jueves, 31 de octubre de 2013

¿Quién le teme a las Pussy Riot?

El motín inquebrantable 

Punk es la palabra que mejor podría definir a las Pussy Riot. Pero no solamente por la clase de música que interpretan sino más bien por sus modos, su accionar, su actitud frente a la vida. El sobrecogedor documental de la HBO Pussy Riot: a punk prayer, es demostrativo en este sentido. 
Las Riot se dieron a conocer mundialmente por la detención y encarcelamiento de tres de sus miembros, luego de haberse lanzado a interpretar una canción de protesta contra el gobierno de Vladimir Putin, en el altar mismo de la Catedral de Cristo Salvador, uno de los mayores símbolos de la iglesia cristiana ortodoxa. Fueron condenadas a dos años de prisión, con los cargos de vandalismo y odio religioso. Las tres apelaron y una de ellas logró salir en libertad luego de cumplir seis meses de condena. 
Las tres procesadas no son precisamente unas muchachitas inmaduras o necias. Una de ellas es programadora de computación y fotógrafa, y las otras dos, más jóvenes, estudiantes avanzadas de periodismo y filosofía respectivamente. Sus palabras son implacables, sus lenguas afiladas como navajas. Será por esta razón que en el mediático juicio -en el cual se las colocó en una jaula de vidrio- se les dejó hablar lo mínimo indispensable, y la jueza hacía lo imposible con tal de interrumpirlas o silenciarlas, aduciendo que sus palabras estaban fuera de lugar. Inquebrantables, las Riot se expidieron ante el tribunal como pudieron. Maria Alyokhina dijo: "Para mí, este "llamado juicio" no tiene status alguno. Y no les tengo miedo. No le tengo miedo a las mentiras ni a la ficción, al fraude encubierto en la sentencia de este "llamado tribunal". Porque sólo pueden quitarme esa "llamada libertad"; justo la clase de libertad que existe hoy en Rusia. Pero nadie podrá llevarse mi libertad interior." 
La banda forma parte de un colectivo artístico político llamado Voina (Guerra), que desde hace años se dedica a arrojadas performances callejeras. En un insólito video puede verse a dos de las Riot junto a otras artistas, "robando" besos a mujeres policía en las calles de Moscú, siendo luego golpeadas e insultadas por ellas. En otro, puede verse a Nadezhka Tolokónnikova, la más joven del grupo, embarazada, teniendo relaciones sexuales en el museo de Biología junto a otras parejas, en protesta por la elección de 2008 del presidente Dmitri Medvédev. Esta performance se denominó "el nacimiento de un osezno" en referencia al apellido del mandatario (medvédev significa oso).
Lo cierto es que su estilo chocó muy fuerte con el corazón ortodoxo profundo de la Rusia conservadora. Ellas se autoproclaman feministas y militantes por la diversidad sexual, y son tan sólo una de las millares de expresiones de descontento en el país, denunciantes de las injusticias y de los estrechos vínculos entre la iglesia y el Kremlin, en un estado que se autodefine como laico. Putin se expidió acerca de las condenas, declarando que el tribunal "estuvo en lo correcto a la hora de tomar la decisión porque no se puede minar la moral y los valores para destrozar el país". Él mismo afirma a diestra y siniestra que la iglesia es "un aliado natural del poder político", que “en los momentos más críticos de nuestra historia, nuestro pueblo ha vuelto a sus raíces, a la religión cristiana y a los valores espirituales” y que la iglesia ha llenado "el vacío moral" imperante en la sociedad. La iglesia ortodoxa, también llamada "el patriarcado de Moscú" se jacta de que este año se han construido mil iglesias nuevas en Rusia, y hoy el parlamento considera endurecer los castigos por ofender los sentimientos religiosos. 
El apoyo masivo internacional a las Riot es estremecedor; sin embargo, al interior de Rusia la antipatía hacia el grupo parecería algo bastante generalizado. Una encuesta de opinión llevada a cabo por el centro independiente "Levada" señala que un 35 por ciento de los rusos cree que las condenas de dos años fueron apropiadas, un 34 por ciento que fueron poco severas y sólo un 14 que fueron excesivas. El mes pasado, Tolokónnikova, que fue reconocida como "mujer del año" por el diario Francés Le Figaro denunció en una carta las condiciones de vida en la prisión de la República de Mordovia, ubicada a 600 kilómetros de Moscú. Allí relata que ella y otras internas eran obligadas a trabajar en un taller de costura hasta 17 horas por día, "con cuatro horas para dormir y sólo un día libre en mes y medio", y con palizas "a veces hasta la muerte". Varias organizaciones de derechos humanos vienen denunciando que los viejos gulags (campos de trabajos forzados), se encuentran hoy en mayor auge aún que en la época estalinista. Imposibilitada de hablar con su abogado o con su marido, inició una huelga de hambre que duró varios días, hasta que logró ser transferida a otra prisión. Tolokonnikova, quizá la más brillante de las Riot, había dicho durante su mismo juicio: "La verdad triunfa sobre el engaño. Somos más libres que quienes nos enjuician, porque podemos decir lo que queramos. La gente entiende que un sistema que ataca a tres mujeres jóvenes que tocaron durante 30 segundos en la Iglesia de Cristo el Salvador es un sistema que teme a la verdad y la sinceridad que ellas representan". Más cuando se trata de un gobierno que abraza valores ancestrales, que persigue y castiga a los militantes por los derechos humanos y que promueve la discriminación, llegando al punto de que el acoso y la tortura a homosexuales se haya vuelto poco menos que un deporte nacional. 

