lunes, 4 de junio de 2012

Entrevista a Laura Santullo

"Me gustan los personajes que se equivocan"


Guionista de los largometrajes La zona (2007), Desierto adentro (2008) y La demora (2012), esposa del director Rodrigo Plá, la escritora Laura Santullo es pieza fundamental en la concepción y el rodaje de sus películas. En esta entrevista, Santullo se explaya sobre su oficio y sobre su propensión a relatar profundos dramas humanos.

Una mujer de clase media baja (Roxana Blanco) trabajadora textil a destajo, sola a cargo de tres hijos y de su anciano padre (Carlos Vallarino) quien sufre del mal de alzheimer– se encuentra absolutamente sobrepasada por su situación. Dominada por la desesperación, decide abandonar a su padre en una plaza, con la esperanza de que algún servicio social se ocupe de él y lo albergue. Esta es, básicamente, la sinopsis inicial del guión de La demora. Santullo habló de su desarrollo como escritora, de sus motivaciones y del conflicto universal contenido en ésta, su última película.

Tus dos hermanos, Rodolfo (historietista), Fernando (músico) y tú son artistas relativamente conocidos de la cultura nacional, aunque todos se desempeñan en diferentes ramas. ¿Cómo explicás que se haya dado esto a partir de un mismo núcleo familiar?

Hay una curiosidad en común, sin dudas. Pero también creo que hay cierta cercanía en esas ramas. Porque Fernando escribe letras, todos escribimos. No son manifestaciones tan diversas ni tan distantes. Creo que los tres estamos muy fuertemente vinculados con la palabra. Mis padres no se dedicaron a nada que tenga que ver; mi papá trabajó en la OSE durante muchísimos años y mi mamá fue administradora del Teatro El galpón. Te puedo decir que era gente autodidacta, gente que veía mucho cine, que le importaba mucho la cultura aunque no estuviera vinculada con su producción, vivíamos en una casa en la que había muchos libros. Supongo que eso tendrá algo que ver, aunque en realidad no estoy segura, te estoy tirando algo de fruta.

En los años setenta te exiliaste a Mexico, ¿cómo se dio eso?

Legamos a México a fines del 76, yo tenía casi 7 años, Fernando 9 y Rodolfo, el menor, nace directamente allá. Pero sí, vivimos el exilio. Mis padres fueron ambos del Partido Comunista, y salimos vía embajada. A mi padre lo detuvieron acá unos meses, y luego de que salió de la cárcel, a los pocos días le vinieron a avisar que lo estaban buscando nuevamente. Ahí mis padres tomaron la decisión de irse. Entramos en la Embajada mexicana, y uno o dos meses después de estar allí hacinados con mucha más gente pudimos salir del país. El Embajador Vicente Muniz le salvó la vida a muchos y su labor fue muy destacada, hizo una inmensa labor por los derechos humanos.

¿Y a tu marido Rodrigo Plá lo conociste allá?

Sí pero ya de adultos, en mi segunda etapa en México, en el DF mismo, a través de mi hermano mayor. Lo curioso es que mi marido también vivió toda la etapa de exilio en México, con la diferencia de que la familia de él se quedó allá. Había un vínculo entre las familias, mi hermano Fernando jugaba al fútbol con él, y años después lo conocí.

¿Y cómo inicia su relación laboral?

En primera instancia empecé a estudiar teatro, en México no encontré como colocarme como actriz en el mercado laboral, y durante muchos años conté cuentos. A eso me dedicaba, vivía de contar cuentos en restaurantes; no míos, de otros autores. Montaba un espectáculo relatando, se llamaba "menú" de cuentos, iba a las mesas y ofrecía una carta de cuentos, la gente elegía. A eso me dediqué muchos años. En determinado momento arranqué a escribir, empecé a darme cuenta de cómo funcionaban internamente esos cuentos y ahí fue que empecé a escribir los míos propios. En esa época es que empecé a salir y a frecuentarme con Rodrigo, él estaba haciendo el guión de El ojo en la nuca, –cortometraje que filmó acá– y como yo venía de Montevideo y conocía mejor la cultura uruguaya él me lo mostró y conversábamos sobre el referendum del año 89 y el voto verde, y colaboré de una manera informal en el guión y en el rodaje.
Ahí cuajó también la idea de desarrollar el guión de Desierto Adentro, una idea que originalmente era de Rodrigo. Empiezo a escribir un guión, y a hacer cursos con el maestro mexicano Ignacio Ortíz (La mujer de Benjamín, Mezcal). Pero digamos que aprendí de manera empírica, a través de la práctica con Rodrigo.

Esa película, Desierto adentro, se estrenó muy fugazmente en un festival de Cinemateca, pero nunca se mantuvo en salas de Montevideo. ¿A qué se debió esta ausencia?

