El narco que llevamos dentro
Se acerca la cuarta temporada de Breaking bad, la portentosa y ácida serie que expone la transformación de un padre de familia universitario en un inescrupuloso narcotraficante. Metanfetaminas, química, humor negro, drama, noir y western son algunos de los elementos que conforman una fórmula abiertamente explosiva.
Se acerca la cuarta temporada de Breaking bad, la portentosa y ácida serie que expone la transformación de un padre de familia universitario en un inescrupuloso narcotraficante. Metanfetaminas, química, humor negro, drama, noir y western son algunos de los elementos que conforman una fórmula abiertamente explosiva.
“Todo aquel que luche contra monstruos debería cuidarse de no convertirse en uno durante el proceso”. Friedrich Wilhelm Nietzsche. Más allá del bien y del mal.
El título es intraducible y puede interpretarse de varias formas: se trata de una expresión sureña de los Estados Unidos que refiere a "romper mal" al inicio de una partida de pool, y es utilizada comúnmente de manera similar a "to raise hell". Vendría a ser como “armar terrible lío”, “reventar Troya” o algo así. El verbo to break también es utilizado muchas veces para señalar un cambio de senda, un “desviarse” de ciertos lineamientos, y aquí vendría a ser un desvío hacia la maldad, la locura, la ruptura de moldes. Por este lado viene la interpretación más literal, un “cambiar para mal”, transformarse en una mala persona “echarse a perder”, “irse al carajo” en español criollo. Pero también hay otra lectura posible: break también se utiliza como “quebrantar”, “batir”, “terminar”, puede referirse al emprendimiento de combatir un mal, al proceso de doblegamiento de una enfermedad.
“Combatir cierto mal” por un lado, pero “desviándose” en el transcurso. Ahí está la esencia que caracteriza la serie. Se entra en la vieja discusión de los fines y los medios para llegar a ellos, y a la lucha contra monstruos de la que hablaba Nietzsche. Walter White es un profesor de química cincuentón, que al comenzar la serie tiene importantes problemas económicos y una vida laboral insatisfactoria, su mujer está embarazada y su hijo es parapléjico, y para colmo descubre que tiene un cáncer pulmonar terminal y debe pagar un tratamiento inalcanzable -a lo largo de las tres temporadas se impone una persistente y aguda crítica al sistema de salud estadounidense- que podría llevar su familia a la ruina. Movido por la desesperación, sin nada que perder y bajo la consigna de proveer para los suyos, comienza a cocinar su propia droga -cristales de metanfetamina- y a traficarla.
A no dudarlo: la metanfetamina es una droga muy adictiva y de importantes efectos nocivos, conduce a los usuarios consuetudinarios a un rápido deterioro físico y mental, y puede provocar daños cerebrales irreversibles. La elección de la droga no es casual, en Estados Unidos se ha expandido el consumo de esta sustancia en los últimos años, y existe un estrecho vínculo entre su abuso y la criminalidad. Para este caso, entonces, es poco discutible el efecto pernicioso de la figura del dealer. Es así que la serie se centra en una evolución, en la paulatina transformación de un padre de familia de clase media en un narcotraficante de los pesados. Y el acierto fundamental de los creadores está en hacer hincapié en su racionalidad y en el cuidado con el que procede. Walt es un hombre coherente, un frío estratega, un brillante analista que permanentemente sopesa opciones, adversidades y consecuencias. Es así que, invitando al espectador a razonar junto a él, se plantea una paulatina degradación moral que a su vez es perfectamente comprensible, lógica. El increíble proceso de “normalización” del delito, hecho carne; la corrupción, esa característica tan humana, expuesta con cuidados y parsimonia. Heisenberg, el apodo mafioso del protagonista, refiere al científico que enunció el principio de indeterminación, aquel que dice que el electrón puede ser a la vez partícula y onda. Como Walt, que puede ser al mismo tiempo narcotraficante y padre responsable.