Publicado en Brecha el 25/10/2013

viernes, 25 de octubre de 2013

Gravedad (Gravity, Alfonso Cuarón, 2013)

Un nuevo nacimiento

Quizá lo que se sienta hoy en un cine viendo Gravedad sea similar a lo que le ocurría hace 45 años con 2001: Odisea del espacio; pero no en relación a la ambientación que comparten ambas películas, sino más bien por la imponente innovación técnica, y la certeza de que eso que se está viviendo no tiene parangón en el mundo del cine contemporáneo. 
El director mexicano Alfonso Cuarón (Y tu mamá también, Niños del hombre) intentó emular aquí la vida por fuera de la atmósfera, y escribió un guión junto a su hijo Jonás y la asesoría de un experto espacial, reproduciendo fielmente la tecnología hoy utilizada en las misiones espaciales, y la clase de trabajos que allí se hacen, con la intención de recrear sensorialmente un clima realmente atípico. 
El telescopio espacial Hubble se averió, y hay que arreglarlo. Allí se dirige una misión de astronautas, pero en plena labor ocurre la catástrofe: fragmentos de residuos espaciales se dirigen hacia ellos con una velocidad inusitada. Se avecina el caos, y la supervivencia en el vacío puede llegar a ser prácticamente imposible. 
Como en el espacio no hay aire, las ondas sonoras no se propagan: no hay sonido. Esta realidad es una de las premisas que maneja la película desde los títulos iniciales, y es así que, cuando los personajes están en órbita y en sus trajes, los sonidos que se sienten son únicamente los que podrían escucharse desde adentro de esos trajes espaciales, más los acuosos y envolventes compases electrónicos provistos por la notable banda sonora de Steven Price. Es así que las explosiones, en las que satélites enteros son reducidos a ceniza espacial, son presenciadas sin escuchar sonido alguno. 
El cerebro humano está diseñado para existir en un mundo en que las variables de horizonte y peso se encuentran siempre estables, debido a la omnipresencia de la gravedad. Al desaparecer ésta (o reducirse a una expresión mínima) todos los puntos de referencia se pierden, el ser humano queda absolutamente desorientado, a merced de la inercia; si además la movilidad es muy limitada por las incomodidades de un abultado traje, la sensación de desesperación y asfixia aumenta. Si encima hay amenazas externas, el oxígeno se acaba, y las posibilidades de supervivencia parecen reducirse cada vez más, la sensación imperante se vuelve absolutamente angustiante, sobrecogedora. Gravedad es una experiencia sensorial increíble, pero además una película que deja al espectador particularmente exhausto. 
Conviene señalar un aspecto alegórico que lleva a que Gravedad pueda pensarse como más que un simple (y brillantemente logrado) ejercicio de género. La película refiere a las grandes adversidades de la vida y a la forma en que el ser humano puede renacer desde estas contingencias. Las circunstancias en que una persona es víctima de las propias inercias, ese momento en que se encierra en su propia burbuja, pierde la comunicación y el contacto. La escena en que la protagonista, prácticamente ahogada, entra en una nave, respira, se quita el molesto traje y queda suspendida por unos segundos, casi hasta quedar en posición fetal y con un tubo de oxígeno que pareciera un cordón umbilical, refiere a este nuevo nacimiento (además de homenajear a 2001). Otro elemento clave es, a mitad del metraje, el diálogo con un personaje que le achaca a la protagonista que no debe quedarse en la “comodidad” de una nave, entregándose a una muerte segura. El final podría leerse como la salida de un gran vientre, con agua incluida, y de los primeros pasos hacia una nueva vida.

