viernes, 28 de febrero de 2014

The act of killing (Joshua Oppenheimer, 2012)

El horror frente al espejo 



Para entender que aquí tenemos un documental sin precedentes basta mirar los créditos. El co-director es anónimo, uno de los productores es anónimo, el director de fotografía es anónimo. Así, los anónimos se continúan en varios rubros, a lo largo de la ficha técnica completa. Es que la película fue concebida en Jakarta, ciudad en la que se vive una realidad horripilante: en la vivienda contigua puede vivir el asesino de uno de tus parientes y del otro lado otro de ellos, como si nunca nada hubiera pasado, en perfecta impunidad. 
Si hiciéramos un gran esfuerzo especulativo y pensáramos que hubiese sucedido si las dictaduras del Plan Cóndor en América del Sur se hubiesen mantenido en el poder durante 40 años continuos, erigiendo asesinos y torturadores como héroes nacionales, manteniendo privilegios y dando cartas blancas absolutas a militares para que continuasen obrando como se les cantara, martirizando a quienes quisieran, saqueando, violando y asesinando a piacere, quizá podríamos acercarnos un poco a la realidad indonesia presentada en este documental. 
Es necesario un poco de historia: en 1965 y 1966 tuvieron lugar una serie de masacres llevadas a cabo por el general Suharto, en sus intentos por derrocar al gobierno de Sukarno, primer presidente de Indonesia que lideró la revolución contra el imperialismo alemán. Aunque Sukarno no era comunista, sí fue apoyado por el PKI (Partido Comunista Indonés) que, con su brazo armado, protegía al gobierno de un posible golpe. Luego de una serie de asesinatos a jefes militares por parte del PKI, Suharto tomó la delantera y contrató a cuanto gángster hubiera en la zona, creando con ellos sus propios escuadrones de la muerte. Así, exterminaron a todos los miembros del PKI –muchos de ellos campesinos que nunca habían tocado un arma– y se ensañaron en una purga de comunistas, intelectuales y chinos en general, en la cual eran diezmados familiares, amigos, colaboradores, simpatizantes, vecinos de, gente con rasgos parecidos. La masacre fue, en rigor, un genocidio que se cobró más de un millón de víctimas y derivó en el ascenso al poder, con el apoyo de la CIA y el Banco Mundial, del régimen de facto. Suharto se mantuvo al mando hasta el año 1998, pero aún luego de su caída una legión de criminales y gángsters continuaron detentando poder de hecho, libre albedrío total y respaldo político. 


El director Joshua Oppenheimer (quien perdió a gran parte de su familia en el holocausto nazi) se introdujo en el mundo de estos mismos gángsters, algunos ya veteranos, quienes le cuentan con absoluta soltura la forma en que mataron, violaron y torturaron, relatan con orgullo cómo incineraron hasta las cenizas aldeas enteras y alguno hasta asegura seguir cometiendo hoy algunas de esas atrocidades. La película (producida nada menos que por los grandísimos Werner Herzog y Errol Morris) supone el inconcebible acercamiento a un mundo en el que muchos de los valores que comparte el demócrata occidental promedio se encuentran absolutamente subvertidos: el jefe de prensa de un diario local cuenta con tranquilidad su participación en sesiones de tortura y su obvia manipulación de las noticias –es que claro, los comunistas no podían quedar frente a la opinión pública como gente buena–. En un programa televisivo local, los miembros de los escuadrones son tratados como auténticas celebridades; hay recreaciones, entre risas, de las formas más efectivas de asesinar e interrogar al prójimo. Si todo ya es demasiado increíble de por sí, la película levanta auténtico vuelo cuando los entrevistados comienzan a dudar; cuando al ponerse en los roles de sus propias víctimas parecen alcanzar un increíble proceso de empatía, sin precedente alguno en sus vidas. Oppenheimer explora aquí, como nunca antes, la psicología de los asesinos y de los torturadores, y lo hace presentándolos como lo que verdaderamente son: hombres risueños, buenos vecinos y mejores familiares. Hombres que, quizá al enfrentarlos con su pasado pueden ver como por una rendija lo que hicieron, horrorizándose de sí mismos como nunca antes. 

Publicado en Brecha el 28/2/2014

viernes, 21 de febrero de 2014

Robocop (José Padilha, 2014)