Nos planteamos traer la película, pero era un gran esfuerzo y no estábamos muy seguros de qué tanto interés podía suscitar. La experiencia de La zona fue un poco agridulce. Si bien sabemos que a mucha gente le gustó, duró muy poco en carteleras. Quizá si la película hubiese sido exhibida hoy, cuando las temáticas del miedo al otro, de la inseguridad, de la fractura social, están mucho más presentes, hubiera tenido otro impacto, no lo sé. La crítica incluso nos trató bien, y la película hasta tiene una lectura inmediata de género, con evento policial, persecusión, todo eso. No sé por qué no funcionó con el público local.
También pasó que nos pusimos a trabajar en La demora, y se atravesó otro proyecto más, una película colectiva que se llama Revolución, en la que hicimos un corto que se llama 30/30. Fueron muchas ocupaciones, los directores y guionistas muchas veces también somos productores y distribuidores de nuestros proyectos. Y además tenemos que ganarnos la vida.
Pasaste mucho tiempo afuera del país, ocho años primero y después catorce. Sin embargo, a pesar de que estuviste tanto allá, en los diálogos de La demora se encuentra muy bien plasmada una parquedad particular, típicamente uruguaya. ¿Cómo construiste estos diálogos?

Me gustan mucho los diálogos. Hay guionistas a los que les atormentan los diálogos; por el contrario, a mí me encantan. Desde el arranque, desde el cuento original, La espera, intenté ponerme en la piel de los personajes. Digo yo que es una herencia de haber estudiado teatro, uno se coloca a narrar desde "dentro de". Aunque tampoco estoy muy segura de esto último, acá también te estoy tirando fruta.

Una vez más filmaron acá, ¿cómo fue la experiencia del rodaje de La demora?

Teníamos el precedente de El ojo en la nuca, en ese entonces me acuerdo que trajimos a Gael García Bernal antes de que se hiciera conocido con Amores perros, y a Evangelina Sosa; de los locales tuvimos a Daniel Hendler antes de que apareciera en 25 Watts, también estaban Elena Suasti, Walter Reyno, un elenco increíble. Stoll también estaba vinculado, fue coordinador de producción. Araúco Hernández también trabajó con nosotros.
Ahora, unos cuantos años despues, el rodaje de La demora fue un trabajo en el que Rodrigo se cuidó de contar con el tiempo necesario. Hizo muy buena mancuerna con su socio y productor Sandino Saravia, que le dio un marco cómodo a la película, y hubo un colchón financiero que permitió filmar más tiempo (7 semanas). Es una película sin mucha parafernalia y por suerte se pudo empatizar mucho en los ensayos, hacer un trabajo delicado y sutil con los actores y como dice Rodrigo, eso se logra gracias al tiempo disponible. En La zona teníamos un crew mucho mayor, unas 100 personas, y mover eso era como mover un elefante. En cambio en este rodaje todo fue mucho más cómodo y funcional. Para mí fue un evento vital porque esta es la primera película en la que pude participar mucho del rodaje, estuve en el casting, en los ensayos. Es un gran privilegio que tengo, por lo general los guionistas no entran en esas etapas. Para mí es muy formativo trabajar con toda esa gente, o hacer el shooting con María Secco (la fotógrafa) quien tiene una gran impronta y sabe trabajar conceptualmente con Rodrigo.

Respecto a la fotografía, llama la atención toda la acción que ocurre fuera de campo, como los personajes que se oyen sin que aparezcan en el cuadro...

Hay ideas que en un comienzo están planteadas con sutileza, y cuando va arrancando el proceso, sentís que diste con un hallazgo y apretás el acelerador en esa dirección. En el cuento ya estaba presente esta idea de los dos lados: la hija y el padre que van narrando como en monólogos lo que les ocurrió, y luego en el guión ya quería que los dos fueran protagonistas. No sólo ver lo que ocurre sino cómo les ocurre. Eso, a lo largo del rodaje, con el trabajo de María y por decisión de Rodrigo, fue decir: quedémonos con los personajes principales, relatémoslos a ellos, retratémoslos a ellos dos. En la edición se termina de cuajar esa idea de encuadrar a los personajes y cómo van viviendo sus vicisitudes, y eso implicó que muchas otras situaciones quedaran fuera de cuadro, gente que sólo ves en reflejos. En ocasiones hubo que dejar fuera actores que estaban muy bien y que lograron momentos emotivos, pero sin embargo lo que más nos convencía era retratarlos a ellos dos, un acercamiento íntimo, bien desde cerca. Agarrarlos, sostenerlos y no dejarlos nunca.

¿Cómo eligieron el elenco actoral?