Publicado en brecha el 25/10/2013

jueves, 24 de octubre de 2013

Relocos y repasados (Manuel Facal, 2013)

Otro Uruguay 



Cinco jóvenes deciden embarcarse en lo que definen como un "experimento social" tomando cada uno una droga distinta (marihuana, cocaína, éxtasis, LSD y quetamina respectivamente). Lo que podría significar una tarde en un "viaje" apacible y en una casa confortable, se convierte pronto en un infierno: la menor y más inexperiente de los miembros del equipo pierde el conocimiento, a la novia del protagonista se le muere la abuela y lo requiere urgentemente. El grupo debe separarse y cada uno emprender su camino por la suya, y se siguen en montaje paralelo sus desventuras particulares. En el trayecto habrá experiencias alucinatorias, golpizas, accidentes, intentos de disimulo frente a padres, persecuciones de autos. 
"Una comedia de drogas y enredos" describen las sinopsis. La frase invita a pensar en una película del tipo ¿Qué pasó ayer?  -amigos desbundados que salen a romper la noche y a sí mismos-, pero en este caso la travesía no es algo que ya ocurrió sino que se vive en tiempo real, y la ingesta masiva de estupefacientes es también un plan voluntario, premeditado. Tampoco sería pertinente la comparación con obras moralistas de tipo Réquiem por un sueño, en la que el consumo llevaba a irreversibles espirales de autodestrucción, ni siquiera con un drama de tipo Trainspotting, quizá más orientado a exponer una realidad social como algo tan desacatado como contradictorio. Si corresponde aproximar Relocos y repasados a otra película, quizá lo más cercano sería la notable Pánico y locura en Las Vegas, de Terry Gilliam, con Benicio del Toro y Johnny Depp en plena cruzada de aventuras lisérgicas a través del desierto. Como en esa película, aquí las drogas, o más bien los personajes embebidos en ellas, con alucinaciones y sin control de sus acciones, son vehículo para una experiencia cinematográfica, para la creación de atmósferas, para una sucesión de adversidades condimentadas con un factor extra. 
El espíritu anárquico de Facal se hace patente en su ausencia de miedo al ridículo -algo que se echa mucho en falta en el cine occidental actual- en un humor socarrón y directamente escatológico, en plasmar un ejercicio catártico en el cual la corrección política y las buenas formas son pisoteadas. La escena del supermercado, en la que dos mujeres, -una de ellas anciana- exprimen leche de sus pechos y la vuelcan sobre el protagonista es uno de los tantos tramos surrealistas que jamás hubiéramos imaginado ver en el cine uruguayo, y que, como delirio, funciona de maravillas. El contrapunto de los padres aburridos y pequeñoburgueses que van a ver un recital de Gilberto Gil en plena tarde o se preocupan por la carne que comerán en la noche, dejando a sus hijos a cargo de un auto (que será destruido) y una casa (en la que se intoxicarán hasta la manija), supone un atractivo choque generacional.
Las drogas, por mal que a algunos les pese, son una realidad, y especialmente entre los más jóvenes -está aún en carteleras Adoro la fama, de Sofía Coppola, que presenta un cuadro adolescente en el cual las drogas tienen también un papel ineludible-, y muchas veces funciona como fuente de adrenalina, como descarga o como simple esparcimiento. En cualquier caso son una posibilidad, tentadora y ubicua, una vía en la cual canalizar energías juveniles, un sustituto generacional para volcar toda esa líbido que quizá hace cuarenta años la izquierda orientó a la militancia, a la lucha armada o a ir a tirar piedras en una manifestación. Facal presenta, además de una divertida película de género, un mundo en el que el consumo es la elección, una propuesta cinematográfica en la cual los protagonistas no son héroes, no son ejemplos -todos los personajes atraviesan el patetismo de una forma u otra-, pero sí tienen claro que no piensan renunciar a esa forma de vida. 
La película tiene sus defectos: algunos de los diálogos están presentados en picos de acción desatada, generando un anticlimático contrapunto; hay personajes que no funcionan tan bien como otros y un diálogo del protagonista con su novia en un bar parecería inserto en la anécdota sin mucha coherencia ni razón de ser. Pero seguramente nunca se había visto un cine uruguayo tan fresco, anárquico, entretenido, incorrecto y deliberadamente desquiciado. 

