Combustible para el alma
Es
una fiesta. Las playas no son muy bonitas, el clima es totalmente
cambiante y no está ni cerca de lo ideal, pero el festival de Mar
del Plata seguramente sea uno de los mejores y más accesibles del
continente. Una inmersión profunda permite que el cronista se lleve
algunos apuntes de interés, y un buen puñado de películas.
Mar
del
Plata
es
el
único
festival
de
Cine
latinoamericano
catalogado
por
la
FIAPF
(Federación
Internacional
de
Asociaciones
de
Producciones
de
Films)
como
Clase
A,
categoría
otorgada
solamente
a
un
puñado
en
todo
el
mundo.
Cannes,
Berlin,
Locarno,
Venecia,
Montreal,
San
Sebastián,
Tokio,
Shangai,
Karlovy
Vary
y
El
Cairo
son
los
otros bendecidos con esta
selecta
calificación.
Para
ganarla
se
necesita
cumplir
con
una
serie
de
requerimientos:
un
trabajo
anual
sostenido,
una
seria
selección
internacional
de
películas
y
de
jurados
para
las
competencias,
una
especial atención
a la
prensa
interesada
(este
ítem fue
comprobado
por aquí el señor),
un
estricto
cuidado
para
evitar
el
robo
o
la
copia
ilegal
de
las
películas
a
estrenar,
un
visible apoyo
a
la
industria
cinematográfica
local,
un
sistema
de
seguros
que
salvaguarde
a
las
copias
participantes,
además
de
contar
con
publicaciones
oficiales
y
materiales
de
difusión
que
cumplan
con
los
más
altos
estándares.
Más
allá de esto, el festival es accesible por otras razones: entradas a
10 pesos argentinos, -menos de cuarenta uruguayos-, cines que se
encuentran ubicados en un área reducida, a poca distancia uno del
otro -como máximo toca caminar diez cuadras desde el Auditorium
central a uno de los Shoppings-, actividades varias como charlas y
conferencias con expertos, toques de bandas (pop pegadizo, reggae,
punk, hardcore violento). Un armatoste de metal sobre la playa
perfectamente incorporado para despliegues musicales se enfrenta a
una pista junto al mar, donde se desnucan permanentemente unos
treinta skaters,
en rampas erigidas para tal propósito.
La
publicidad es un tanto desconcertante para el visitante uruguayo.
Figuras de la farándula como Agustín Pichot, Dalma
Maradona, Pablo Lescano, los integrantes de la banda Miranda, o Mex
Urtizberea promueven el festival en spots
y carteles de colores saturados y estética kitsch
siendo inevitable verlos casi todo el tiempo; algo así como que el
Piñe y Claudia Fernández publicitaran, destacando su propia
frivolidad, el festival de Cinemateca. Alguien me comenta que el
fenómeno puede leerse como un peronismo aplicado a la publicidad, ya
que se sostiene en la idea de llegar a sectores populares y a un
público que no forma parte de los espectadores corrientes, ya
cautivos por el festival.
Sobre
los últimos días, la fugaz visita de la presidenta Cristina
Fernández para dar una inauguración en el Hotel Provincial, vino
acompañada de ruidosas y nutridas asociaciones peronistas que
tomaron la calle y se incorporaron frente al hotel; al parecer, la
siguen a donde vaya. Cristina tiene un ejército y lo sabe, los
afiebrados fanáticos apalean constantemente un bombo atronador que
se siente a cinco cuadras a la redonda y despliegan un cartel XXL con
la figura de Néstor. Los agentes de seguridad de Cristina cortan el
paso a los que quieren ingresar al hotel, e impiden la salida de los
que están alojados dentro. Claro que toda esta parafernalia se
diluye en el instante preciso en que Cristina se va de la ciudad a
resolver otros asuntos.
