viernes, 17 de enero de 2020

Diane (Kent Jones, 2018)

Una mujer fantástica 


Kent Jones fue, durante muchos años, el archivista de Martin Scorsese y un gran colaborador en sus documentales. Hoy es un reconocido crítico de cine (participó en publicaciones como Film Comment, Cahiers du Cinema y The New York Times), así como programador y actual director artístico del Festival de Cine de Nueva York. Se comenta que, tanto su documental Hitchcock/Truffaut (enfocado en el influyente libro nacido de la conversación entre ambos cineastas) como Una carta a Elia, (el cual co-dirigió junto a Scorsese y se centra en la afición de este último por el cine de Elia Kazan), son notables lecciones de cine, y que en ninguno se percibe ni un ápice de superioridad o altanerismo. Todo este gran bagaje, toda esta sencillez, parecerían volcados en esta brillante película. 

Son realmente escasas las aproximaciones cinematográficas a la tercera edad; y las pocas cuyos protagonistas se encuentran en esta franja etaria suelen ser comedias livianas, en muchos casos algo ridículas y hasta ridiculizantes. Pero abordajes del porte de esta película* son hoy prácticamente marginales, y es algo que durante su metraje se hace sentir constantemente: los conflictos de la protagonista, si bien no escapan a lo que pudiera vivir cualquier persona en cualquier parte del mundo, se perciben como algo radicalmente novedoso. Se vuelve atrapante la templanza con que esta mujer septuagenaria (interpretada por una insuperable Mary Kay Place), acude periódicamente a visitar a su hijo drogadicto –quien la recibe sistemáticamente con insultos–, visita a su prima convaleciente de un cáncer terminal y sirve cenas a personas de bajos recursos. Entre una cosa y otra, se reúne con amigos, conversa con personajes variopintos, escribe notas en su cuaderno y conduce su automóvil en el gélido invierno del oeste de Massachusetts. Pero con un carácter fuerte que despierta la identificación y notables pinceladas de humor, el cuadro dramático se ve notablemente alivianado. La gran dirección de actores y la naturalidad obtenida despiertan la sensación de que no hay nada de artificial, nada de forzado en este cúmulo de conversaciones casuales y situaciones cotidianas. 

El sentimiento de culpa de la protagonista y su “único pecado terrible” (como ella misma lo define) cometido hace décadas, pesan sobre ella y suponen una carga vital que determinan su existencia toda. De a poco, la película va desvelando este suceso pasado y las razones por las que un asunto menor fue configurándose y percibiéndose por ella misma como un gran lastre, con una sutileza psicológica tan convincente como universal: nadie impregnado en mayor o menor medida por la culpa judeo-cristiana podría sentirse ajeno al sentir de Diane. Y quizá por detrás de sus buenas acciones exista un imperioso deseo de enmendarse y redimirse. 

 A sus sesenta años Kent Jones filmó esta, su primera película de ficción, inspirado en experiencias propias y en la personalidad de su madre, lo cual explica en parte la enorme carga de autenticidad obtenida.

Publicado en Brecha el 10/1/2019

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