Publicado en Brecha el 18/10/2013

viernes, 18 de octubre de 2013

Séptimo (Patxi Amezcua, 2013)

Que viva Darín 


La primera media hora es formidable: un padre separado (Ricardo Darín), abogado de causas cuestionables pero muy redituables (un complejo caso de políticos vinculados a una corporación), va al departamento de su ex mujer (Belén Rueda) a llevar a sus dos hijos al colegio. Su día ya parece ser bastante complicado de por sí –tendría que estar en un estudio junto a su principal cliente desde hace rato– pero su mundo se da vuelta cuando, en el momento en que él baja por el ascensor y sus hijos por la escalera, ellos desaparecen; se desvanecen en el aire. Las primeras sospechas de que se trata de una travesura y de que están escondidos en algún recoveco del edificio se van transformando, de a poco, en la certeza de un secuestro. De aquí en adelante se suceden las figuras clásicas del whodounit, se presenta a los personajes, todos ellos posibles sospechosos, y empezamos a seguir un desesperado proceso de búsqueda e investigación –siempre de la mano de Darín, impecable- para dar con la clave de la desaparición, y de la forma de encontrar el paradero de los niños. Todo este comienzo es absolutamente intenso. Hay que verlo a Darín celular en mano desorientado, llamando a cuanto dios pueda ayudarlo, poniendo el cuerpo, convenciendo al espectador como un padre desquiciado que amenaza, irrumpe en la casa de los vecinos, echa culpas y después pide perdón arrepentido. Cine puro. 
Pero cerca de los cuarenta minutos de metraje todo se desbarranca, o baja unos cuantos puntos cuando tiene lugar un diálogo entre ambos padres, en el que se ponen a conversar y a recordar el día en que se conocieron, ¡en pleno secuestro de sus hijos! En ese momento es cuando se vuelve inevitable tomar distancia de la película y de la anécdota y preguntarse qué clase de drogas duras estarían consumiendo los guionistas a la hora de escribir esa escena. Cualquier cosa, un silencio sepulcral, un intercambio de puteadas, un llanto desgarrador serían más pertinentes. 
Pero lo peor de Séptimo es el desenlace (el que aún no la vio puede dejar de leer por aquí). No es que el ritmo o el interés decaigan, sino que una vez dadas las últimas vueltas de tuerca, una vez que entendemos quién llevó adelante el secuestro y cómo lo ideó, empezamos a recapitular y ver todas las evidentes incoherencias en la trama. Que los propios niños no se hayan dado cuenta del secuestro y no se hayan preocupado de avisarle a su padre que estaban entrando en otro departamento, que todo el secuestro se sustentara en la hipótesis (nada segura) de que los niños bajarían por la escalera en vez de por el ascensor, o la idea (insostenible) de que el secuestro derivaría en la firma de unos documentos por parte del protagonista. Podemos hacer un esfuerzo por evitar ver todo esto y mil incoherencias más, y conformarnos con el disfrute inmediato de un thriller que funciona muy bien casi todo el tiempo. Pero a veces los huecos de guión son tan inmensos que se vuelve un asunto difícil.