El título es intraducible y puede interpretarse de varias formas: se trata de una expresión sureña de los Estados Unidos que refiere a "romper mal" al inicio de una partida de pool, y es utilizada comúnmente de manera similar a "to raise hell". Vendría a ser como “armar terrible lío”, “reventar Troya” o algo así. El verbo to break también es utilizado muchas veces para señalar un cambio de senda, un “desviarse” de ciertos lineamientos, y aquí vendría a ser un desvío hacia la maldad, la locura, la ruptura de moldes. Por este lado viene la interpretación más literal, un “cambiar para mal”, transformarse en una mala persona “echarse a perder”, “irse al carajo” en español criollo. Pero también hay otra lectura posible: break también se utiliza como “quebrantar”, “batir”, “terminar”, puede referirse al emprendimiento de combatir un mal, al proceso de doblegamiento de una enfermedad.
“Combatir cierto mal” por un lado, pero “desviándose” en el transcurso. Ahí está la esencia que caracteriza la serie. Se entra en la vieja discusión de los fines y los medios para llegar a ellos, y a la lucha contra monstruos de la que hablaba Nietzsche. Walter White es un profesor de química cincuentón, que al comenzar la serie tiene importantes problemas económicos y una vida laboral insatisfactoria, su mujer está embarazada y su hijo es parapléjico, y para colmo descubre que tiene un cáncer pulmonar terminal y debe pagar un tratamiento inalcanzable -a lo largo de las tres temporadas se impone una persistente y aguda crítica al sistema de salud estadounidense- que podría llevar su familia a la ruina. Movido por la desesperación, sin nada que perder y bajo la consigna de proveer para los suyos, comienza a cocinar su propia droga -cristales de metanfetamina- y a traficarla.
A no dudarlo: la metanfetamina es una droga muy adictiva y de importantes efectos nocivos, conduce a los usuarios consuetudinarios a un rápido deterioro físico y mental, y puede provocar daños cerebrales irreversibles. La elección de la droga no es casual, en Estados Unidos se ha expandido el consumo de esta sustancia en los últimos años, y existe un estrecho vínculo entre su abuso y la criminalidad. Para este caso, entonces, es poco discutible el efecto pernicioso de la figura del dealer. Es así que la serie se centra en una evolución, en la paulatina transformación de un padre de familia de clase media en un narcotraficante de los pesados. Y el acierto fundamental de los creadores está en hacer hincapié en su racionalidad y en el cuidado con el que procede. Walt es un hombre coherente, un frío estratega, un brillante analista que permanentemente sopesa opciones, adversidades y consecuencias. Es así que, invitando al espectador a razonar junto a él, se plantea una paulatina degradación moral que a su vez es perfectamente comprensible, lógica. El increíble proceso de “normalización” del delito, hecho carne; la corrupción, esa característica tan humana, expuesta con cuidados y parsimonia. Heisenberg, el apodo mafioso del protagonista, refiere al científico que enunció el principio de indeterminación, aquel que dice que el electrón puede ser a la vez partícula y onda. Como Walt, que puede ser al mismo tiempo narcotraficante y padre responsable.
TV de calidad. Hoy en día es sorprendente la manera en que muchas series compiten en calidad con el mejor cine concebido. En Estados Unidos no tienen parangón en cuanto al nivel de los actores -¿dónde estaba escondida toda esta gente?- la coherencia guionística y estética, el trazado y la evolución de los personajes; lo más resaltable, de todos modos, es que exista una apuesta a la inteligencia del televidente –marcada por la ausencia de reiteraciones o redundancias en los planteos, por ejemplo, o por la voluntad de sugerir en vez de dar todo digerido-. El definitivo desdibujamiento de buenos y malos, la notable exposición de motivos y de causas para comportamientos cuestionables o atípicos son también puntos fuertes.