Por
fuera de los despliegues varios y la fanfarria ocasional, las
jornadas transcurridas desde el 17 al 25 de noviembre fueron una
fiesta del cine. Más de 400 títulos provenientes de todo el mundo
distribuidos en doce salas, con funciones que comenzaban a las nueve
de la mañana y terminaban en trasnoches que podían empezar a la una
de la madrugada. Participaron nada menos que 78 películas
argentinas, hubo un infaltable homenaje a Leonardo Favio -cineasta
también encumbrado por Cristina desde su discurso- y secciones
dedicadas especialmente al cine surcoreano, al cine para niños -esta
sección estaba provista de un jurado infantil-, al cine de terror
-en casi siempre agotados horarios trasnoche-, y a las comedias,
entre otras. Además de las clásicas retrospectivas.
Y
es muy cierto que durante esos días Mar del Plata vive el cine, y
este cronista tuvo que quedarse fuera de varias de las funciones,
incluyendo la última película de Todd Solondz, con entradas
agotadas en todas sus proyecciones. Salas atestadas y colas de más
de una cuadra reflejan un entusiasmo local, que además de ser
constante y reiterado, es creciente. Parejas jóvenes se sientan en
las plazas a investigar los programas del festival y planificar su
maratón diaria, cinéfilos de toda clase intercambian información
como si fueran figuritas, que tal película es de lo mejor del
festival, que tal otra no vale la pena. Esta edición batió su
propio record: más de cien mil espectadores. El cineasta surcoreano
Back Seung-kee, director de Super Virgin (y
además protagonista) se vio atropellado, a la salida de su estreno,
por una marabunta de fanáticos que lo buscaban para pedirle
autógrafos.
Las
conclusiones finales son positivas, apuntaladas por la idea de que la
sobredosis fue absolutamente provechosa. Al parecer de este cronista
Mar del Plata es un festival excelente, y esto se debe
fundamentalmente al riguroso trabajo de programación. Es notorio el
énfasis en películas que están dotadas de narrativas claras, o de
una visible intención de mostrar realidades específicas. La
diferencia de este festival con otros, orientados a la no-ficción o
al cine más "elevado" y quintaesencial, es que aquí uno
va al cine esperando que le cuenten una historia y difícilmente
salga decepcionado. En Valdivia -por nombrar un ejemplo que se
encuentra en las antípodas- abundan las películas de viajes en las
que un personaje silencioso se pierde, vaga sin rumbo y no le pasa
absolutamente nada, y es muy difícil encontrar, entre la
sobreabundancia de películas programadas, una que cuente una
historia más o menos tangible y concreta. Será por eso que aquí la
sensación es la de haber asistido a un concentrado e intensivo
taller, sin tiempos perdidos.
Aquí
el resumen de lo mejor que se ha podido ver en esta edición, y en
próximos números se reseñará alguna más que quedó afuera, con
correspondientes entrevistas a sus autores.
El Bella Vista
(Alicia Cano, Uruguay)
La
única película uruguaya presente en la programación se impuso, y
de qué manera. La ópera prima de Alicia Cano se llevó grandes
ovaciones y una mención especial en la competencia latinoamericana,
y se trata de un atípico documental que cuenta con figuras técnicas
de primerísimo nivel (Fernando Epstein en el montaje, Arauco
Hernández en la cámara, Daniel Yafalián y Rafael Álvarez en
sonido) y que se integra con naturalidad y notable sentido del humor
en un universo rural desorbitante. El Bella Vista es un club de
fútbol de antaño ubicado en el departamento de Durazno que, entrado
en decadencia, devino en prostíbulo de travestis. Pero con las
firmas de algunos vecinos, la casa es desalojada y convertida al poco
tiempo en una iglesia católica. Todo este devenir es reinterpretado
por los mismos protagonistas, dejándose ver las razones, las
inquietudes y los problemas de cada uno de los personajes
involucrados. Cano logra una atmósfera, permitiendo ver un perfil
humano incluso en los que podrían considerarse los villanos -el
prejuicioso patriarca que pretende devolverle la gloria a su antiguo
club de fútbol es un personaje tan hilarante como sencillo y
comprensible- y proponiendo una aguda observación sobre las
contradicciones en las formas de pensar imperantes en la campaña.