Publicado en Brecha el 18/10/2013

jueves, 10 de octubre de 2013

Adoro la fama (The Bling Ring, Sofia Coppola, 2013)

Inagotable adicción 

 


Esta película haría una buena dupla con American psycho, el libro de Brett Easton Ellis y su adaptación al cine de Mary Harron. Como en aquella historia, se aborda el culto a la elegancia, la superficial y enfermiza búsqueda de destacar socialmente mediante la incorporación de vestimentas y artículos suntuarios, obedeciendo a los dictados de efímeras modas. En ambos casos, los personajes, individuos totalmente inseguros y poco definidos, se pliegan a los parámetros publicitarios dominantes, entrando en una espiral salvaje y desaforada de hiperconsumo. 
En esta The Bling Ring (me niego a utilizar otra vez el nombre que algún titulador superficial expidió) se ficcionaliza el caso real de una banda de adolescentes de Calabasas, California, dedicados a irrumpir durante varios meses en las casas de famosos como Paris Hilton, Orlando Bloom, Megan Fox y Lindsay Lohan para robar sus artículos personales y su dinero, con un valor total de 3 millones de dólares. La directora Sofía Coppola (Las vírgenes suicidas, Perdidos en Tokio) ofrece un tenso y divertido despliegue audiovisual en el que se siguen las andanzas de este grupo, chicos que no necesitan robar y que acceden a viviendas carentes de alarmas o seguridad, en barrios en los que los ocupantes ni siquiera imaginan que pudiesen ser robados.
Las circunstancias expuestas son asombrosas en muchos sentidos: así como las celebridades no se preocupan por la seguridad de sus pertenencias ni se dan cuenta de que hubo gente que ya entró y saqueó su casa cinco veces, de la misma manera estos chicos no parecerían ser plenamente conscientes de que están cometiendo delitos, ni de las consecuencias de sus actos. Es decir, son muchachos que se encuentran en plena etapa de formación, en ese tantear los límites e ir un poco más allá, en probarse a sí mismos frente a los otros. Esta torpeza que comparten, tanto las celebridades como ellos mismos, da a conocer una doble expresión social abrumadora. Coppola está diciendo (y demostrando) que no importa cuánto dinero se tenga, siempre se irá por más, -la escena en que los protagonistas irrumpen en el vestidor de Paris Hilton atiborrado de zapatos es ejemplar en este sentido- y demuestra que estos jóvenes nunca podrían saciarse, siempre necesitarían saquear para poder sentirse al nivel inalcanzable de la imagen promovida y reproducida masivamente por los ídolos. Este juego de espejos se continúa en un desenlace revelador en este sentido. 
Las penas impuestas a estos chicos suenan absolutamente disparatadas, considerando la edad de los muchachos -están terminando la secundaria, así que 18 como mucho- más el hecho de que semejante cúmulo de ropas, accesorios, joyas y dinero casi parecería pedir a los gritos ser robado, y como veíamos, sus dueños a duras penas se dan cuenta de las ausencias. Se conoce que es la justicia de los Estados Unidos y que hablamos de la sacrosanta propiedad privada (aunque en Uruguay no estamos lejos). 
Aún considerando la notable idea general, un guión muy sólido, interpretes formidables y una puesta en escena de a ratos excepcional (con una mención particular a la dirección artística), se delata, de todos modos, una clara fascinación de la directora por ese mismo universo al que intenta criticar. Coppola, de tanto repetir planos centrados en los objetos del deseo, parecería reproducir publicitariamente el discurso dominante que cuestiona. Como si alguien quisiese filmar una película condenando la prostitución, pero lo hiciera recurriendo constantemente a planos detalle de tetas y culos. 

