viernes, 7 de febrero de 2020

No me importa si pasamos a la historia como bárbaros (I Do Not Care If We Go Down in History as Barbarians, Radu Jude, 2018)

Negacionismo y posverdad 


Durante la Segunda Guerra Mundial, tuvo lugar en Rumania un golpe de estado por parte del dictador Ion Antonescu, quien se alió con la Alemania nazi durante el período 1941-1943. A partir de 1943, las tropas soviéticas invadieron el país, derrotaron a Antonescu en 1944, y Rumania entraría en la esfera de la influencia de la URSS, pasando a contribuir con los Aliados. Esa doble y antagónica participación en la guerra, incluso al día de hoy parece generar, tanto entre el oficialismo como en la misma población, una suerte de esquizofrenia colectiva: se exalta la heroicidad de los últimos meses de la guerra, así como son sepultados y silenciados esos primeros años vergonzosos. 
Pero lo cierto es que esa participación existió, y que Ion Antonescu, muy consistente con la ideología del eje, llevó a cabo un holocausto en su territorio, con víctimas que, entre judíos, comunistas y gitanos, ascendieron a 380 mil. Rumania fue el país, después de Alemania, que asesinó más judíos en Europa, e incluso algunos historiadores señalaron que estas brutales masacres a gran escala en el frente oriental fueron precursoras de las que llevarían adelante los nazis. A pesar de los intentos de inculpar a los alemanes, se ha comprobado que los oficiales rumanos actuaron voluntariamente y por iniciativa propia en dichas masacres. 
La protagonista aquí es Mariana Marin, directora teatral a quien le es designado un espectáculo público relativo a la historia rumana. Pero en lugar de elegir un hecho patriótico y complaciente, decide recrear la masacre de Odesa, en la cual fueron fusilados, ahorcados y quemados vivos decenas de miles de civiles. Para tal propósito realiza una investigación histórica meticulosa, e inicia los preparativos en torno al Museo Militar de Bucarest, donde obtiene uniformes y fusiles de época, así como un compendio de sonidos de armas y explosiones. Los problemas surgen luego, cuando le toca lidiar con las divergencias ideológicas de algunos de sus actores y con la aparición de un simpático inspector, empecinado en mantener los hechos más truculentos por fuera de la representación. 
El título de esta película fue proferido durante un infame discurso de Antonescu en el consejo de ministros, en verano de 1941, dando inicio a la “limpieza étnica”. Pero también podría leerse de otra manera: la posición de la artista, y también la del propio director-guionista Radu Jude, parecería ser justamente esa. En oposición al discurso oficial y a lo que la gente quiera escuchar, es necesario dar a conocer y asumir estos períodos oscuros de nuestra historia. Más allá de los acontecimientos a los que hace referencia, se trata de una excelente exposición acerca de las dificultades de hacer cine (o cualquier representación artística) de corte histórico, cuando aún hay intereses, orgullos personales y sensibilidades políticas antagónicas en juego. 
La película fue filmada en 16 mm, pero las escenas finales en las que tiene lugar el espectáculo fueron rodadas con equipos de TV estándar. El cambio de formato refuerza la idea de que aquello que se representa en pantalla es una performance verdadera, que tuvo lugar frente al Palacio Real de Bucarest, con una respuesta del público idéntica a la representada. Con una clara influencia del cine de Jean-Luc Godard y de Jean-Marie Straub y Danièle Huillet, Radu Jude expone una suerte de ensayo multirreferencial, con diálogos filosóficos cargados de citas y nombres de autores, y en el que los fascismos del pasado y del presente se confrontan y contrastan, con temibles resultados.

*Publicado en Brecha el 31/1/2020

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