Beyond the hills
(Cristian Mungiu, Rumania / Francia / Bélgica)
El
gran Cristian Mungiu -que no hace mucho sorprendía con su impactante
4 meses, 3 semanas, 2 días,
sobre el aborto ilegal en la era Ceaucescu- fue el gran ganador de
este festival, y su Beyond the hills llevó
el Astor de Oro a la mejor película de la competencia internacional.
Se trata de un durísimo fresco centrado en un convento rural de
Rumania, en el cual dos amigas se reencuentran luego de años. Ambas
crecieron en un orfanato, con la misma educación cristiana ortodoxa.
Pero mientras una fue a trabajar a Alemania y conoció un poco de
mundo, la otra se quedó en el convento, devota en su formación
religiosa. El detalle es que a ambas las une un pasado lésbico, y
hay en la relación una profunda dependencia y un amor no
correspondido, pero todo esto tiene lugar en un universo de profunda
represión, violencia soterrada y disciplinas férreas. De alguna
manera Mungiu se las ingenia para mantener una tensión casi
insoportable durante dos horas y media, planteando durísimas
críticas a la imposición de cosmovisiones que no se aggiornan ni
logran corresponderse con la vida moderna.
Fango (José
Celestino Campusano, Argentina)
El
premio a mejor director en la competencia argentina fue para el aquí
prácticamente desconocido Campusano, que había filmado
anteriormente las también aclamadas Vil Romance
y Vikingo. Como bien
dice el nombre de su productora, el cine de Campusano es un Cine
Bruto, desprolijo, con actuaciones que a veces bordean lo lamentable,
y una fotografía, un montaje, un sonido que dejan bastante que
desear. Pero nadie puede dudar de que es un cine directo, honesto y
visceral que, como el de Peckinpah, parece filmado con las garras.
Campusano introduce sus cámaras en el segundo cordón del Gran
Buenos Aires, en ambientes callejeros marginales, y desde allí
cuenta sus historias, con sórdidos personajes que no hacen más que
interpretarse a sí mismos. En una suerte de western
callejero, Campusano da muestras de códigos barriales, violencia
entrecruzada y desmesurados revanchismos que llevan a desastres
generales. Por sobre todo, un cine apasionado, polémico, personal,
único en su especie. Un cine que hay que tomarlo o dejarlo.
The ABC's of death
(Directores varios, Estados
Unidos)
La
idea es grandiosa. Una película compuesta por fragmentos breves,
dirigidos por 26 directores. 26 letras del abecedario, 26 maneras de
morir. Cada uno de los directores es seleccionado por su perfil
cercano al terror experimental, y se le da libertad absoluta para
realizar sus corto. El resultado, como no podía ser de otra manera,
es absolutamente desparejo. De a ratos, los fragmentos son
humorísticos (A is for Apocalypse
de Nacho Vigalondo), de a ratos desternillantes (N is for
Nuptials del tailandés Banjong
Pisanthanakun), a veces incurren en el horror social (P is
for Pressure de Simon Rumley),
a veces en el desmadre anárquico (W is for WTF? de
Jon Schnepp), a veces en el gore
desmesurado y prácticamente insoportable (X is for XXL del
francés maldito Xavier Gens), e incluso en la animación stop-motion
con muñecos de plastiscina (T is for toilet de
Lee Hardcastle). Entre los mejores está D is for Dogfight
del gran Marcel Sarmiento (autor de la inolvidable Deadgirl),
en el que plantea una muy lograda lucha de un veterano boxeador
contra un perro rabioso. Para pasarla bien y mal, alternativamente.
El muerto y ser feliz
(Javier Rebollo, España /
Francia / Argentina)
En
la película de apertura del festival, Uruguay también estuvo más
que presente. Las actuaciones de Roxana Blanco y Jorge Jellinek -este
último interpretando a un matón de cuidado- se agregan al hecho de
que al comienzo, la voz en off
de Rebollo dedica su película a la mismísima Cinemateca Uruguaya.