Publicado en Brecha el 11/10/2013

sábado, 5 de octubre de 2013

En la oscuridad: Star Trek (Star Trek into darkness, JJ Abrams, 2013)

Funcional y efectista 


Luego de una sólida primera entrega, la nueva saga ya corre sola. JJ Abrams, creador de las series Lost y Alias ya había presentado en Star Trek (2009) un interesante terreno con media docena de personajes atractivos, encabezados por dos protagonistas en constante tensión -los legendarios Capitán Kirk y Mr. Spock- que, en las antípodas el uno del otro, representaban respectivamente la discreción racional y el arrojo instintivo. Con personajes tan bien trazados, un conflicto inherente y un universo atrayente, sólo hacía falta lanzarlos a la carrera. En esa primera entrega se lograba justificar mediante realidades paralelas la existencia de dos sagas distintas -la clásica y esta nueva- sin que exista una contradicción y logrando así que pueda operarse con relativa libertad a la hora de crear un universo nuevo, repleto de aventuras. 
Con ese sustento previo, más el borrón y la cuenta nueva, Abrams se permite homenajear a una serie que lo formó y al mismo tiempo hacer lo que se le canta con ella, con la puerta abierta para plasmar infinitas secuelas hasta que las audiencias se harten. Aquí los tripulantes del Enterprise deben salir a la caza de un terrorista interplanetario, que pone en jaque a la federación y a la Tierra y podría ser la causa (o la excusa) de que los terrícolas entren en guerra con una especie sideral. 
El ingenio marca de Abrams es volcado con eficacia, y si bien la película está llevada con excelente ritmo y mucha gracia, el verdadero punto a favor está en la confianza depositada en la inteligencia del espectador para que siga los presurosos diálogos y las decenas de giros de guión. La tensión es alimentada con plenitud de detalles, pequeños factores adversos a tener en cuenta que se superponen, proveyendo suspenso e incidiendo en que los picos de acción sean realmente inquietantes. 
Ahora, es curioso que un libreto tan profuso de detalles, tan colmado de giros argumentales, caiga en ciertas incoherencias lógicas, tramos débiles que no resisten a una reflexión pormenorizada o al llano sentido común. Por ejemplo: una negociación con un villano que tiene todas las de salirse con la suya le sirve a Mr. Spock para recuperar y salvar a tres de sus tripulantes, cuando el malo no gana absolutamente nada devolviéndoselos. Asimismo, el malo (supuestamente brillante y poderosísimo) tiene la capacidad de teletransportar a quien quiera de la otra nave a la suya y viceversa con absoluta facilidad y a piacere, y bien podría haber decidido teletransportar a todos sus adversarios hacia su propia nave cuando se entera que está por explotar por una jugada maestra de Spock. Intentando no adelantar un detalle final, podemos decir que el manido recurso de la resurrección puede ser lo suficientemente efectista, pero resulta un comodín poco recomendable ya que quedando esa posibilidad abierta todos los personajes podrían eventualmente sobrevivir en un futuro, lo cual quitaría buena parte de la gracia a la franquicia.

