jueves, 4 de noviembre de 2010

La pontífice (Die Päpstin, Sönke Wortmann, 2009)

Actualicen la leyenda

La historia de que durante un breve período de tiempo –quizá durante el Siglo IX- existió un papa que en realidad era una mujer disfrazada de hombre, es una leyenda que la misma iglesia católica dio por cierta hasta el Siglo XVI. Hay varias versiones que hablan del mismo suceso, incluso se ha afirmado que el propio Benedicto III fue la mujer disfrazada, y la sospecha también recayó sobre Juan VIII. Como fuere, la historia fue refutada infinidad de veces y reflotada otro tanto, al punto que hoy es imposible saber qué asidero real pudo haber tenido.
Esta película se basa en una novela de la escritora norteamericana Donna Woolfolk Cross que a su vez se basó libremente en la versión de la leyenda escrita en las crónicas de Martin de Troppau, y en otras posteriores. Desde un comienzo se nos adelanta que la protagonista llegará a ser papisa, y se presenta entonces una suerte de recorrido por la vida de esta hipotética mujer. La película es una laboriosa reconstrucción de época y una recreación notable, y nos ofrece un fresco de una luchadora que desde niña mostraba indicios de tener una sorprendente habilidad para la lectura y la interpretación de escritos -aún cuando a las mujeres se les prohibía aprender a leer- y a la que el azar –o la voluntad divina, quién sabe- y una indómita fuerza de voluntad llevó, sin que ella lo eligiera, hasta el escalafón más alto de la autoridad eclesiástica. El espectador se ve obligado permanentemente a adivinar qué nuevo y extraño giro dará la película, y qué llevará a la protagonista a ese curioso desenlace. Ese juego propuesto, el atractivo propio de las distintas instancias que atraviesa a lo largo de su vida, el buen ritmo general y la tensión impuesta a partir de la mitad, cuando la protagonista decide disfrazarse de hombre para poder pasar desapercibida, vuelven a esta película una obra sumamente disfrutable. La impagable aparición de John Goodman, pasada la primer hora y media, aporta una afortunada inyección de energía y humor justo en el momento en que el ritmo parecía decaer.
Pero también hay puntos débiles. Algunos tramos se tornan predecibles por elementos que podían haberse evitado. Cuando un personaje tose en una película, es obvio que va a morir tarde o temprano. Cuando otro mira por lo bajo, frunce el ceño y cuchichea secretos en reunión, se sabe que es malo, que trama algo y que planifica una pronta traición. Y luego están los guiños anacrónicos: los buenos tienen ideas “progres”, ya que creen en la igualdad entre el hombre y la mujer, hacen el bien sin mirar a quien y toleran en silencio las audacias de la protagonista, y los malos dicen barbaridades y son retrógrados –desde nuestra perspectiva adelantada en más de 1100 años, claro-. Realmente sería muy interesante dar con una película histórica que evite estos maniqueísmos, que cree héroes y villanos con dobleces creíbles y con una ideología más acorde a la época en que nacieron.


Publicado en Brecha 5/11/2010

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