“Cuando miras al abismo, el abismo también te mira a ti.” Friedrich Nietzsche.
Tengo especial predilección por los golpes bajos en las películas. Los imprevistos, punzantes, penetrantes y demoledores golpes bajos, los que suelen impactar y desacomodar y que, si son lo suficientemente dolorosos, se vuelven difíciles de olvidar, al menos en un corto plazo. Por esto creo que no existe nada como un buen shock emocional para llamar a una posterior reflexión. Uno abandona el visionado y la película vuelve insistentemente, machacándolo, obligándolo a pensarla, a resignificarla. Pero hay algo que está muy mal en Hostal, más bien lo que está muy mal es toda la película. Ahora está doblemente mal, porque ya se estrenó la secuela, Hostal 2, que prácticamente es un calco de la primera.
Desde los pósters, desde los trailers promocionales, Hostal sobresale por la crudeza de sus imágenes, y particularmente, porque el énfasis está puesto en las escenas de tortura. Además, los avances de la secuela prometían más y más terribles suplicios. Y seamos claros, el verdadero leitmotiv de estas películas son esas escenas. Todo lo demás, la historia, los personajes, son aspectos secundarios, y si existen, es en función de la tortura.
Cuando vi Hostal, la primera, salí del cine con un muy amargo sabor de boca. Acababa de ver una película de explotación, una película gratuita, pergeñada por sádicos y para sádicos. Dos jóvenes norteamericanos y un islandés salían de turismo sexual por Europa, y tras llegar a Eslovaquia, eran engañados por prostitutas y llevados a un centro clandestino, en el que unos hombres ricos pagaban por torturarlos hasta la muerte.
Pero quizá yo no hubiese entendido bien algún concepto, quizá me estuviesen pasando por el costado posibles interpretaciones que no era capaz de ver, y por eso procuré dar con alguna entrevista a Eli Roth, el director y guionista responsable del filme. En una de ellas este sujeto explicaba que en un artículo que había leído en el New York Times, se hablaba de chicas pobres de Europa Oriental a las que la mafia rusa las despojaba de sus pasaportes y traficaba a Eslovaquia para que trabajaran en prostíbulos. Chicas de 18 o 19 años que muchas veces acababan suicidándose por las condiciones que allí les eran impuestas… Así que era eso, gracias Eli Roth por iluminarme, menos mal que en el fondo eras un individuo con moral. Así que después de todo ese horror que habías filmado tenía un propósito oculto. Lo que es una verdadera lástima es que nada de esto se vea reflejado en la película.
Y lo que ocurre con Hostal y su secuela es que son filmes reversibles, ideados desde un comienzo para su autodefensa. Si alguno acusa a Eli Roth por reivindicar la tortura, por exponer y difundir en detalle varias formas de atormentar a un ser humano, el argumentará que “se trata sólo de un entretenimiento inocuo, autoparódico, que nadie se lo podría tomar en serio, que es SÓLO UNA PELÍCULA”. Si en cambio se le acusa de filmar espectáculos gratuitos, vacíos y de explotación, él dirá: “¡Pero no se dan cuenta que tiene un trasfondo social, que es una película seria y de buenas intenciones!”.
Las películas centradas en torturas explícitas existen al menos desde finales de los sesenta, ideadas por productores que consideraron que los desnudos perdían vigencia y dejaban de darles ganancias. De aquí que la mayoría de estas películas estuvieran protagonizadas por mujeres muy bien formadas y muy proclives a quedar libres de prendas molestas, al igual que las de Hostal. Pero esta clase de filmes solían ser hechos con presupuestos escasos, no gozaban de buena distribución y eran vistos en círculos minoritarios.
Lo que espanta un poco de este nuevo fenómeno es que hoy está siendo pergeñado desde el mismo mainstream, y por tanto goza de grandes medios para su producción y comercialización, asegurándose su llegada al gran público. El género del terror es el más popular que existe hoy en día y también el más pirateado de todos, por lo que la real difusión de la película alrededor del globo es, de verdad, inconmensurable.