martes, 1 de octubre de 2013

Arrow: the ultimate weapon (Kim Han-min, 2011)

Lo mejor es invisible a los ojos


El cine dominante promete películas de acción y aventuras y las reproduce, difunde y distribuye por docenas, al punto de haber moldeado y creado un público que prácticamente no es capaz de consumir otra cosa. Junto al thriller policial y el terror, el género de aventuras es uno de los principales puntales de la industria hollywoodense, y seguramente sea el principal si se considera que la animación infantil también transita ese registro. Pero corresponde decir que mucho del mejor cine de géneros del mundo no llega a nuestro país. Lo triste es saber que también existe otro cine de entretenimiento, vital, creativo y lúdico que no accede a los circuitos comerciales, que no tiene estreno en DVD y que tampoco sería transmitido por la televisión abierta, difícilmente por cable. No específicamente el europeo -el cine de género español, francés, e incluso el nórdico y ruso tienen cierta acotada difusión- sino el proveniente de las filmografías orientales. Es en esas películas donde puede verse mayor riesgo, historias realmente atractivas: es ahí donde se siente palpitar al cine. 
Algunas películas recientes de las que aquí ni se oyó y que permanecen ocultas: The raid: redemption (2011) es una indonesia de acción y artes marciales que se alza como una de las imprescindibles para los adeptos al género. Mi novia es un agente secreto (2009) es surcoreana, y de esas comedias que entrecruzan romance, intriga y la acción más lúdica y variada. Let the bullets fly (2010) es una divertida coproducción épica chino-hongkonesa de bandidaje y tiros, ambientada en los años veinte. Eso por no hablar de las películas indias, que son un mundo aparte pero no convendría detenerse en ellas por ahora. Es verdad, ninguna de las películas nombradas es una genialidad ni cambiará el cine, pero no hay dudas de que superan con creces la amplia mayoría de sus símiles norteamericanos. 

Al nivel de todas las nombradas, Arrow, the ultimate weapon de Kim Han-min es un drama histórico y épico de acción desatada, en el que hay cruces de espadas, de garrotes y, como adelanta el título, sobreabundan los flechazos. El protagonista es un arquero profesional y la acción comienza en un pueblo coreano cercano a la frontera que separa China de Corea, cuando la segunda invasión de los manchúes, en el año 1637. La hermana de nuestro héroe es secuestrada por el ejército manchú y él tiene las horas contadas para rescatarla, junto a un equipo mínimo de hombres, antes de que sea violada. Si el asunto ya es bastante tenso de por sí, durante toda la segunda mitad del metraje la acción se dispara: un comando de guerreros manchúes comienza a perseguir al protagonista a través del bosque, a lo Apocalypto. Esta segunda parte es grandiosa: hay un enfrentamiento a toda velocidad con flechazos entrecruzados entre los árboles, saltos suicidas a través de la garganta de un río, un tigre que anda suelto por el bosque, un duelo final de arqueros en el que la hermana del protagonista se posiciona entre ambos contrincantes.

Por detrás del puro divertimento también hay ciertos apuntes sociales. En aquella época el gobierno coreano impuso una ley durísima para frenar la migración: el que cruzaba el río hacia China, por la razón que fuere, nunca podría volver a su país. Lo curioso es que hoy en día el gobierno de Corea del Norte aún mantiene intacta esa prohibición: los norcoreanos ilegales encontrados en China son deportados a Corea del Norte, y allí son torturados en campos de concentración o ejecutados. Este dato, sobradamente conocido para un espectador local seguramente pase desapercibido para uno occidental. Una escena crucial en ese río adquiere un peso dramático mucho mayor si se comprende este trasfondo.
Arrow… es entretenimiento asegurado al 100%. Y un buen ejemplo de todo un universo que nos estamos perdiendo.