Hubo un casting en el que nos encontramos con un nivel actoral muy bueno. Rodrigo trabaja mucho con los actores, muy desde cerca. Tuvo también la oportunidad de trabajar mucho más que en otras ocasiones todo lo que es el "trazo escénico"; lo que está ocurriendo dentro de la secuencia. La cámara en ocasiones está quieta, y sin embargo los personajes transitan, van y vienen, le da una naturalidad y una vitalidad muy especial a la película. Eso se obtuvo también en parte a muchos ensayos: una cosa fantástica fue tener anteriormente a los actores y las locaciones e incluso poder modificar el guión en el proceso. Tuvimos oportunidad de conocer los espacios, conocer bien a los actores. Incluso el editor empezó su trabajo de montaje durante la filmación, que también fue una rareza para nosotros. Podíamos ver secuencias durante el mismo rodaje, nos dábamos cuenta que quizá no funcionaban o no tenían la fuerza necesaria, y pudimos volver a filmarlas. Eso es grandioso. Hubo un trabajo bastante exhaustivo: se ensayaba mucho e incluso se filmaban esos mismos ensayos en video para poder ir pensando y reelaborando las escenas.
Siendo un tema tan sensible el que se toca en la película, teníamos miedo de pasarnos de rosca y volvernos cursis. Eso era peligroso, buscamos un equilibrio que creo que se consiguió, no es una película que subraye las emociones, ni desde la música, ni desde el sonido. Pero tampoco queríamos una película fría.

Carlos Vallarino, el personaje del padre, es un auténtico hallazgo, ¿cómo dieron con él?

Hubo un casting normal, con actores, algunos gustaban para el papel pero se veían más jóvenes, otros no tanto. Rodrigo no daba con un actor que lo convenciera plenamente. Decidió ampliar la búsqueda a no actores, y en ese momento alguien propone el padre de una amiga: reunía varias características, tenía la edad del personaje, pero además estaba realmente entero, vital. Eso no era menor porque hay que aguantar un rodaje, con escenas nocturnas, allá en el Buceo y con un frío tremendo. Y Vallarino también tiene una naturalidad impresionante, y una gran capacidad para improvisar textos y diálogos. Después de La demora Roxana Blanco le facilitó el camino para que siguiera trabajando como actor, hizo papeles en teatro, con funciones en el Zabala Muniz.

Hay una gran diferencia entre los contextos sociales presentados en La zona y en La demora. En La demora hay mucha solidaridad y consideración por el prójmo, mientras que en La zona campea todo lo contrario, al punto que llama la atención que sea la misma persona (tú) la que escribió ambos guiones. ¿Cómo explicas este viraje del pesimismo rasante a este nuevo pesimismo moderado?

De todos modos en La zona, aunque pocas, hay algunas expresiones de solidaridad, algunos personajes que pueden moverse de su sitio. Me gusta trabajar sobre personajes que tienen cierta humanidad, o una capacidad para rehacerse. Me interesan los humanos, en su imperfección, en su capacidad de echarse para atrás en algunas decisiones.
Siento que también las películas se van relacionando con los cambios de uno, las preocupaciones, los intereses, las cosas que se charlan en la mesa. Nuestras películas se relacionan con lo que vivimos en el momento. No vivo La zona con tanto pesimismo, esos dos adolescentes y sobre todo el que finalmente sale de la zona, y se toma incluso el trabajo de enterrar y dar un nombre al ladrón, aportándole la dignidad perdida... entiendo que no es un optimismo de tirar cohetes, pero hay una dosis de humanidad y de esperanza. Desde un contexto nefasto puede surgir alguien que es una excepción.
Me gustan los personajes que se equivocan. Creo que el error es sumamente dramático, y por ahora no me interesan tanto los personajes jodidos o malvados. En este momento me emociona ver a alguien que no es jodido pero que se equivoca, y eso está muy concentrado en la escena de La demora en que ella está saliendo del geriátrico, después de revisar todas las salas buscando a su padre, y dice a la enfermera del lugar "disculpe, yo no soy así". Eso encierra en gran medida el drama de esta mujer, que terminó actuando por una especie de accidente emocional. Por puro desborde, no a conciencia.

¿Creés que los ancianos no son considerados por los programas de asistencia social?

No me atrevería a afirmar eso porque no conozco en profundidad el tema local. Sí creo que no se contempla con la amplitud con la que se podría. Hay proyectos piloto en otros países que a mí me resultan muy interesantes, lugares más de tipo "guardería" para ancianos. Sitios para pasar el día. Para que ellos puedan volver a su casa de noche, para que mantengan un vínculo con su familia. No esa cosa de trasplantar la persona y sacarla completamente de contexto. En España por otra parte hay ayudas –o por lo menos lo hubo hace un par de años, no sé si eso se continúa con Rajoy– para la gente que se tiene que quedar en casa, cuidando a los ancianos. Porque hay un doble problema: los ancianos y los cuidadores; y hay gente que termina a veces amargando demasiado su vida. Hasta me resulta más dramática la situación de esa gente que tiene que quedarse con ellos que la que atraviesan los mismos ancianos, –ellos siguen un proceso vital, natural–. Hijos, a veces sobrinos, que no pueden salir a trabajar, que a veces no tienen contención, ni dónde ir a quejarse, ni dónde ir a llorar, y acaban sintiéndose muy culpables también porque surge esa voz interna: "¿cómo me voy a quejar yo de cuidar a mi padre?". 

Publicado en Brecha el 1/6/2012

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