Fiel a su estilo, Rebollo plantea un viaje al estilo de Historias
extraordinarias, miles de
kilómetros en la carretera, a través de Buenos Aires,
Rosario, Santa Fe, Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Salta,
Jujuy y Bolivia, en el cual un viejo asesino a sueldo al borde de la
muerte (José Sacristán) se embarca sin rumbo a una aventura
crepuscular. A falta de una, varias voces en off dan cuentas
de lo que ocurre, o cuentan la acción de modo un poco distinto a
como está presentada en las imágenes. Como en todas las leyendas,
el relato oral se despega de la realidad, y la historia se bifurca,
se desintegra, pasa a ser una y muchas al mismo tiempo.
Bleak night (Yoon
Sung-Hyun, Corea del Sur)
Otra de las grandes
sorpresas de este festival. Esta fue la película de graduación del
joven director Yoon, algo remarcable si se tiene en cuenta la calidad
técnica, la profundidad conceptual y una temática áspera, poco
apacible, como es la de la violencia juvenil y el bullying.
Una historia de amistad entre adolescentes de bachillerato signada
por la angustia, los miedos, y la necesidad de imponerse por sobre
los demás, utilizando las miradas y las amenazas verbales como
principales herramientas. De este modo, el acercamiento permite ver
una especie de cuadro casi animal en el que se impone sobre los demás
el más fuerte y carismático. Una película difícil, un tanto
hermética y larga y plagada de abundantes e incómodos diálogos,
pero también de esas películas que tocan algo al interior de cada
uno. Se desprende que los hostigadores, los perpetradores del
bullying, no suelen ser los más fuertes de un grupo, sino
paradójicamente los individuos más frágiles.
List (Hong
Sang-soo, Corea del Sur) / Walker (Tsai Ming-liang, China)
Dos mediometrajes que
fueron proyectados juntos y que son ejemplos del mejor cine de cada
uno de sus consagrados autores. Con su List,
Hong Sang-soo demuestra ser uno de los mejores herederos del estilo
del maestro fallecido Eric Rohmer, y plantea la breve historia de una
madre y una hija que escapan de deudas económicas y se alojan en un
hotel. Allí conocen a un joven cineasta que pareciera ser el partido
ideal para la hija. Un cine muy apacible y conversado, de pequeños
detalles y gestos, de breves momentos humorísticos y cierta tensión
insoslayable; esa clase de situaciones mínimas que sugieren temas
profundos. Por su parte, Walker
es increíble. El actor fetiche de Tsai, Lee Kang-sheng (el mismo
adolescente que actuaba en El río)
encarna a un monje budista, tapado con un manto rojo, que camina a
una velocidad incomprensible. Siempre desmesuradamente encorvado,
siempre con su almuerzo de comida rápida colgando de sus manos, su
lentitud para recorrer las calles de Hong-kong es desquiciante e
incomprensible para las estupefactas miradas de los otros
transeúntes, y del espectador. De esta manera Tsai plantea un
sorprendente contraste entre la locura y la ansiedad imperante en las
urbes, y el obstinado, desestructurante andar de este enigmático
personaje.
7 Cajas (Juan
Carlos Maneglia, Tana Schémponi, Paraguay)
Muy
en la onda Ciudad de Dios o
El Mariachi, en las
que se ubica un cine de géneros en contextos marginales -en este
terreno podría colocarse tranquilamente Fango,
reseñada anteriormente- surge este poderoso thriller.
Los paraguayos lo recordarán como la película que marcó un antes y
un después en su cine ya que vendió, al interior de su país, más
entradas que Titanic.
Ubicado en un universo difícil y hostil, el Mercado 4 de Asunción,
el protagonista es un adolescente carretillero que se gana la vida
transportando mercaderías. Pero en determinado momento, le es
encargado transportar siete cajas misteriosas; simplemente llevarlas
a dar una vuelta y regresarlas al mismo lugar, con la promesa de
recibir mucho dinero -cien dólares, más de lo que ha visto en toda
su vida- al momento de la entrega. Pero la trama se enreda hasta lo
indecible, las cajas se pierden, son robadas, van y vuelven al punto
de que la policía y varias bandas de delincuentes comienzan a
buscarlas y a pedir precio por la cabeza del chico. Las siete cajas
del título también refieren a las cajas televisivas, capaces de
convertir a un don nadie en algo, gracias a su bendición.
Publicado en Brecha el 30/11/2012