Breaking bad cuenta con media docena de personajes inolvidables, como Skyler, la poco predecible esposa de Walt; o Pinkman, un inconsciente y desacatado socio que esconde ciertos principios morales; Gus, otro amable aunque implacable narcotraficante disfrazado de gerente de locales de comida rápida; el abogado-delincuente Saul Goodman, que se roba la serie con cada aparición, o el imprescindible Hank, un adorable agente de narcóticos que además de ser el enemigo natural del protagonista es también su familiar. La esencia del noir se impone: antihéroes, acercamientos a la criminalidad, contenidos truculentos. Pero también tienen presencia algunos elementos del western a lo Leone, con matones al acecho clamando, en vistosos parajes desérticos, por las cabezas de los protagonistas. A diferencia de otras series, no es fácil dar con una “estructura” que se repita en los libretos, y la mutación constante y el imprevisto están a la orden del día. Las habilidades químicas que ayudan a Walt a resolver situaciones a lo MacGyver, marcan un parentesco con tantas otras series como House, Lie to me o CSI, en donde la erudición particular en determinada área marca la agenda narrativa. Pero estas circunstancias son solamente eventuales y hay capítulos enteros en que esas pericias no tienen aparición.
Se comienzan las temporadas con episodios de fuerte dramatismo, luego se modera la marcha y los ritmos se calman un poco para permitir que los personajes evolucionen, y finalmente se arremete con episodios cargados de giros de guión, acción y sorpresas acumuladas. Los cambios visibles de una temporada a la otra son abismales y es por eso que Breaking bad no da indicios de que los guionistas estiren la serie innecesariamente, o que se repitan ciclos inconducentes.
Breaking bad cuenta con media docena de personajes inolvidables, como Skyler, la poco predecible esposa de Walt; o Pinkman, un inconsciente y desacatado socio que esconde ciertos principios morales; Gus, otro amable aunque implacable narcotraficante disfrazado de gerente de locales de comida rápida; el abogado-delincuente Saul Goodman, que se roba la serie con cada aparición, o el imprescindible Hank, un adorable agente de narcóticos que además de ser el enemigo natural del protagonista es también su familiar. La esencia del noir se impone: antihéroes, acercamientos a la criminalidad, contenidos truculentos. Pero también tienen presencia algunos elementos del western a lo Leone, con matones al acecho clamando, en vistosos parajes desérticos, por las cabezas de los protagonistas. A diferencia de otras series, no es fácil dar con una “estructura” que se repita en los libretos, y la mutación constante y el imprevisto están a la orden del día. Las habilidades químicas que ayudan a Walt a resolver situaciones a lo MacGyver, marcan un parentesco con tantas otras series como House, Lie to me o CSI, en donde la erudición particular en determinada área marca la agenda narrativa. Pero estas circunstancias son solamente eventuales y hay capítulos enteros en que esas pericias no tienen aparición.
Se comienzan las temporadas con episodios de fuerte dramatismo, luego se modera la marcha y los ritmos se calman un poco para permitir que los personajes evolucionen, y finalmente se arremete con episodios cargados de giros de guión, acción y sorpresas acumuladas. Los cambios visibles de una temporada a la otra son abismales y es por eso que Breaking bad no da indicios de que los guionistas estiren la serie innecesariamente, o que se repitan ciclos inconducentes.
Sin vuelta atrás. La serie llegó a un atractivo punto en que no hay redención posible –aunque quizá sí la haya para Pinkman, justamente el personaje presentado originalmente como el yonkie, “perdido” de antemano-. No es menor el detalle de que el cáncer de Walter haya desaparecido prácticamente, como muestra de que ya no es la desesperación o la inminencia de la muerte lo que lleva al protagonista a continuar con su tarea. La familia burguesa ya está corrupta hasta el esternón y no hay giro en U imaginable que pueda hacerlos recapacitar. Se vislumbran entonces tres desenlaces posibles. Uno moralista en el que no quede nadie en pie, en el que Walt pague por sus crímenes con la cárcel, la muerte o peor aún, con una muerte en vida en la que se vea agobiado por las culpas; uno más bien intermedio en el que se opte por exiliarlo a él y a su familia en algún país remoto -esto es lo más probable si se quiere evitar una radical tragedia-, o uno políticamente incorrecto, irónico y realmente impactante, con los personajes siguiendo con sus negocios millonarios, instalados en su discreta vivienda de Albuquerque, Nuevo México, continuando una cómoda vida de narcotraficantes sin que nadie llegue a descubrirlos. Sea cual sea la opción, pocas cosas podrían alterar el hecho de que Breaking bad sea de las series más redondas y brillantemente concebidas de los últimos tiempos.
Publicado en Brecha el 24/6/2011