La cita que encabeza este artículo cobra un sentido vertiginoso cuando se aplica a los medios masivos de comunicación. El autor, artista, responsable de su obra está en el tope del abismo, y lo insondable, el infinito público se encuentra debajo, mirándolo atentamente. El artista es incapaz de saber qué piensa esa masa heterogénea, qué interpreta de su obra, ni las consecuencias que él podría traer sobre los individuos de esa misma masa.
Hoy se habla mucho de la supuesta inocuidad del cine, de que nadie en sus cabales puede ver una película y por ese único hecho decidirse, por ejemplo, a matar gente. Y si así ocurriese en algún momento, de todos modos no se podría culpar a la película de la locura del sujeto. En este sentido, el cine más extremo tendría el beneficio de la duda, y creo que está bien que así sea. Pero, ¿que tal si no uno en cien mil, sino uno en un millón, luego de ver Hostal, llegara a la conclusión de que torturar puede ser algo gratificante?
A mediados de los noventa, algunas bandas de metal, y particularmente las que hacían death metal y grindcore, comenzaron a competir entre sí para demostrar cuál de ellas era la más pesada, cuál era capaz de tocar más rápido, cuál era la más ofensiva en sus letras. Así, uno escuchaba el nuevo disco de alguno de estos grupos y se encontraba con un vocalista destrozándose durante treinta minutos las cuerdas vocales, y guitarristas, bajistas y bateristas que machacaban a la velocidad de la luz sus instrumentos. Cuando la competencia empezó a agudizarse, se hizo muy difícil distinguir una masa de ruido de la otra, y de hecho, la música ya se había perdido, mucho tiempo atrás. Además, el death metal y el grindcore eran géneros extremadamente conservadores.
Hoy en este nuevo cine está ocurriendo un fenómeno similar. Tenemos varios directores, (y detrás de ellos sus productores[1]), volcados a este “juego” de ver quién es capaz de exponer la escena de tortura más retorcida, horrenda y explícita. El juego del miedo 3 o Destino final 3 son claros ejemplos de esto, y al igual que en Hostal, hay un especial énfasis en los sufrimientos prolongados.
El problema de la industria del entretenimiento es que es adictiva, y los productos acaban por crear su propia demanda. El fenómeno existe, recién empieza y probablemente sea irreversible. Mientras este tipo de películas siga dando ganancias, no hay nada que se pueda hacer para frenarlo.
El detonante definitivo que me decidiera a escribir esta nota es imaginario pero sin dudas ocurre, hoy mismo y en algún lugar del mundo: la imagen de una barra de adolescentes con sus cajitas repletas de pop-corn, elevando los brazos y emitiendo gritos de placer a la llegada de una nueva escena de torturas. Sepan disculparme, pero esta imagen me revuelve mucho más el estómago de lo que podría cualquiera de las presentes en la película Hostal.
Esta pavorosa tendencia acaba por demostrar lo importante que se ha vuelto hablar la tortura. Hablarla, pensarla y transmitirla con claridad, en los espacios públicos y privados, a nivel inter e intra generacional, en todo su horror, y como lo que es: la degradación última, el más bajo y deplorable estadio al que ha llegado el hombre; jamás un espectáculo cool. Las nuevas generaciones quieren saber sobre la tortura, y están dispuestas a escuchar. Si uno oculta el tema, contribuye a que se transforme en tabú. El que calla otorga, y cuando hay silencio, los discursos dominantes penetran.
[1] Vale preguntarse que está pasando por la cabeza de Tarantino, y por qué se ha dispuesto a apadrinar a un enfermo mental como Eli Roth.
Publicado en Brecha 24/7/2007
No soy amante del cine de terror, pero, aún habiendo rechazado por gusto propio ver la saga de "Hostel", confieso que me repugnó el poster publicitario de la segunda entrega.
ResponderEliminarMe sorprende la valentía que demuestras al ir contracorriente y con unos argumentos que hago míos en toda su extensión.
No sé si habrás tenido noticia que, hace poco, en España, unos menores agredieron a un chico de forma brutal, en el metro, grabando la agresión, cuyo video luego publicaron, oyéndose una voz que aseguraba que, destrozarle la boca al pobre sujeto, eso iba a valer "mucha pasta", es decir, suponiendo pingües beneficios con la tortura de un tercero desconocido.
Escalofriantemente cierto.
Saludos