jueves, 9 de mayo de 2013

Más apuntes sobre Tabú (Miguel Gomes, 2012)

Nostalgia culposa 


La acción, sorpresivamente, es divida en dos partes. Cuando durante la primera mitad, ambientada en la Lisboa actual, ya fueron construidos personajes consistentes y enigmáticos, cuando el espectador ya tiene su preocupación y su curiosidad absorbidos por su devenir, esta película da un salto temporal abrupto, colocando la acción cincuenta años antes y en un entorno distinto: el Mozambique colonial. De esta manera se plantea un estimulante juego de contrastes: el límpido formato en 35 mm se convierte en una imagen granulada concebida en 16 mm, el frío del invierno de la capital se opone con el calor de la sabana, la ciudad se confronta a la naturaleza salvaje y los espacios abiertos; el “paraíso perdido” es contrapuesto al “paraíso”.
Estos últimos títulos, que estructuran ambas mitades, permiten entrever una ironía por parte del ex crítico de cine y director Miguel Gomes (A cara que mereces, Aquele querido mes de agosto). Cuesta considerar un paraíso a la tormentosa segunda mitad, aunque precisamente es de esta manera que se configuran los recuerdos y las personalidades: lo que pudo haber sido un oasis de placer en medio de una situación dramática es finalmente sobredimensionado como la apoteosis de la felicidad, el recuerdo de una dicha -por breve y fugaz que haya sido- trae dolor; lo que pudo haber sido y no fue estará siempre presente para martirizar al memorioso, y como bien dijera Borges “los únicos paraísos son los paraísos perdidos”. Así, esta película es un sentido drama nostálgico que explora ese dolor, y también es un homenaje a un cine clásico que ya no existe. Se propone un estimulante juego de espejos, por el cual ambas mitades dialogan, refieren la una a la otra: la confianza del director en la capacidad del espectador para establecer los vínculos es, en este sentido, ejemplar. 

Durante la segunda parte, los personajes se desenvuelven como en una película hollywoodense de los años treinta, imbuidos en su trama pasional, en sus torbellinos personales, y dando muestras de un absoluto desinterés por el entorno social en el que están insertos, con un eurocentrismo y una superioridad aristocrática digna del colonizador más inconsciente, (algunos de ellos contrabandean una música pop pegadiza que desentona -léase colonización cultural-), y en perfecto desconocimiento de que ese universo imperial que los sustenta se encuentra ya en sus últimos estertores.
Porque la película también trata sobre la culpabilidad europea poscolonial. La problemática anciana burguesa de la primera mitad se ve abrumada por la culpa, y siente que tiene “sangre en sus manos”. Esto puede leerse de una manera amplia; la similitud temática con Caché de Michael Haneke no puede ser casual, y es muy probable que Tabú sea una consecuencia directa de aquélla. Hay un trasfondo social profundo, y el título alude, entre otras cosas, a lo que hubo y no se quiere ver, a los esqueletos en el armario, a una historia oculta: a la subyugación, la explotación y el saqueo a partir de los cuales varios países europeos edificaron su estabilidad. A esas regiones olvidadas y borradas del mapa, a un continente al que históricamente se le dio la espalda y que sigue siendo desconsiderado, a ese “tabú” refiere, entre otras cosas, esta película. 
Como último apunte, se trata de una obra que conviene analizar detenida y concienzudamente aunque no tanto. Hay mucho aquí de capricho lúdico. Consultado por la prensa sobre la repetitiva y enigmática presencia de un cocodrilo, el director contestó: “El cine se hace con cosas muy importantes y con cosas más superficiales. A mí me parece muy bueno poder contar con las dos”.

Publicado en Brecha el 9/5/2013

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