sábado, 28 de enero de 2023

Holy Spider (Ali Abbasi, 2022), Little Joe (Jessica Hausner, 2019) y Babylon (Damien Chazelle, 2022)

De arañas, flores macabras y elefantes

Los últimos días de enero depararon a las carteleras montevideanas grandes títulos: un drama social durísimo, ambientado en Irán; una alegoría fantástica de origen austríaco y un luminoso y descontrolado homenaje al Hollywood de hace un siglo. Tres películas que no deberían pasar desapercibidas. 

Fundamentalismo arácnido. Holy Spider es de esos atípicos policiales negros en los que, ya desde un comienzo, vemos el rostro del asesino y sabemos quién es. De este modo, cuando acompañamos la investigación pertinente, la incógnita del perpetrador ya se encuentra resuelta, y pasan a ser los procedimientos para llegar hasta él lo crucial para resolver el caso. Así, una periodista (Zar Amir-Ebrahimi, ganadora del premio a mejor actriz en Cannes por este papel) llega desde Teherán a la ciudad de Mashad para investigar una serie de misteriosos y truculentos asesinatos de prostitutas. Pero como se sigue paralelamente a la periodista y al psicópata, pueden comprenderse por un lado las dificultades de investigar con escollos permanentes -debido principalmente a la condición de mujer de la protagonista y de sus pretensiones de obtener justicia en una teocracia fundamentalista-, y por otro, un modus operandi chapucero y hasta alevoso, por parte de un asesino que parece desear ser arrestado, y reconocido popularmente.

Está claro que ahondar en el tema de la prostitución es difícil y supone meter el dedo en muchas llagas sociales, pero si además en la trama se acumulan gestos machistas por docenas por parte de funcionarios de variado porte y hasta de los ciudadanos de a pie, el drama se potencia. El acierto del director iraní radicado en Dinamarca Ali Abbasi (autor de la notable Border) es múltiple y supone una de las más desgarradas denuncias al sistema político, al fanatismo religioso que avala sus delirios y a una sociedad reaccionaria -sería hipócrita verla como algo ajeno; a lo largo y ancho de occidente campean pensamientos similares- que desea la muerte de sus pares en desgracia. El monstruo arácnido extiende sus patas en todas direcciones, atraviesa las calles, se enquista en las instituciones, se instala entre los adultos y anida en las mentes jóvenes, perpetuándose en el tiempo. Holy Spider es una película sorprendente, apremiante y difícilmente olvidable, además de una auténtica osadía cinematográfica, basada en hechos reales.

Fragancia viral. Hace pocas semanas publicábamos una nota sobre el elevated genre, suerte de subgénero dentro del cine fantástico, en el cual Little Joe, el negocio de la felicidad podría encasillarse claramente. La historia se centra en una madre soltera que se dedica a la cría de plantas perfeccionadas genéticamente. La empresa para la cual trabaja busca el desarrollo de una flor que, si es correctamente cuidada, emana un polen que provoca, en los humanos, un estado de felicidad inmediato. Pero a poco de comenzada la película comienza a extenderse la sospecha de que la flor acaba por alterar la psiquis de sus dueños, y los domina para su beneficio.

La directora y guionista austríaca Jessica Hausner concibe -en cooperación junto a la también directora Géraldine Bajard- un libreto brutal, una gran alegoría que permite múltiples lecturas sobre qué está ocurriendo, con qué consecuencias y a qué refiere la historia en su totalidad. En una escena crucial (siguen spoilers) se percibe que la resistencia a los efluvios de las flores es inútil, y que para la protagonista supondría, asimismo, la reprobación general, y seguramente su aislamiento social. Si las flores y su aceptación representan la adhesión a las nuevas tecnologías, a las redes sociales, al pensamiento hegemónico o al lenguaje mismo, es tarea que debe resolver el espectador consigo mismo. Como sea, una fotografía grandiosa que equilibra fondos blancos asépticos con colores chillones y una banda sonora casi marciana -casi, ya que en realidad fue compuesta por el músico japonés fallecido Teiji Ito- redondea una atmósfera crecientemente enrarecida e inquietante.

El gran bacanal. Hollywood supo ser un lugar de fermento creativo, libre, desinhibido y excesivo. Claro que tenemos que remontarnos a la segunda década del siglo pasado para llegar a ese punto único en la historia de Estados Unidos, cuando la industria cinematográfica era la quinta más grande del país, se producían en promedio unas 800 películas al año, y el cine era un campo fértil para la experimentación sin límites. Debido justamente a los escándalos -y las muertes- derivadas de todo tipo de excesos circundantes, es que comenzó una regulación creciente y apareció el nefasto Código Hays, que luego impuso reglas de moral al cine. El talentosísimo director Damien Chazelle (Whiplash, La La Land) rinde un desatado homenaje a aquella década, con una película sobregirada, virtuosa y descomunal, en la que abundan los detalles históricos y una inteligente y estimulante multirreferencialidad. Como ejemplo de esto: una mujer directora aparece en varias escenas de rodaje. Su personaje está inspirado en Dorothy Arzner, única mujer directora de Hollywood en el momento, y se dice de ella que fue la responsable de crear el micrófono “boom”, es decir, equipado con una “jirafa” o caña que se apunta a los intérpretes en las escenas con diálogos. La forma en que Chazelle introduce a este personaje y a la necesidad imperiosa de cambios técnicos con el advenimiento del cine sonoro, es hilarante y sensacional.

Chazelle se divierte en una película brillante por momentos -la primera mitad es casi perfecta, y contiene varias escenas de antología- que asimismo decae en algunos tramos -las frases como sentencias expresadas por una periodista cultural rememoran los peores tramos de Birdman, y la representación de un mafioso desequilibrado interpretado por Tobey Maguire es torpe y caricaturesca- pero que contagia un amor por la época y una energía vital sobresalientes. La sucesión de orgías (literales y figuradas) remite a películas como El lobo de Wall Street, Ojos bien cerrados, La gran belleza, o al Fellini más desaforado, con un catálogo de excesos -incluido un elefante embutido en una fiesta- que recuerda que nada hay ahora que no se haya visto entonces; desde el título se refiere incluso a aquella Babilonia que supo existir hace casi cuatro mil años, y a ciertos fenómenos cíclicos que parecen sucederse desde tiempos ancestrales.

Publicado en Brecha el 28/1/2023

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