viernes, 18 de enero de 2008

La pesadilla de Darwin (Darwin's nightmare, Hubert Sauper, 2004)

El fin de la evolución


“Tenía la necesidad de mostrar lo que he visto, para poder compartirlo con alguien, para contrastarlo, para no volverme loco”. Hubert Sauper

A poco más de la mitad del documuental, las cámaras registran en una fábrica de Mwanza, al noroeste de Tanzania, el proceso por el cual se corta en filetes la perca del Nilo, un inmenso pez que a diario sirve como alimento a dos millones de europeos. El director Hubert Sauper, siempre fuera de campo, hace una de sus escasas intervenciones y le pregunta a un trabajador dónde es que van a parar las sobras, los esqueletos de los pescados. “Son separados para consumo humano” le responde su interlocutor.
En seguida la cámara sigue a uno de los camiones que llevan los desperdicios hasta un descampado, donde se apilan, sobre un lodo repleto de gusanos, montañas de esqueletos de pescado. El sonido ambiente es un permanente zumbido de moscas, y el olor puede intuirse. Una mujer tuerta, que aclara que perdió un ojo por el gas amoníaco que desprende el pescado podrido, cuelga los esqueletos al sol para que luego puedan venderse, y así abastecer la demanda de la población local. Los oriundos de Tanzania jamás podrían pagar por los filetes, y deben conformarse con comer lo que en el primer mundo no comen ni las mascotas.
La perca, un depredador voraz que crece hasta los dos metros de longitud y pesa cerca de 140 kilos, fue introducida en el lago Victoria en los años sesenta como un supuesto experimento científico. Pasados unos años, el pez ya había acabado con más de 210 especies de cíclidos, provocando la creciente eutrofización del lago y acabando alarmantemente con el oxígeno existente, volviéndose imposible la proliferación de nuevas especies. Hoy varias multinacionales explotan la perca del lago, prácticamente el único pez en existencia, extrayendo 500 toneladas diarias para la exportación de los filetes.
Sauper aborda las desdichas que rodean al proceso de extracción de la perca: prostitución y pobreza extremas, hambrunas endémicas, sida masificado, explotación salvaje. Legiones de inmigrantes que en el correr de los años se han ido trasladando a la cuenca para obtener algún trabajo en las fábricas conforman una masa de desarrapados que pueblan las inmediaciones de Mwanza. Niños desarraigados inhalan el plástico fundido del embalaje para perder la conciencia y no sentir el hambre y los continuos abusos sexuales de sus pares mayores, y en una impactante escena llegan a pelearse por un mísero puñado de arroz, quizá su única vía de subsistencia por un par de días más.
Muchos de quienes tienen la suerte de obtener un empleo arriesgan a diario sus propias vidas: los pescadores son literalmente comidos por los cocodrilos del lago; los pilotos que trasladan el pescado, mayoritariamente rusos, deben lidiar con aviones sobrecargados y aeropuertos destrozados (a los costados de la pista pueden verse restos de aviones accidentados); las prostitutas son violentadas y asesinadas por los pilotos y son blanco de toda clase de enfermedades venéreas. En una tienda de pescadores se vislumbra un cartel que reza: “si te acuestas con una prostituta, pégale”.

Para coronar la torta, un pastor evangelista instruye a los pobladores locales alertándoles que usar condón es el camino directo al infierno; un vigilante del Instituto Nacional de Pesca envenena las puntas de sus flechas para eliminar a todo el que se acerca y cuenta que obtuvo el trabajo porque unos ladrones rebanaron a machetazos al anterior celador; y el dato sorprendente de que buena parte de los aviones rusos que se llevan los filetes hacia Europa traen Kalashnikovs y municiones para abastecer las innumerables guerras que tienen lugar en la parte central del África.
La pesadilla del título es la pesadilla del planeta entero. El pez depredador que acaba con toda la vida de un lago, forjando asimismo su propia autodestrucción, es un poderoso símil de las multinacionales que arrasan con todo lo productivo que tienen los países del tercer mundo, dejando en su lugar podredumbre y tierras desoladas. Hasta hoy, no ha habido película que plasme con mayor claridad las más grandes miserias de este mundo.