Cine esclavo 


Sonaba muy bien. El director brasileño José Padilha, autor de las brillantes Tropa de elite 1 y 2, embarcado en una remake de Robocop, podía llegar a ser algo notable. Sobre todo porque el director había integrado a sus películas acción de la más brutal y una interesantísimo planteo sobre la violencia, la represión, el control y el narcotráfico en un contexto de miseria extrema. Padilha lograba trascender los parámetros de género, colocando sobre el tapete una situación social compleja y sin aparente solución. 
La idea de Robocop, el policía robotizado perfecto e implacable que patrulla las calles de Detroit calzaba perfecto para las inquietudes y las habilidades de Padilha. 
Pero sucedió lo que, de algún modo, era esperable. Según informó el director Fernando Meirelles, amigo de Padilha, el director de Robocop habría tenido inmensos problemas con los productores hollywoodenses. Al parecer Padilha le dijo a su colega en una conversación telefónica que fue una de las peores experiencias que tuvo en su vida, que de cada diez ideas que se le ocurrían nueve eran desechadas por los productores, y que el desarrollo de la película significó una lucha constante. Aseguró que fue un infierno que no querría repetir nunca más. Las palabras contenidas en la indiscreción de Meirelles asombrarían si no representaran la eterna historia de los directores extranjeros en Hollywood. Los que quiere ganar mucho dinero en la industria tiene que aprender a bajar la cabeza y subordinarse a los grandes estudios.
Estos problemas se hacen notar. Sobre todo en un programa televisivo que atraviesa todo el filme y que es presentado por un conductor republicano (Samuel L. Jackson) que clama por seguridad y mano dura. Uno de los puntos más altos de Tropa de Elite 2 era también un programa de televisión retrógrado, conducido por un reaccionario desacatado, verborrágico, hilarante como pocos. Pero en esta película el programa es algo contenido, lavado, sin gracia, sin el toque kitsch sarcástico que habría sido el sello de distinción de Padilha. Y esta insulsa convencionalización se trasplanta a la película toda. Robocop deja asomar puntos de interés que nunca terminan de desarrollarse. Es un cine atado de manos.
La película redunda en otro planteo de género más en el que los grupos del poder trasnacional conspiran para oprimir a los protagonistas; otro tanque con apuntes filosóficos de bolsillo, otra tibia crítica a la corrupción policial, otra burda y esquemática referencia a los medios masivos y su influencia en la opinión pública. El problema de exponer temas de este calibre tan esquemáticamente es que se los trivializa y caricaturiza, sin aportar nada que pueda ayudar a pensarlos o discutirlos con profundidad.

Publicado en Brecha el 21/2/2014

miércoles, 12 de febrero de 2014

Dallas Buyers Club (Jean-Marc Valleé, Estados Unidos, 2013)

Desconcertante e incisiva 


El comienzo mismo ya anticipa que nos encontramos lejos de otra película "oscarizable" más, que se trata de un filme que se sale de los moldes corrientes. En la primera escena vemos a Ron Woodroof (Matthew Mc Conaughey) teniendo sexo con dos prostitutas a la vez, escondido entre las "bambalinas" de un rodeo de toros, y más concretamente mientras un toro cornea a un jinete caído. Este comienzo, inmersivo y abrupto, nos transporta de lleno a una vida sórdida, a la de un toxicónamo descarriado, adicto a las apuestas clandestinas y al sexo, un cow-boy rebelde y homofóbico, irascible ante la más mínima provocación. Luego de una pequeña trifulca va a parar a un hospital, donde le dan la peor noticia: es HIV positivo. Es el año 1985 y en ese entonces el aviso era una sentencia de muerte: el médico le asegura que a lo sumo podrá vivir unos 30 días más. A partir de entonces un título sobre fondo negro pone "día 1" y nos llevará a pensar que se trata de otra crónica de una muerte anunciada, de una sucesión de cambios radicales en la vida de una persona durante sus últimos días. Pero en seguida la película tomará otra vez derroteros impredecibles. Todo este comienzo y hasta llegada la mitad del metraje es brillante y se caracteriza por una narración sin rumbo claro, que avanza a trompicones, con un ritmo entrecortado y accidentado por los imprevistos que trae la historia. Recién pasada esta primera mitad es que la película se vuelve mucho más diáfana, estandarizable, convencional, si se quiere. 
Como el mayor mérito se encuentra en esta primera mitad y en ese factor de desconcierto, se recomienda encarecidamente que el lector interesado en ver la película deje de leer esta reseña, porque buena parte de la gracia está en no saber hacia dónde se dirige la película. En la época, los hospitales de Estados Unidos suministraban a los enfermos de sida un compuesto químico de alta toxicidad llamado AZT, un fármaco que apenas había sido testeado, que se utilizaba previamente como quimioterapia y que pasó a ser el único tratamiento utilizado formalmente. Pero al ser una sustancia que eliminaba las células en desarrollo del organismo, tenía efectos secundarios terribles y en algunos casos podía hasta disminuir el tiempo de vida de un portador. Para colmo, los precios de esta toxina eran extremadamente elevados, y un año de tratamiento le costaba a un paciente sin cobertura 7 mil dólares al año. El "Dallas Buyers Club" fue una iniciativa que surgió como una respuesta a la desesperación de muchos convalescientes que le rehuían al AZT. A cambio de una membresía paga más accesible, Woodroof ofrecía a sus socios medicamentos aprobados en otros países pero no en los Estados Unidos, como la proteína Peptide T o el antirretroviral DDC. 
Las actuaciones de McConaughey y de Jared Leto, dos portadores de VIH en todas sus etapas, son impactantes. Como dato accesorio, ambos cometieron la locura de someterse a dietas violentas y adelgazar 21 y 14 kilos respectivamente para interpretar sus roles (Seymour Hoffman al menos se autoeliminó con todos sus kilos puestos). Por fuera de este detalle poco saludable, este filme es una clara y notable crítica al sistema de salud de los Estados Unidos y a sus alianzas con la industria farmacéutica, y a la carroñera voracidad de aprovechar desgracias o epidemias para obtener ganancias. Al parecer el guión estuvo dando vueltas desde hace más de veinte años, pero es realmente lógico que una exposición tan lúcida causara vacilación en los posibles inversionistas. 

Publicado en Brecha el 7/2/2014