–. Pero si bien el eje pulsional de Amanda parece orientado ahora hacia su despertar sexual y a un nuevo mundo ajeno al deporte, aún subyace en ella una competitividad enfermiza, la cual pasará a ser volcada en otros aspectos de su vida. 
Raia 4 es de esas películas que parecen destinadas a la marginalidad y a la incomprensión. El director y guionista debutante Emiliano Cunha apostó a un enigma que es construido a lo largo de todo el relato, y que permanece abierto una vez terminado el metraje. También a una austeridad que remite al maestro Robert Bresson (y particularmente a su última película, El dinero). Tales elementos mueven a una ambigüedad constante, y alejan la película de las certezas aceptadas por el gran público. Ojalá a Cunha se le reconozca su gran talento y pueda mantenerse fiel, como creador, a un cine tan excepcional.

Publicado en Brecha el 20/12/2019

jueves, 19 de diciembre de 2019

Monos (Alejandro Landes, 2019)

Con metralleta 


Un capítulo crucial de la historia de Colombia, prácticamente ininterrumpido desde las guerras civiles del S XIX hasta el día de hoy, es el referido al paramilitarismo y las guerrillas de izquierda. Desde que los grandes latifundistas y las oligarquías regionales comenzaron a financiar ejércitos a su servicio, el paramilitarismo comenzó a ser una realidad, fuertemente apuntalada en los años 50 por los partidos de derecha, quienes utilizaban a los soldados para combatir la insurgencia. Desde entonces los conflictos entre diferentes facciones militarizadas (liberales, conservadores, extrema izquierda), a los que se sumaron el Estado Colombiano y los cárteles, tuvieron las más diversas variables. Como daño colateral, los grupos autónomos de disidentes o “residuales”, surgidos por la insubordinación o la desintegración de viejas unidades, suelen causar a menudo daños y ultrajes graves a la población civil. 

Sin referirse a ningún momento histórico concreto, esta película comienza a lo alto de una planicie de una remota montaña. Se trata de un pequeño contingente militar, integrado por adolescentes, –no hay elementos para deducir si pertenecen a una facción de derecha o de izquierda–. Por ser los soldados rasos, los más jóvenes, es lógico que estén ubicados en la retaguardia, y a ellos les es encargado el cuidado de una rehén estadounidense secuestrada, así como el de una vaca lechera llamada Shakira, esencial para la alimentación de los soldados. Cuando por accidente esta última recibe un disparo y muere, una serie de circunstancias desafortunadas se precipita sobre los integrantes del grupo, poniendo a prueba sus lealtades y su capacidad de obediencia. 


El foco centrado en este grupo de púberes, en una ambientación agreste y en situaciones límite que los confronta a unos con otros, recuerda a ese gran clásico de la literatura que es El señor de las moscas, pero quizá las referencias más justas a nivel audiovisual sean Apocalipsis Now (1979) de Francis Ford Coppola y la increíble película rusa Ven y mira (1985) de Elem Klimov. Como en ellas, la aproximación es envolvente, el espectador ingresa a un universo hostil y demencial, pero desde una cercanía por la que cual comparte la urgencia y la extrema necesidad de los personajes. Una gran fotografía, que acentúa y ensalza lo ominoso de la tupida selva y de las cumbres montañosas por encima de las nubes, se complementa notablemente con un trabajo brutal de sonido, en el que los silencios son resquebrajados por notas estridentes e inquietantes. 

Monos es una gran alegoría y, como tal, una película que se presta a interpretaciones variadas. Una escena inicial en la que los personajes juegan un partido de fútbol con los ojos vendados, u otra en la que el más pequeño de los muchachos va a parar a una familia “normal” y comienza a ver un programa de televisión sobre la producción de ositos de gelatina a miles de kilómetros de distancia ofrecen múltiples posibilidades de interpretación. La película en su conjunto parecería plantear sutiles apuntes sobre la animalidad, la cegera o la incapacidad general de comprender o juzgar la injusticia neoliberal en la que vivimos inmersos, sobre la vulnerabilidad de una juventud militarizada y carente de afecto –y, por ende, sobre su potencial peligro–, sobre el absurdo de vivir en un mundo globalizado pero crecientemente injusto. Sea cuales fueren las lecturas, como esas escenas, la película toda está dotada de una sostenida y enigmática tensión; algo propio de un cine singular, arriesgado, alucinante, y ejecutado con una creatividad contagiosa. 

Publicado en Brecha el 13/12/2019

jueves, 5 de diciembre de 2019

Huérfanos de Brooklyn (Motherless Brooklyn, Edward Northon, 2019)

Noir con personalidad 


Edward Norton, El director-guionista-protagonista de esta película, interpreta a un antihéroe o, más bien, a un “héroe problemático”, un personaje con síndrome de Tourette, es decir, que durante su vida cotidiana sufre constantemente de tics, putea y dice cosas inconvenientes sin voluntad de hacerlo, con las dificultades que esto puede acarrearle en su labor como investigador privado. Al comienzo de la película, su estimado jefe (Bruce Willis) es asesinado en medio de un enigmático caso; vaya uno a saber por qué, en su lecho de muerte, en vez de dejársela fácil a su discípulo, le dice y le repite una palabra en clave, imprescindible para que se entretenga devanándose los sesos durante media película. El quién, el por qué y el para qué fue asesinado, son incógnitas que quedan planteadas desde ese mismo comienzo. 
La estética es bella y calma, con claroscuros típicos, un aire melancólico y buena música de jazz, acompañada además de una hermosa composición del hoy omnipresente Thom Yorke. Se respira además cierto aire de camaradería entre varios personajes, situaciones coloquiales bien logradas en las que subyace una sensación de respeto y amistad, y de individuos que, aún cuando tienen que hacerse daño, no desearían hacerlo. La seriedad imperante se alivia notablemente con los exabruptos incontenibles y humorísticos del mismo personaje, en situaciones de a ratos sumamente hilarantes. De lo que sí pareciera pecar la película es de extender un tanto algunas escenas; el intrincado guión quizá mereciera un mayor pulido para agilizar el ritmo y disminuir un tanto el metraje (casi dos horas y media). 
Pero el libreto es sumamente inteligente (está basado en la novela homónima de Jonathan Lethem) y, como varios de los mejores noirs, pone sobre la mesa una problemática social y política compleja. Robert Moses fue un político que, conocido mediáticamente como el “constructor maestro” tomó decisiones clave para la urbanización de Nueva York a lo largo del S XX. En su labor, barrió con zonas marginales enteras (en las que vivían principalmente negros y extranjeros) para construir los grandes puentes, las autopistas y los rascacielos que son hoy toda una señal de identidad de la ciudad. En alguna de sus biografías, se señala que Moses construyó adrede puentes y autopistas bajas para que los ómnibus no pudieran pasar, desestimulando que los pobres y en particular los negros accediesen a los parques estatales de Long Island. También se opuso, en cierto momento, a que los veteranos de guerra negros se mudaran a los complejos de desarrollo residencial en Manhattan. Su misión parecía ser la de modernizar la ciudad, pero para disfrute exclusivo de la gente rica y blanca. Aquí el poderoso antagonista, interpretado por Alec Baldwin, se inspira en este peculiar personaje. 
Huérfanos de Brooklyn es un cine bien logrado, personal e ingenioso. Alguna inconsistencia en el planteo, alguna escena innecesariamente edulcorada y estereotipos algo remarcados le quitan vuelo, pero no por ello deja de ser una opción sólida y sumamente disfrutable.

Publicado en Semanario Brecha el 30/11/2019