Publicado en Brecha el 18/1/2008

jueves, 10 de enero de 2008

Por qué LOST

En la incertidumbre



Demasiado fantástica como para asemejarse a un drama psicológico, muy afirmada en lo terrenal como para ser llamada ciencia ficción, salpicada con chispazos de auténtico terror e inmersa en la selva omnipresente más propia del cine de aventuras clásico, la premisa argumental de Lost escapa hábilmente a los parámetros de los géneros. Quizá los referentes menos lejanos sean la también inclasificable novela El señor de la moscas de William Golding (una parábola sociológica donde un grupo de niños sobrevivía a un accidente aéreo y empezaba a convivir en una isla desierta), o si se quiere aquellas novelas iniciáticas de HG Wells, en las que individuos de nuestro mundo comenzaban a verse envueltos en sucesos incomprensibles y dotados a su vez de una poderosa carga alegórica.
Lost es una experiencia que puede degustarse a muy distintos niveles, y donde sorprende la abundancia de referencias a artistas, pensadores, obras literarias y musicales, tanto de la cultura pop como de la ordinariamente llamada “alta cultura”. Como en el fenómeno Matrix, la serie de comics Sandman o el cine de Tarantino, llama la atención esa especial multirreferencialidad, que a su vez delata una voraz sed de conocimientos, particulares inquietudes y efervescencias creativas.

El mayor de los méritos corresponde a los guionistas J.J. Abrams, Jeffrey Lieber y Damon Lindelof. El estudio intenso de personajes, la complicada red de relaciones que existe entre ellos y la coherencia interna son producto de un amplísimo guión discutido, pensado y diseñado en detalle, donde se denota una cierta confíanza en la inteligencia del espectador y se cree en su capacidad de atar cabos sin que se estén señalando y subrayando las diferentes conexiones.
Pero hay tres elementos que los guionistas manipulan a la perfección, y son puntos clave que sirven para comprender el poder adictivo de Lost. A saber; la tensión, el enigma y la sorpresa.

Tensión: algo violento se aproxima. Hitchcock consideraba que cuanto más elaborado fuese un villano, mejor sería la película. Si bien en Lost los malos se dibujan y desdibujan permanentemente, los continuos flashbacks que cuentan las historias pasadas de los integrantes de la isla dan las pautas para que el espectador pueda colocarse bajo la piel de cada uno de ellos, y asimismo para que reconozca tanto sus fortalezas como sus debilidades, sus oscuras frustraciones y sus dolorosos tormentos.
Como la audiencia posee más datos que cualquier otro integrante del cuadro, teme al ser consciente de los sucesos que se avecinan y por saber lo que realmente los personajes son capaces de hacer. De ahí que surjan momentos de alarmante tensión, especialmente durante la primera y segunda temporada, donde por momentos pareciera que los principales personajes fuesen a saltar unos sobre otros para arrancarse el alma a cuchilladas.
Y es que hay media docena de protagonistas inmensamente atractivos, que en ocasiones traen graves perjuicios para el colectivo y que presentan características problemáticas o directamente antisociales: la intransigencia de Jack, un médico capaz de llevar a la muerte a la mitad de la población en sus febriles ataques por hacer lo que considera correcto; la obcecación estratega de Locke; la particular satisfacción que parece sentir Sayid a la hora de torturar a alguien; el individualismo crónico de Sawyer, las astutas artimañas de Kate; la ansiedad de Charlie por conseguir nuevas dosis de heroína; o la extraña maldición que carga Hurley, un obeso tamaño tanque que trae muerte y desgracia a quienes lo rodean. Si la sola interacción se presta para el caos, las continuas amenazas externas potencian la tensión y propician un irrespirable clima de paranoia colectiva.


