jueves, 31 de enero de 2013

El último desafío (The last stand, Kim Jee-woon, 2012)

Fascistoide y divertida

A veces es duro comprobar como la historia se repite una y otra vez. La industria norteamericana finalmente se dio cuenta de que el futuro del cine está en Corea del Sur, y hoy parece dedicarse a acaparar a varios de sus más importantes cineastas; Park Chan-wook, autor de Simphaty for Mr. Vengeance y Oldboy, ya tiene lista su Stoker, protagonizada por Nicole Kidman. El director Kim Jee-woon, quien supo crear obras grandiosas en su país natal como The foul king, 2 hermanas y A bittersweet life, es el encargado en este caso de dar vida, una vez más, a Arnold Schwarzenegger. Kim ya estuvo protestando, dejando en claro las cosas que ya sabemos y que ocurren cada vez que un nuevo director extranjero es llamado a filas: “La mayor diferencia entre rodar en Corea o Estados Unidos es el sistema mismo. En Corea, el director tiene la última palabra. Si el director toma una decisión, esa decisión es definitiva. En Hollywood, cada decisión tiene que pasar por el productor, el estudio y, a veces incluso el actor principal. Hay un procedimiento que debe seguirse”.
Kim debe de haberse agarrado bien fuerte la cabeza cuando leyó el guión de El último desafío, y quizá el auténtico desafío debió haber sido filmar algo así conservando la dignidad. La historia es un pelotazo que podría habérsele ocurrido a cualquiera: el líder de un cártel mexicano (Eduardo Noriega) se escapa de los servicios de inteligencia y emprende una fuga a más de 300 kilómetros por hora por las carreteras de Estados Unidos, en dirección a la frontera de México. Tan pero tan rápido va su Corvette -la publicidad está poco disimulada- que a los servicios de inteligencia no les da el tiempo para coordinarse y atajar la fuga del narco. Pero el hombre tuvo la mala idea de querer cruzar la frontera a la altura de un pueblo en el que Schwarzenegger es sheriff, y por supuesto, escudo humano.
El resto es predecible, pero es lo mejor que tiene esta película: tiros a granel, persecuciones varias, peleas cuerpo a cuerpo, humor autoconsciente y mucha energía lúdica volcada a la catarsis destructiva. Como Los Indestructibles, se trata de un divertido homenaje a las películas de super-acción de los años ochenta, de malos muy malos, armamento pesado y violencia fascistoide. Si la primera mitad de la película, en la cual se presentan los personajes y se busca perfilar los héroes con humor canchero, es casi todo berretada y lugar común, en cambio la segunda parte -cuando el desmadre comienza a tener lugar- es digna de las mejores películas de acción. El montaje paralelo permite ver y sentir varios enfrentamientos simultáneos, con un nivel de tensión que no decae. Corea del Sur queda muy bien parada. 
Por fuera de eso, la película también supone una defensa republicana a la tenencia de armas. No conviene ser ingenuos, y este asunto está enfatizado en el hecho de que, por suerte, uno de los buenos conserva en su taller un arsenal de armas de antaño, de legalidad más bien dudosa, que sirve finalmente para salvar al pueblo de la amenaza externa. Una divertida escena en que una viejita desenfunda su arma y perfora a un narco invasor de su propiedad es una evidente propaganda sobre la idoneidad de esconder un revolver abajo del cojín; por si las moscas. 

Publicado en Brecha el 31/1/2013

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