lunes, 27 de enero de 2020

Jojo Rabbit (Taika Waititi, 2019)

Fábula con vaivenes 


Jojo es un niño de diez años que absorbe la propaganda nazi como si fuese una esponja. Durante la Alemania de la Segunda Guerra, todo su entusiasmo parece volcarse hacia el partido y su fanatismo a la figura del Führer. Tal es su obsesión que el mismo Adolph Hitler se le aparece como un amigo imaginario, para darle consejos y volverse parte indisociable de su vida. Claro que es un Hitler alto, flaco, aniñado y extremadamente gracioso. Taika Waititi, director de esta película, no es solamente un notable director de series y películas (Flight of the Conchords, What We Do in the Shadows, Hunt for the Wilderpeople) sino que además ha demostrado ser un gran actor de comedia, e interpreta aquí a una de las encarnaciones cinematográficas más impensables y ocurrentes que se han hecho del genocida alemán. 
Claro que no es algo realmente novedoso una sátira burlesca de este porte, ya lo había hecho Charles Chaplin en el año 1940, y desde entonces este tipo de aproximaciones han sido prácticamente ininterrumpidas (recientemente veíamos caricaturas igual de delirantes en la sueca Kung Fury o la alemana Er ist wieder da). Al menos en lo que refiere a este punto, la etiqueta de “humor irreverente” no debería ser utilizada para referirse a esta película: sólo faltaría que no se pudiesen hacer chistes sobre figuras fallecidas hace 75 años, o sobre los acontecimientos históricos en los cuales estuvieron inmersas, por más terroríficos que hayan sido. 
En definitiva, se hace uso de un humor más o menos efectivo, con momentos realmente notables, como las reiteradas burlas al saludo nazi (justamente, como lo hacía antaño Chaplin), o ciertas escenas al interior de un campamento para niños, en el que el siempre brillante Sam Rockwell interpreta a un amanerado entrenador. Pero el tono no es humorístico todo el tiempo y, por momentos, toca notas verdaderamente graves. Al menos en lo que refiere al nazismo, no se esconden ciertos horrores: el fanatismo atroz, la febril persecución de todo aquel que fuese o pensase diferente, las ejecuciones públicas. La muerte de un personaje específico provee una importante dosis de dramatismo al cuadro, eximiéndolo así de caer en una “liviandad” inadecuada. 
Pero quizá sí haya un desacierto importante sobre el desenlace de esta película (siguen spoilers), en el cual en la Alemania recién liberada se respira libertad, y los personajes salen a la calle con tranquilidad, viendo incluso la ondeante bandera estadounidense surcar las calles: prácticamente un lugar común de las recreaciones cinematográficas de la época. Quizá sea esta la única inconsistencia histórica imperdonable de Jojo Rabbit: se sabe que, cuando la caída de los nazis, las tropas invasoras (principalmente el Ejército Rojo, aunque los estadounidenses y los franceses no quedaron muy atrás) sembraron el terror sobre la población civil, violando a dos millones de mujeres y niñas, además de convertir a prácticamente la totalidad del territorio alemán en un campo de impunidad para saqueos y abusos de cualquier tipo. No era justamente el momento histórico más atinado para ambientar una escena final de baile.

Publicado en Brecha el 17/1/2020

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