Enigma: algo incierto nos domina. Un monstruo invisible y ruidoso, osos polares que cruzan corriendo la selva, apariciones que se corporizan para atormentar a los sobrevivientes, una siniestra escotilla, números malditos, inexplicables fenómenos curativos, desproporcionadas explosiones electromagnéticas. El absurdo lo invade todo, el “perdidos” del título no refiere solamente al estado de incomunicación de los personajes con el mundo exterior, sino que además es el mismo espectador el que está perdido, el que se aferra a la perpetua esperanza de que todo suceda por una razón y que la verdad acabe siendo develada. Que las incógnitas máximas ¿qué es la isla? y ¿por qué los personajes fueron a parar allí? acaben disipándose.
¿Seremos los seguidores de Lost crédulos perseguidores de una causa madre que nunca aparecerá? ¿Sabrán los guionistas hacia donde se dirigen o estarán improvisando, agregando más y más enigmas sobre la marcha para extender indefinidamente un brillante acierto comercial, imposible de cerrarse coherentemente? Sea como fuere, cuando en algún capítulo la serie comienza a dar muestras de agotamiento, de repetir sus propias fórmulas, cuando surge algún indicio de que la serie comienza a dar vueltas en espiral, sin dirección aparente y los escépticos vociferan sobre la muerte de Lost, surge de entre las cenizas un capítulo abrumador, sorpresivo y brillante, que anuda mágicamente cabos sueltos, dispara nuevos enigmas, y renueva enérgicamente las incondicionalidades.


Sorpresa: los guionistas arremeten. Quizá el rasgo característico de la serie es el ser absolutamente impredecible. La súbita aparición de elementos hostiles en la isla, la muerte a sangre fría de personajes importantes, el surgimiento de objetos o individuos descontextualizados, un mensaje desquiciante en la pantalla de un ordenador, un minucioso corte en medio de una operación o un aparente flashback que deviene en flashforward, son golpes de efecto que surgen en los momentos menos deseados, de forma que la demencial maquinaria de Lost se sobregire aún más, de forma repentina.
Los guionistas dosifican con sabiduría estos elementos sorpresa, y de cada dos o tres capítulos surge un eficaz y certero shock que paraliza la mirada y sacude las seguridades del espectador. En los fines de temporada, estas sorpresas se acumulan y se disparan sin respiro, una detrás de la otra. El seguidor asiduo de la serie es consciente de las conmociones aseguradas y ese rasgo llama a la euforia, ya que por mucho que se especule, no hay forma de prever los extraordinarios sobresaltos.


Lost bajo la lupa. Muchos se han preguntado cómo será que los personajes femeninos se las ingenian para mantener su belleza, sus cabellos hermosos y sus ropas presentables luego de haber pasado meses en una isla desierta, cómo hacen los hombres para no portar largas barbas a lo Robinson Crusoe, porqué las dentaduras se mantendrán perfectas sin un dentista equipado, si la comunidad de sobrevivientes habrá construido alguna letrina colectiva, si los mosquitos no se los comerán vivos cuando se internan en la selva, o incluso dónde cuernos se encuentran las plantaciones de donde a toda hora salen los mangos, guayabas, uvas o bananas que comen los personajes.
También es cierto que en la tercera temporada empezaron a sonar forzadas algunas conexiones pasadas entre los personajes, y la serie perdió un poco el realismo y la férrea coherencia interna que la caracterizaba. Los guionistas anunciaron que el final definitivo está previsto para el año 2010 y por tanto aún quedan por venir tres temporadas más, aunque originalmente habían dicho que el final aparecería en la cuarta temporada, este 2008.
Quizá los fanáticos acérrimos estén contentos al saber que van a tener Lost por tres años más, pero ¿no es un lapso demasiado largo? ¿Cuántos nuevos personajes, anécdotas y giros argumentales deberán inventar los guionistas para estirar tanto la serie? Como sea, vistos los indicios de debilidad en algunos capítulos de la tercera temporada, la cuarta por venir será decisiva para considerar si la serie comienza a divagarse sin sentido o si, consistentemente reafirmada, valdrá la pena seguirle las pisadas.
Publicado en Brecha 11/1/2008