viernes, 6 de mayo de 2011

Sobre Inside Job (Estados Unidos, 2010) y Charles Ferguson

Estacazo periodístico

El documental Inside job revela la notable pericia periodística y narrativa del director ganador del óscar Charles Ferguson. No es su primer gran película, y su estilo aparentemente clásico y televisivo esconde algunas marcas autorales.

De los Oscar puede decirse cualquier cosa salvo que sus galardones estén digitados, o que sus premiaciones obedezcan a intereses ocultos. Y qué mejor prueba de esto es que este año la Academia de Hollywood le haya dado el premio de mejor documental nada menos que a Inside job -aquí conocida como Trabajo confidencial-, una película que, entre otras cosas, demuestra los estrechos vínculos del poder financiero de Wall Street con Washington. Cuando el director Charles Ferguson recibió su estatuilla, subió al estrado e hizo una declaración contundente: “Perdónenme, pero debo empezar señalando que después de tres años de una horripilante crisis financiera causada por el fraude financiero, ni un solo ejecutivo de finanzas ha ido a la cárcel, y eso está mal”.
La biografía del director Charles Ferguson es apabullante: Nacido en 1955, de joven obtuvo un título de especialización en matemáticas, y una década más tarde varios doctorados en ciencias políticas. A partir de 1992 fue un consultor independiente, y proporcionó asesoría estratégica a las altas esferas de empresas de tecnología como Apple, Xerox, y Motorola. En 1994 fundó Vermeer Technologies, una de las primeras compañías de software para Internet, y creó el célebre programa de diseño web Front Page, el cual fue finalmente vendido a Microsoft por 133 millones de dólares. Ferguson es, además, autor de tres libros relativos a la tecnología informática y su relación con asuntos económicos, políticos y sociales. En el cine, su ópera prima fue su largometraje documental No end in sight, con el que se ganó su primer nominación al oscar.
No end in sight es una imprescindible pieza cinematográfica centrada en la invasión de Estados Unidos a Irak. Ya entonces exhibía Ferguson varias de sus herramientas características: una austeridad periodística respaldada por un sinfín de entrevistas y una minuciosa recopilación de datos, imágenes y videos; una voz en off que acompaña las imágenes y las ilustra, una introducción con un racconto histórico que contextualiza el conflicto. Y, por supuesto, la búsqueda de varios de los responsables del desmadre, y en muchos casos, el encuentro cara a cara con ellos.
Ferguson no aparece nunca en pantalla, dista muchísimo de ser un showman a lo Michael Moore, y sólo de vez en cuando se siente su voz, haciéndole alguna sorprendente pregunta al entrevistado en cuestión. Pero precisamente esas preguntas eventuales lo hacen más presente que nunca. Ferguson descoloca a sus interlocutores, exponiéndolos a situaciones incómodas, haciéndolos tartamudear. Conoce mejor las respuestas que ellos mismos, prevé las reacciones e interrumpe las justificaciones con frases cortantes como “eso no es cierto”, o “no puede estar hablando en serio”. Inmediatamente, aporta los datos que demuestran que el entrevistado está inventando excusas, moviéndolos finalmente a un silencio culposo.
Otra de sus características es comenzar a describir un personaje implicado, dando cuentas de sus oscuros historiales y sus nefastos vínculos. Pero en el lugar en el que debiera haber una entrevista, aparece un letrero sobre un fondo oscuro: “fulano se negó a ser entrevistado para esta película”. Al fin de cuentas, el recurso deja a la persona en cuestión tan mal posicionada como algunos de los que sí aparecen.
Lo curioso es que los que acceden y son acribillados por Ferguson creen no tener nada que ocultar, ni nada por lo que sentirse culpables, y eso habla mucho de la alarmante impunidad imperante en lo que refiere a destruir hasta los escombros a un país entero, haber saqueado cifras millonarias y arrojado a la pobreza a millones de personas. En definitiva, los desvergonzados hombres de negocios que se sientan tranquilamente frente a Ferguson merecen todo el rigor de su afilada lengua inquisitiva.

Matt Damon aporta la voz en off en Inside Job. El actor había apoyado en su campaña al Barack Obama que había prometido encarcelar y destituir a todos los responsables de la debacle financiera de 2008, y aquí es el descreído narrador que da cuentas de un gran fraude ejecutado por inescrupulosos ejecutivos, banqueros, profesores universitarios, agencias y políticos. Filmado en Estados Unidos, Islandia, Inglaterra, Francia, Singapur o China, dividido en cinco partes o episodios, ayudado con expertos que explican el problema –muchos de los cuales avisaron de la catástrofe a tiempo, pero fueron ignorados o silenciados- introduciendo esquemas y gráficas que facilitan sobremanera la comprensión de los mecanismos que fueron desatando la crisis, el filme alterna permanentemente fragmentos de entrevistas con materiales de archivo, construyendo la historia con un ritmo notable y estimulante. La tesis de Ferguson es que uno de los mayores problemas del tema en cuestión –quizá de la misma manera que la intervención en Irak- es que los responsables suelen invocar a la complejidad cuando se quiere hablar el tema. Esta subrayada “complejidad” es lo que mantiene a la gente de a pie (y muchos de los principales damnificados) por fuera de una comprensión de quiénes y cómo desataron el fraude y el saqueo. Ferguson demuestra que no hace falta más que un mínimo esfuerzo para saber que la dificultad no es tal, y que cualquiera podría comprender cabalmente el asunto.
Inside Job empieza en Islandia, un país arruinado en 2008 por bancos desregulados que tomaron inmensos préstamos. La comparación con Estados Unidos se vuelve inmediata, sólo que los elementos en cuestión se vuelven titánicos, y las movidas financieras, muchos más intrincadas y devastadoras. Una de las partes más impactantes del documental tiene lugar cuando se intercalan entrevistas a cuatro personajes terribles: el subsecretario del tesoro del Gobierno de Bush, el ex-director de gestión de la agencia calificadora Moody’s, el ex-director de la Reserva Federal, y el presidente del Departamento de Economía de Harvard. Ferguson no les da tregua, y el montaje alterna los intercambios, llegándose a puntos de tensión que cortan el aliento.
En un momento especialmente desasosegante se demuestra como el gobierno de Obama continúa llamando a los mismos implicados para que ocupen cargos de poder y para arreglar los problemas que ellos mismos crearon. Y notable es la puntería de Ferguson cuando da cuentas de la responsabilidad de los académicos de las más prestigiosas universidades de EEUU en el asunto, que aún hoy oscurecen y ocultan las razones que llevaron a la crisis y que se dedican a respaldar un sistema financiero que sólo puede conducir a desastres estructurales. El documentalista demuestra los vínculos laborales de ellos con varias de las compañías beneficiadas.
Quizá la parte más cuestionable de la película es aquella en la que se da cuentas del hábito frecuente de buena parte de los yuppies de Wall Street de esnifar inmensas dosis de cocaína y frecuentar prostíbulos. El señalamiento parece obedecer a cierto puritanismo, y el accionar resulta mínimo considerando las atrocidades que cometen en su trabajo diario. Pero el dato quizá sí pueda ayudar a entender mejor el perfil adrenalinófilo y la praxis común (¿american psychos?) de esos sujetos.
Ferguson logra lo que muchos documentalistas del mundo quisieran: centrarse en un asunto crucial, explicarlo con claridad y profundidad, denunciar injusticias y señalar con nombre y apellido a varios de los tantos digitadores de la debacle. Dejando un documento esencial para acercarse al tema en cuestión, y ganar, Oscar mediante, una difusión inusitada.

Publicado en Brecha el 6/5/2011

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