La película empieza con un plano al aire libre en que se puede ver una extensa pradera y dos inmensos osos grizzly comiendo hierbajos a quizá unos 20 metros de la cámara. De inmediato, hace aparición un hombre de unos 40 años, rubio, con corte hongo a lo surfer, calma aparente y seguridad en sus palabras. Se trata de Timothy Treadwell, ecologista, adorador de osos, y por lo que parece a primera vista, nuestro hábil guía en este documental. Dirigiéndose a la cámara nos empieza a dar cuenta de lo arriesgado que es convivir con estos animales y de los cuidados que implica: “…desafían todo, incluso a mí, es algo que hay que aceptar. Si me muestro débil, si intento retirarme me pueden lastimar, me pueden matar. Tengo que mantenerme ileso si quiero quedarme en esta tierra. Si demuestro debilidad aunque sea una vez, se aprovecharán, me capturarán, me decapitarán, me cortarán en pedacitos.”
En breve, el filme nos enterará de que, efectivamente, quien hablaba a cámara unos minutos antes fue literalmente despedazado y engullido junto a su novia por uno de los osos a los que defendía. Los grizzly (ursus arctos horribilis) miden 2,13 metros de alto y pesan 380 kilos, y se consideran unos de los animales más peligrosos del planeta. Treadwell llevaba trece años estudiándolos de cerca, siempre desarmado, y desde hace al menos tres que los filmaba en su hábitat natural, la Reserva Nacional de Katmai, en Alaska.
Werner Herzog, quien en su momento supo dirigir grandes películas como Corazón de cristal, Aguirre, la ira de Dios, Nosferatu, el vampiro, Fitzcarraldo o Grito de piedra, desde hace tiempo que se dedica casi exclusivamente a filmar documentales y en este caso contó principalmente con un centenar de horas de material sin editar de la convivencia de Treadwell con los grizzlies, en las que por fortuna abundan las confesiones a cámara. Intercalando este material con entrevistas a conocidos, allegados, especialistas en osos y en medio ambiente y hasta de médicos forenses, Herzog reconstruye el horror de los hechos y se plantea además un objetivo arrojado y pretencioso: indagar en la psiquis del protagonista. Es probable que en un principio el director nunca haya imaginado el filón que significó el legado fílmico de Treadwell. Algunas escenas son memorables, y más si se tiene en cuenta que a cada aparición de un oso grizzly el suspenso se potencia. Mientras el protagonista ve en cada uno de estos animales a un amigo entrañable, el espectador ve a un futuro verdugo y teme a cada minuto por la vida de Treadwell.
Es entonces que este documental abunda en escenas al aire libre, con un protagonista empeñado en acercarse cada vez más a los osos, en tocarlos, en demostrarles su afecto. La matanza final no fue registrada porque en ese preciso momento cayó una gorra sobre el lente de la cámara, pero sí fue grabado el sonido, y en concreto siete minutos desde que Treadwell es atacado hasta el silencio sepulcral. Una escena magnífica tiene lugar cuando se le ofrece al mismo Herzog la grabación para que la oiga, y él, luego de escuchar un fragmento, notoriamente afectado hace explícita su opinión de que jamás nadie debería volver a oír esa cinta, y por ende, su decisión de no incluirla en la película. Quizá el director sepa que es aún más inquietante la sugerencia de lo que se oye que los sonidos mismos, y, ciertamente, no hubiesen aportado nada a la obra.
Los individuos de comportamientos atípicos extremos, la magnificencia impávida de la naturaleza, la persecución de una quimera que en forma inevitable conduce a la muerte y, sobre todo, la transgresión deliberada a los límites de la humanidad son temas comunes en la obra de Herzog, y todos ellos resurgen en esta soberbia Grizzly man. En determinado momento alguien dice que Treadwell insistía en traspasar una frontera atávica e inquebrantable entre el hombre y los grizzlies y que por tanto este final estaba cantado a coro desde años atrás. ¿Por qué Treadwell, conociendo las consecuencias, se entregó a una muerte segura?, ¿a qué recónditos impulsos obedecía?, ¿qué extraña fascinación ejercían sobre su persona semejantes mastodontes?
El abordaje de Herzog intenta dar luz sobre estas incógnitas, pero nunca lleva a conclusiones terminantes. El pasado de Treadwell como surfista y su posterior dependencia al alcohol, la cual fue finalmente superada gracias al descubrimiento revelador de los grizzlies pueden dar cuenta, por ejemplo, de una muy probable adicción a la adrenalina y por tanto al que sería el deporte más extremo de todos. Una escena en que el protagonista se regocija palpando y admirando un gran sorete recién evacuado por una osa y por el que exclama extasiado “está caliente, recién estaba dentro de ella” puede insinuar ciertas tendencias zoofílicas, aunque siempre en los inciertos terrenos de la conjetura.
Herzog no se ahorra opiniones personales y las va dosificando a lo largo del relato, agregando posibles lecturas. En determinado momento vemos que Treadwell se encuentra cerca de una osera con una pata arrancada de un oso pequeño, y la observa y acaricia con profundo dolor, anímicamente destrozado. La voz en off del director explica que los osos machos suelen matar a sus crías para que las hembras dejen de amamantar y estén listas para la fornicación, y agrega: “pienso que el común denominador en el universo no es la armonía sino el caos, la hostilidad y el asesinato”. Al antropomorfismo que Treadwell inocentemente proyecta a la naturaleza, es decir, a su creencia en que los grizzlies tienen sentimientos análogos a los de los humanos, el germano le contrapone su férreo pesimismo.
Todo debe de ser dicho, y cerca del final de la película el espectador se puede terminar cansando de la verborragia y el amaneramiento exhibicionista de Treadwell. Pero una vez acabada la obra, y reflexionando sobre ella, se comprenderá que a este documental no le sobran escenas, y que todas cumplen un rol dentro de la compleja totalidad.
Grizzly man no se encuentra en los circuitos tradicionales, y por cómo van las cosas, es probable que nunca lo esté. No obstante, una mulita de paso lento pero decidido podría atravesar una maraña ciberespacial para dar con semejante maravilla, y configuraría por fin un feliz vínculo entre el espectador curioso y películas de este calibre.