sábado, 15 de septiembre de 2007

Cortos de David Lynch

La lógica de lo ilógico
Sueños / pequeñas rebanadas de muerte / como los detesto”. Edgar Allan Poe


Que David Lynch está muy mal de la cabeza no es novedad para nadie. Pero si uno echa un vistazo a sus poco difundidos cortometrajes se dará cuenta de hasta qué punto en su cerebro hay unas cuantas piezas sueltas. De a ratos, cuesta saber verdaderamente si Lynch se tomará en serio a sí mismo, o si en el fondo la obra de este buen hombre no será un gran bluff, y si acaso no se estará burlando abiertamente de sus incautos espectadores.

Cada uno de los cortos de su carrera desafía la lógica y las narrativas tradicionales, y hasta en algunos casos se vuelve muy difícil describir sus tramas argumentales, básicamente porque tales “tramas” no existen. Oscilando entre lo puramente experimental y el propio “retazo” de sueño, sus creaciones suelen llamar alternativamente a la incomodidad, a la repulsión y al más simple y llano desconcierto. Y esto debe de satisfacer enormemente a Lynch, siempre dispuesto a meter el dedo en los engranes inconscientes de su público, de atentar contra su vulnerabilidad, de hacerlo enfrentarse a sus propios miedos, y, por supuesto, de descolocarlo y llevarlo a pensar y a resignificar las misteriosas y perturbadoras imágenes que se suceden.

Así, sus cortos exigen varias lecturas, y uno vuelve a ellos como a un enigma sin resolver, ya que seducen en su enajenamiento, en su incoherencia, en ese dejar cabos sueltos, siempre con un notable sentido plástico. Sin duda, los seguidores de Lynch estamos dotados de cierto espíritu masoquista, el cual nos lleva a reincidir en la incomodidad y el desconcierto que provoca su obra. Asimismo, quienes necesiten que se les “explique” una película, que exijan que todas las piezas de un puzzle acaben acoplándose perfectamente, jamás tendrán cabida en su universo.

Anterior a su debut en el largometraje –esa pesadilla genial que fue Eraserhead (1977)- su primer etapa de cortos es de un surrealismo sucio, angustiante y por momentos casi intolerable, y puede herir varias sensibilidades. Six figures getting sick (1966) es un cuadro animado, en donde seis figuras de rasgos humanoides se descomponen y vomitan al unísono. La misma escena se repite seis veces, siempre con un aturdidor ruido de sirena de fondo. En The alphabet (1968), The grandmother (1970), y The amputee (1974) Lynch continúa con la experimentación pesadillesca, que en su momento debió de haber sido un agasajo para el joven David Cronenberg, ya que se conjugan miedos inconscientes, viscosidades orgánicas y algo de gore.

The cowboy and the frenchman (1988) se asemeja más a Terciopelo azul (1986) por su mirada radiográfica y crítica a la norteamérica “profunda”, aunque aquí el tono es el de una hilarante comedia absurda. El gran Harry Dean Stanton es un algo sordo y obtuso cowboy que se sorprende ante la llegada de un francés y llega a confundirlo con un alienígena. Sobrellevado el malentendido comenzará un curioso intercambio cultural.

Rabbits (2002), debe de ser una de las obras fílmicas más desconcertantes jamás vistas, y supera en extrañeza a cualquier otra cosa que haya hecho Lynch. En una sala de estar provista de una iluminación tenue y opresiva, conviven tres seres con fisonomía y ropas de humano pero con pelos y ominosas cabezas de conejo. La inalterabilidad del plano, los tiempos muertos y la angustiante ambientación sonora refuerzan una permanente sensación de desasosiego, los diálogos de los personajes no tienen sentido aparente y pareciera que estuvieran desordenados (aunque no lo están), y risas y aplausos de un público imaginario, introducidos de forma aleatoria dan la idea de una sit-com delirante, pero sin nada de lo que reírse. Para quien la aguante, una experiencia terrorífica de tres cuartos de hora, única en su especie.

Dumbland (2002) es una serie de cortos animados provista de un humor negrísimo y ultra violento. Algo así como Los Simpson pero con dibujos mucho más rústicos, en los que la madre de familia atraviesa un permanente colapso nervioso, el padre es un gordo desdentado que odia a todos y a todo y el hijo (o hija, no se entiende bien) es un macaco histérico que comenta divertido los continuos excesos de su padre. En su absurda desmesura escatológica, un divertimento seguro.

Publicado en Brecha 3/8/2007

2 comentarios:

  1. Disculpe pero al no hallar sitio para comentarios acerca del documental de Herzog opté por escribir aquí.
    Marlene

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  2. No creo que Treadwell prensara en su propia muerte tanto como integrarse a la existencia de sus admirados animales.
    Ví hace un tiempo "Aguirre la ira de Dios" y me pareció que se presentaba la historia de un perdedor que se introducía en un vasto y complejo mundo (que era evidente que lo iba a fagocitar) con soberbia individualista de voluntarista irredimible que no tiene idea de la compleja inmensidad en la que se sumerge.
    Probablemente Herzog tenga afición a este tipo de personajes y haya presentado la misma historia pero en clave de grizzlis.
    Cuando hablo de integrarse a determinado mundo no me refiero al concepto humano y simple de desear ser un miembro más de la comunidad síno a eso cósmico de ser de su misma escencia: Como si admirando a los árboles añoráramos tener cuerpo de madera. Esto en referencia a esa arrobada admiración por la bosta tibia del oso: Esa (para nosotros) prquería estuvo dentro del cuerpo del grizzli (para Treadwell) por tanto fue parte de él.
    Dado este contexto: ¿Qué placer mayor que ser muerto por uno de ellos? ¿Qué mayor honor, qué mayor gloria?
    Recordemos que el ecologista los observaba a ellos pero ellos no lo observaban a él, luego el que un grizzli le dedicara unos instantes de atención (de la única manera posible: Atacándolo) más que un padecer debe haber sido el cenit - último pero cenit al fin- de su larga carrera. La relación matador-matado también puede ser una relación íntima.
    Y Herzog no mostraría entonces tanto un suicidio o un acto de autodestructividad sino la reconstrucción de una larga liturgia previa a esa comunión final entre Treadwell y sus amados grizzlis.
    marlene

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