Jean-Pierre Jeunet es uno de los más singulares y originales cineastas franceses de las últimas décadas. Su estilo ya quedó marcado en su primer y divertido largometraje Delicatessen y sus obsesiones encontraron un punto álgido en la brillante La ciudad de los niños perdidos. Mundos fantasiosos desplegados en tono socarrón, con personajes y situaciones que parecen extraídos de los dibujos animados, y con un particular énfasis en la puesta en escena, en las tonalidades cromáticas -predominantemente sepias y verdes- y en una ambientación casi onírica que unifica la tecnología moderna y el gusto por lo retro. A partir de Amélie -un éxito arrollador de taquilla- pareció volverse más comercial y popular, haciendo uso de personajes forzadamente simpáticos y situaciones algo empalagosas, pero sin dejar de confiar en la inteligencia del espectador y, asimismo, de concebir un cine enérgico, esmerado y atractivo.
Micmacs continúa esta orientación y, por fortuna, no hay mucho lugar aquí para los excesos de azúcar. En principio se trata de una historia de venganza: el protagonista sufre siendo niño la muerte de su padre a causa de la explosión de una mina antipersonal, y de adulto recibe una bala perdida de un tiroteo, la cual queda alojada en su cerebro con el riesgo permanente de que explote de un momento para otro. Es entonces que un golpe del destino –de esos que al director le encanta introducir- lo coloca en una empresa revanchista contra los responsables de sus desgracias: los directores de dos compañías armamentísticas. Como aliados tiene a sus nuevos amigos, una familia de artistas callejeros que viven de la reposición de chatarra y que lo ayudarán en el emprendimiento.
Esta troupe de extrambóticos secundarios presenta habilidades especiales; hay una chica que es una calculadora viviente, también un etnólogo, un hombre bala, un inventor, una contorsionista, etc. A Jeunet le gustan las maquinarias complejas, las reacciones en cadena y los juegos de tipo causa-consecuencia, y no es de extrañar que cada personaje funcione como un engranaje y que los aboque a estrafalarios emprendimientos de tipo Misión imposible. Pero aquí surge un problema: estos personajes parecen creados de acuerdo a esa característica y les faltó un mínimo de encanto, de alma, quizá que se exponga algún detalle más de sus perfiles. Los malos por su parte no podrían ser más estereotipados, y son los empresarios más maléficos y de manual que se hayan visto en mucho tiempo.
Naturalmente esto último es deliberado, pero mueve a preguntarse si vale la pena llevar a la pantalla un tema urticante con tanta liviandad. Las películas con un esbozo de crítica social pierden credibilidad y validez cuando recurren al esquematismo grosero de buenos contra malos, y seguramente a Jeunet le hubiera favorecido más eliminar la “denuncia”, y hacer en cambio una película genérica de llana y dulce venganza. Claro que podrá ser disfrutada y dejará a muchos espectadores satisfechos y con una leve sonrisa, pero nadie podrá pensar que sea una obra incisiva y contundente, sino más bien todo lo contrario.
Micmacs continúa esta orientación y, por fortuna, no hay mucho lugar aquí para los excesos de azúcar. En principio se trata de una historia de venganza: el protagonista sufre siendo niño la muerte de su padre a causa de la explosión de una mina antipersonal, y de adulto recibe una bala perdida de un tiroteo, la cual queda alojada en su cerebro con el riesgo permanente de que explote de un momento para otro. Es entonces que un golpe del destino –de esos que al director le encanta introducir- lo coloca en una empresa revanchista contra los responsables de sus desgracias: los directores de dos compañías armamentísticas. Como aliados tiene a sus nuevos amigos, una familia de artistas callejeros que viven de la reposición de chatarra y que lo ayudarán en el emprendimiento.
Esta troupe de extrambóticos secundarios presenta habilidades especiales; hay una chica que es una calculadora viviente, también un etnólogo, un hombre bala, un inventor, una contorsionista, etc. A Jeunet le gustan las maquinarias complejas, las reacciones en cadena y los juegos de tipo causa-consecuencia, y no es de extrañar que cada personaje funcione como un engranaje y que los aboque a estrafalarios emprendimientos de tipo Misión imposible. Pero aquí surge un problema: estos personajes parecen creados de acuerdo a esa característica y les faltó un mínimo de encanto, de alma, quizá que se exponga algún detalle más de sus perfiles. Los malos por su parte no podrían ser más estereotipados, y son los empresarios más maléficos y de manual que se hayan visto en mucho tiempo.
Naturalmente esto último es deliberado, pero mueve a preguntarse si vale la pena llevar a la pantalla un tema urticante con tanta liviandad. Las películas con un esbozo de crítica social pierden credibilidad y validez cuando recurren al esquematismo grosero de buenos contra malos, y seguramente a Jeunet le hubiera favorecido más eliminar la “denuncia”, y hacer en cambio una película genérica de llana y dulce venganza. Claro que podrá ser disfrutada y dejará a muchos espectadores satisfechos y con una leve sonrisa, pero nadie podrá pensar que sea una obra incisiva y contundente, sino más bien todo lo contrario.
Publicado en Brecha el 29/10/2010
Incisiva y contundente, pues seguramente no lo es. Es una fricada divertida, punto. A mi me gustó...
ResponderEliminarMe pareció un derivado -digno, claro- de Delicatesen, con muchos "gags" (no uso mucho esa palabra pero es la que encaja), muy entretenida y lúcida, pero, a mi modo de ver, pierde en el momento de la trama: todo lo que rodea a la trama en si es bueno, pero el desarrollo...
ResponderEliminarSaludos!
De acuerdo como casi siempre Babel!
ResponderEliminarJoker, en fin, hay muchos puntos débiles y algunos aciertos, pero en definitiva parece un Jeunet a media máquina. Puede y debe rendir más!
Gran abrazo.